Del total de lo relevado, 3.000 kilómetros se harán dentro de un bloque ya adjudicado a la petrolera British Petroleum (BP), que también firmó el contrato multicliente con Spectrum. Esta parte del estudio, a una distancia media de 150 kilómetros de la costa, involucra profundidades que van de los 50 a los 1.500 metros de agua, dijo a Búsqueda el gerente de Exploración y Producción de Ancap, Héctor de Santa Ana.
Los restantes 1.000 kilómetros de plataforma se relevarán a 350 kilómetros de la costa en una zona de exploración “ultraprofunda” (donde la distancia entre el fondo marino y la superficie es de 3.500 metros). Esta zona aún no fue adjudicada por Ancap. De Santa Ana dijo que “si se dan las condiciones técnicas y comerciales, se puede extender el relevamiento a 3.000 kilómetros más”.
El costo del estudio será de U$S 700 por kilómetro en el área de BP y U$S 400 en aguas ultraprofundas, totalizando U$S 2,5 millones.
Armas y mamíferos.
Cuando se ingresa al buque lo primero que uno ve son largos tubos colgado de cuerdas con algunos metales abajo. Cadenas y más cables aparecen como sacados de una obra de Julio Verne. Son las “armas”, explica un técnico, con las que se dispara un pulso sonoro que llega hasta el fondo del mar, rebota y lo recibe nuevamente el barco, creando así una imagen del lecho marino que aporta información vital para la futura exploración petrolera.
Al filipino Chris, que estaba en la escotilla de entrada al “Hawk”, le sucede Renzo, un brasileño que hace poco comenzó a trabajar con Seabird Exploration, la empresa que hará el 2D para Spectrum. A diferencia de Chris, que ya estuvo en África y Brasil realizando este mismo trabajo, Renzo es nuevo y Uruguay será su primer destino dentro del barco.
En total el Hawk tiene 20 tripulantes filipinos, ingleses, brasileros, rusos, estadounidenses, escoceses, suecos y portugueses, que estarán a cargo de toda la operativa en turnos que duran entre ocho y doce horas, dependiendo de la tarea. Durante la operativa el buque trabaja las 24 horas.
El escocés David Healy es el “party chief”, el jefe de los 12 tripulantes encargados de la sísmica. Otros cinco, comandados por el capitán del barco (el sueco Anders), son los encargados de la navegación y la cocina.
Hay tres tripulantes que dirigen su propio trabajo. De ellos depende que el resto de la tripulación inicie los trabajos sísmicos o, a una alerta suya, los detenga. Son los “observadores de mamíferos marinos”: la portuguesa Joanna y la inglesa Amy trabajan durante el día procurando avistar ballenas (lo más común en estas zonas) u otros mamíferos que estén dentro de la zona de influencia del barco.
Ellas son las responsables de dar la voz de zona libre para que la compañía sísmica inicie sus disparos sonoros sin afectar a parte de la fauna que habita en los mares.
Durante la noche, cuando la visibilidad es casi nula, el inglés Nick se encarga de realizar el “monitoreo acústico pasivo” (PAM por su sigla en inglés), que consiste en escuchar los sonidos marítimos y descifrar si alguno es de ballenas, delfines o algún otro animal.
Para eso desde el “Hawk” se extiende un cable de unos 500 metros de longitud con cientos de hidrófonos que registran todos los sonidos del entorno. El encargado del PAM se especializa en identificar los sonidos de mamíferos entre todos aquellos que se registran. Su presencia está regulada por tratados internacionales de conservación ambiental.
Gravedad y ojos.
El comedor es el lugar donde los tripulantes comienzan su turno. Además funciona de improvisada sala de espera para todos los visitantes que en la mañana del martes 21 acuden al buque.
“Esté alerta en áreas de piratas”, dice un cartel colgado arriba de la mesa de ensaladas. “Aunque nunca fuimos abordados, este navío estuvo en zonas llenas de piratas. Hace muchos años fui abordado en otro barco y no fue una situación muy placentera”, dijo Healy a Búsqueda en el comienzo de la recorrida por el barco de 66 metros de eslora por 14,5 de manga.
Desde el puente de control, donde el capitán y su equipo mantienen al barco en la dirección y la velocidad adecuadas —4,5 nudos (unos 7 kilómetros) por hora—, se divisa al buque uruguayo “Punta Brava”, que hará de barco perseguidor durante el estudio. Su trabajo es solicitar a las embarcaciones que estén en el curso del “Hawk” que modifiquen su dirección, dado que según las convenciones internacionales los barcos de sísmica tienen “prioridad de curso”.
Un piso más abajo está el cuartel general del equipo de sísmica. En una punta el estadounidense Cedric se encarga de las mediciones de gravedad. “Debido a los diferentes tipos de formaciones rocosas en el lecho marino se generan variaciones magnéticas que causan cambios en la gravedad. Eso se mide e interpreta”, explicó a Búsqueda Knut Fostad, vicepresidente de operaciones de Spectrum.
Aunque sus resultados no son de una relevancia sustancial para el análisis final, “son un par de ojos extra”, dijo Healy.
Dieciséis pantallas de computadoras dominan la zona central de la sala. Cuatro controlan todo el sistema de navegación, la posición de los instrumentos de medición y los cables. Ocho reciben los datos de cada disparo sonoro. Las otras cuatro son las que usa Cindy, la encargada de procesar los datos obtenidos.
“El procesamiento de la información se hace rápido y en bruto para que el cliente (Spectrum) pueda tener primero una versión preliminar y luego una versión más detallada”, dijo Cindy.
Los datos son almacenados en cintas con capacidad de entre 60 gigabytes y un terabyte.
Un cable con pájaros.
El instrumento de medición clave del “Hawk” es un cable de 10 kilómetros de longitud que se tira al agua desde la popa.
El cable, que tiene varios tipos de sensores, es arrastrado por el agua a una velocidad de 7 kilómetros por hora en líneas de medición que en promedio son de 100 kilómetros. A unos 80 metros del barco se colocan cuatro tubos de 17 metros cada uno, dos a la izquierda y dos a la derecha del cable principal.
Los tubos tienen 40 armas de aire comprimido que se disparan todas juntas generando el impulso sonoro que es captado por los sensores del cable. Las armas se van disparando de forma gradual, en lo que se conoce como “arranque suave” y demora una media hora en que disparen todas al unísono. Los disparos se hacen cada 25 metros, por lo que en una línea promedio hay 4.000 disparos.
Para mantener un cable de 10 kilómetros en la posición exacta se le coloca cada 300 metros un artefacto de un metro y medio de largo denominado “pájaro”, que en la punta tiene un compás y en la cola un sensor inalámbrico que se comunica con los sensores del cable. Así, desde la sala de control se le ordena a cada uno de los 33 “pájaros” la profundidad y el ángulo en que deben posicionarse. Con un par de alas que tienen a los costados, esos instrumentos fijan la posición deseada del cable.
El cable está dividido en secciones de 150 metros con 12 sensores cada una. Cada cinco secciones se coloca una caja de recepción encargada de acumular los datos de esas secciones, digitalizarlo y enviarlo por el mismo cable (vía fibra óptica) a los ocho monitores de la sala de control.
Como los materiales de todo este equipo superan las decenas de miles de dólares, se prevé hasta el más mínimo detalle. En caso de cualquier incidente que pueda causar la rotura del cable hay colocados cada 600 metros unos dispositivos con sensores de presión. Así, si el cable empieza a hundirse y alcanza determinada profundidad, estos sensores activan un airbag dentro del dispositivo que eleva a la superficie al cable.
Para ir de la popa a la puerta de salida se recorren unos 20 metros entre escaleras, depósitos y pasillos. Al pisar tierra firme el “Hawk” vuelve a parecer un barco más y esconde a cualquiera que lo vea desde afuera su sinfín de desarrollos tecnológicos y curiosidades marítimas.