Silvestres, tercas y poéticas

escribe Silvana Tanzi 
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Nacen en terrenos baldíos, en arenales, al costado de las cunetas, al costado de las calles. Parecen endebles, pero resisten vientos y atraviesan el hormigón. Estas criaturas rebeldes son helechos, calagualas, dientes de león, espárragos, macachines. Usualmente se los considera yuyos o maleza invasora, pero allí, donde muchos ven “malas hierbas”, Federico Ruiz Santesteban (Montevideo, 1980) encontró un motivo para el arte. Las ha estudiado y recolectado en Ciudad de la Costa, la región balnearia donde creció. Él fue testigo de las transformaciones del paisaje costero a medida que se poblaba de casas, comercios y supermercados y se convertía en la zona de mayor crecimiento demográfico del país. Pero las malas hierbas resistieron.

Arquitecto, fotógrafo, docente y director del centro cultural Espacio Hiedra, desde hace años Ruiz viene trabajando en el proyecto Herbario. Oda a las malas hierbas, que se exhibe hasta el sábado 26 de setiembre en el Museo Zorrilla, con visitas guiadas los sábados 12 y 19 a partir de las 11.30 horas.

“Desde chico viví el culto al cantero y al jardín. En mi familia, las plantas eran una forma de construir lazos. Tengo imágenes de mi infancia, de cuando volvía de San José de la casa de mis abuelos con alguna plantita. Tal vez mi primer contacto con un hecho artístico fue ver cómo mis padres transformaron arena de balneario en un jardín. Lo hicieron también varias familias de la zona y fue una lucha enorme. Mi trabajo con Herbario es una continuidad natural con toda esa historia”, explicó Ruiz a Búsqueda.

De esa conjunción de fotógrafo y amante de la naturaleza surgió esta muestra que reúne fotografías de hojas y flores “tercas y porfiadas, insistentes en el acto de nacer para combatir el polvo, la aridez y el pavimento”, como las define el propio autor en el catálogo. Las obras se exponen en la sala del museo, que tiene una forma particular y parece insertarse en el jardín, y de hecho varias también se exhiben entreveradas con las plantas y los árboles que rodean el edificio. “Me parece muy simbólico que esta muestra esté aquí. Zorrilla luchó por este jardín, luchó contra las inclemencias del tiempo en una época en que esto era un descampado. Luchó por la casa y por las especies que homenajea en muchas de sus obras”.

Con sus tonalidades y matices de ocres, marrones, beiges y amarillos, las obras parecen verdaderas pinturas. Pero para llegar a estas composiciones Ruiz sometió a su materia prima a una tratamiento largo y meticuloso que mucho tiene que ver con el revelado tradicional de las fotografías. “Fue una voluntad de volver a revelar. Comencé a hacer fotografía a finales de los 90 con un sistema de rollo tradicional, después dejé por los altos costos y por la aparición de las primeras cámaras digitales. Agradezco mucho esta aparición, si no, no hubiera seguido en esta profesión. Pero con lo digital se pierde lo alquímico en la materialización de la obra. Entonces quise volver a revelar y empecé una búsqueda en las plantas, con métodos inspirados en un científico del siglo XIX, John Herschel, que fue fundamental en el origen de la fotografía”. Herschel es el fundador de la “antotipia”, una técnica que utiliza el extracto de las plantas para crear una sustancia fotosensible.

Ruiz empezó su primer proyecto con esta técnica en 2012, y en 2016 hizo una muestra con hojas individuales en el Espacio de Arte Contemporáneo. Pero ahora avanzó en su experimentación y continúa sin usar químicos ni material adicional. “Me pregunté qué pasaría si trabajaba con colchones de hojas que actuaran como un gran papel fotográfico”, dice para explicar el proceso. El tratamiento lleva mucho tiempo y algunas de las obras que ahora se exhiben tienen su origen en 2017. A partir de un colchón de hojas verdes, que pueden ser de hiedras, campanitas o achiras, Ruiz hace una pieza similar a un negativo y deja que pase la luz. “Hay zonas que reciben luz y otras no, por eso los cambios de tonos, aunque formen parte del mismo colchón de hojas. Es como cuando se levanta una piedra y queda la silueta marcada en el pasto. El proceso puede durar días, semanas y nunca es igual porque no todas las especies reaccionan de la misma manera”.

Estas diferentes reacciones hacen que las piezas sean por un lado únicas y por otro irrepetibles. Después que le saca foto a la composición comienza un proceso de secado y ahí es cuando las hojas toman una nueva forma y color. Incluso ya enmarcadas se siguen secando y modificándose. A algunas les salen hongos que Ruiz deja porque son parte del proceso natural.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

La muestra se iba a inaugurar el 18 de marzo y fue interrumpida por la pandemia y el cierre de los museos. La última obra que había hecho para esa fecha era una serie con las margaritas de Piria que ya estaban secas, pero ahora esa serie cambió tanto que se aleja bastante a la original. La margarita de Piria es una de las plantas más combatidas por los sojeros. Sin embargo, en esta muestra son de las obras más bellas. La serie está colgada al lado del decreto que las declara plaga nacional. “Está escrito en términos muy bélicos”, dice Ruiz.

“Es un universo y una dualidad fascinante. Donde algunos ven una planta que hay que combatir, la naturaleza considera que está sabiamente en su lugar. Para mí tienen una resistencia maravillosa y poética, para otros es angustiosa”, dice el fotógrafo. En la otra punta de la sala, lejos de la opinión de agrónomos y sojeros, en una vitrina se exhiben conceptos de quienes encuentran las bondades de estas plantas rebeldes. “Maleza es una planta cuyas virtudes aún no han sido descubiertas”, escribió el estudioso Ralph Waldo Emerson.

Esta muestra tuvo colaboradores, como el de la escritora Virginia Mórtola, que ayudó en los textos del catálogo y en la búsqueda de estas plantas tercas en Ciudad de la Costa. Por otro lado, el biólogo Alejandro Sequeira, un divulgador de la ciencia y un estudioso de hierbas medicinales y hongos, aporta otro de los textos que lleva por título Las hierbas del bien, y dice con respecto a la muestra: “El paisaje que ilustra la sala es diverso, las hojas de hiedra, y en particular la de las capuchinas o taco de reina, ornamentan las composiciones con nervaduras dispuestas en radios, algunas parecen paraguas desvencijados, otras, puntos de fuga o encuentros de caminos, caudales de savia. Nada más poético que la ciencia, ni nada más científico que el trabajo del artista”.

Este proyecto ha hecho reflexionar a Ruiz no solo sobre las plantas, sino sobre la incertidumbre que genera no poder dominar las obras. Lo ve en las huellas que la humedad, el viento o el sol dejan en las hojas, como si fueran un grabado que él no planificó ni puede, y tampoco quiere, modificar. “Es como asumir el error y el azar en una época en la que pensamos que con la cámara digital tenemos el dominio de todo. Hay que celebrar un poco perder el dominio”.

Vida Cultural
2020-09-09T22:33:00