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(Pretoria, Sudáfrica). Cuando llegué a Zimbabue en 1992 con mi hija de nueve meses, mis colegas de las Naciones Unidas me aconsejaron, en caso de urgencia médica, ir al hospital público Parirenyatwa (nombre del primer médico negro zimbabuense). Mejor que las clínicas privadas. Cuando mi empleada precisó una operación en un ojo, quedé bien impresionada con la atención en Pari (así le dicen), modesto hospital pero bien equipado y gratis.
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Cuando fui expulsada en 2001, la violencia política y crisis económica (falta de combustible, pan y medicamentos) provocó el éxodo de profesionales, entre ellos enfermeras y médicos. Empecé a mandarle a mi empleada colirio con antibióticos, remedios y vitaminas desde Pretoria a Harare. Pronto, el sistema de salud entró en síncope y los indicadores de salud, en picada. La expectativa de vida bajó a 43 años en 2003, de 61 en 1986.
En enero de 2017, los médicos hicieron huelga reclamando tres meses de salarios atrasados. Escasean desde la gasa hasta la sangre. Las tarifas cobradas a los pacientes contribuyen a más de la mitad (54%) del presupuesto. Unicef lo llama “insostenible, injusto, ineficiente y regresivo” para el 75% de la población que vive con menos de dos dólares diarios.
Si hubiera que darle un premio a Mugabe, sería por la expansión y mejoras de la salud y la educación en Zimbabue durante los primeros 20 años después de la independencia, en 1980. Un modelo para África. Y después hay que quitarle el premio por destruir la economía y los servicios para permanecer en el poder: ya lleva 37 años.
Si la salud en Zimbabue no ha caído a los niveles grotescos del Congo/Kinshasa, es gracias a dos factores. Uno es el apoyo internacional. Es más eficiente mantener un sistema que dejarlo entrar en colapso. No hay fronteras para las epidemias. En 2011, un grupo de donantes estableció un fondo para la salud materno-infantil con US$ 430 millones, manejado por dos agencias de la ONU; lo renovaron en 2015. Este fondo hace una gran diferencia.
El segundo factor es el competente ministro de Salud, David Parirenyatwa (hijo del primer médico). En sus dos mandatos, 2002-2009 y 2013 hasta hoy, consiguió espacio para la ayuda internacional. Algunas cosas mejoraron con el fondo: el tratamiento ARV (880.000 personas o 75% de los seropositivos); la prevención del VIH a través de educación y preservativos (la tasa de infección se redujo a la mitad (14%) entre 2010 y 2015); el uso de anticonceptivos (60%); el control de la malaria; y la reducción en las tasas de mortalidad infantil y materna. Pero los hospitales mal equipados, el hambre, la pobreza y la represión continúan.
Ironías de la historia: desde el año 2012 los informes del Banco Mundial y de agencias de la ONU elogian que la esperanza de vida y otros indicadores de la salud están recuperando los niveles de 1990.