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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAlgunas consideraciones con relación a la publicación “Es lo que hay, valor” de Carlos A. Muñoz sobre el 56º Premio Nacional de Artes Visuales, “José Gamarra”, realizado el 11 de setiembre de 2014 en el Semanario Búsqueda.
Mi nombre es Soledad, soy licenciada en Artes, egresada del IENBA, estudiante de la Licenciatura en Filosofía de la FHCE; y luego de escasos 10 años de trabajo y reflexión vinculados al fenómeno del arte me encuentro junto al artista visual Aldo Baroffio, presentando la propuesta “Liberaij” en el marco del Premio Nacional.
Pero esta no pretende ser una defensa de la propuesta ni de ciertas obras, llamémosle conceptuales, sino plantear algunas problemáticas en torno al fenómeno artístico inserto en la época que nos toca vivir, usando como disparador la presente edición del Premio, y algunas resonancias generadas en la opinión pública, como ser la antedicha publicación, de la cual se citaran algunas líneas para articular otra dimensión posible de análisis que aporte al debate y al diálogo.
Es un suceder innegable que el panorama institucional de las artes visuales actuales es problemático, no solo por el hecho de que las instituciones heredadas del pasado, como ser el museo, se hallan en crisis, sino por un compendio de elementos diversos que exigen cierta problematicidad para su abordaje.
Algunos puntos a considerar:
Primeramente, no creo que sea un fenómeno aislado que acontezca meramente en la escena local —supuesto difícil de sostener en el marco de un mundo global— ni que sea el resultado de un antojo arbitrario de los artistas, como parece sostener Carlos A. Muñoz al decir: “Todo vale si el artista dice que vale y lo expone como arte”, suposición que, sobredimensionando la figura del artista y olvidando justamente la complejidad del fenómeno, no manifiesta los entramados de poder que allí operan.
El estado del arte actual es sintomático, es decir “2.m Señal, indicio de algo que está sucediendo…” (RAE), más allá del círculo del arte. Carácter olvidado muchas veces a la hora de elaborar la reflexión.
Pero volviendo a la frase de Carlos A. Muñoz, expuesta descontextualizada. Subsiguiendo a su análisis de la propuesta “Liberaij” nos dice que: “…allí hay una clave para entender y discutir sobre las intenciones del arte uruguayo actual, sobre todo en materia de instalaciones e intervenciones. Todo vale si el artista dice que vale y lo expone como arte. Más viejo que Marcel Duchamp a quien se le sigue debiendo mucho lamentablemente. Hay críticos que dieron por muerto al arte por estas cuestiones. O perciben al arte contemporáneo en un ‘callejón sin salida’…”
Al respecto dos acotaciones de carácter general pero que, al mismo tiempo, mantienen vinculación directa con la propuesta “Liberaij”.
Por un lado se da por sobreentendido que el gesto duchampiano tuvo por cometido demostrar que el artista tiene el poder de decisión sobre la legitimación de lo artístico. Por el contrario, el más conocido de entre sus readymades, Fuente es presentado en el marco de la primera exposición de la Sociedad de Artistas Independientes en Nueva York (1917) organizada bajo la proclama: “Ni jurados, ni premios”. Duchamp presenta el mingitorio invertido bajo el seudónimo R. Mutt, entre otros motivos, para reservar su identidad de “artista” al tener un vínculo con los organizadores (el entrecomillado alude a que él no se llamaba artista, por el contrario introdujo el término “anartista: no artista en absoluto”, para referir a si mismo). Finalmente Fuente fue rechazado.
Al parecer Duchamp habría querido mostrar los límites democráticos de los organizadores poniendo al desnudo los mecanismos de legitimación de las instituciones.
Pero aquí no se trata de un trabajo sobre la rica perspectiva duchampiana, a la que, y discrepando con Carlos. A. Muñoz, se le debe muy poco. Pues el gesto inaugural de Duchamp va realmente al límite de lo pensable. Su enunciación atenta contra el fundamento mismo de nuestro pensamiento —logo-céntrico y dicotómico— pues el readymade, fiel al principio de cointeligencia de contrarios, se manifiesta como una obra de arte que (al mismo tiempo) no es una “obra de arte”.
Opuesto a pensar que el artista instituye lo artístico, la perspectiva duchampiana, descentra el análisis del artista y la obra para extenderlo al espectador. Al respecto “mea culpa” instalación de Aldo Baroffio realizada en el año 2011 en el EAC, pretende dar cuenta al modo que lo hace Duchamp, del lugar protagónico del espectador (para visualizar la obra ir a: http://www.eac.gub.uy/eac_files/eac_pdf/temp2_1/eac_delitosdeartedos.pdf).
Por otro lado, y en estrecha coligación, se presenta un tema de larga data, la muerte del arte. Encontrando su primera enunciación en la filosofía de Hegel, prosigue constantemente como problemática en las teorías estéticas del Siglo XX, pasando, a rasgos generales, por las corrientes analíticas y hermenéuticas.
Aquí se propone arrimar algunas reflexiones para pensar la presunta muerte del arte y sus consecuencias, así como extender la reflexión sobre el devenir contemporáneo más allá de los lindes del mundo del arte.
En La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica (1936) Walter Benjamin establece que a comienzos del S XX -con el devenir de la fotografía y el cine como técnicas reproductivas por excelencia- el arte sufre una modificación cualitativa de su naturaleza.
Hablar de muerte del arte presupone la existencia de un comienzo. Para el autor este momento está determinado por la confluencia de dos valores que destacan por su polaridad: el “valor cultual” y el “valor exhibitivo”. Solo en la medida en que estos dos valores —que refieren al modo de recepción de la obra— coexisten es posible hablar propiamente de arte.
Ahora bien, ¿qué sucede con estos valores en el Siglo XX? “La obra de arte reproducida se convierte, siempre en medida creciente, en reproducción de una obra dispuesta para ser reproducida” (Benjamin, 1936), y el “valor exhibitivo” de la obra reprime por todos lados al “valor cultural” hasta el extremo de hacerlo desaparecer; lo que comportaría la muerte del fenómeno. Sin embargo es pertinente aclarar que dicho certificado de defunción implícito en la teoría benjaminiana refiere exclusivamente al arte tradicional con su modo de ser aurático. A la muerte del arte tradicional le seguiría el nacimiento de una nueva forma de “arte”, a la cual el autor otorgará potencialidades benéficas.
Tal tesis sobre el carácter predominantemente exhibitivo del arte, es reforzada por las posteriores afirmaciones debordianas sobre el fenómeno generalizado de lo espectacular en las sociedades actuales: “Toda la vida (…) se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos…” (G. Debord, 1967).
La actual “expansión de las industrias audiovisuales mass-mediáticas y la iconización exhaustiva del mundo contemporáneo” (J. L. Brea, 1996) nos enfrenta a hondas modificaciones en el modo de darse nuestra existencia, alterando la dimensión estética, y particularmente de sobre manera la experiencia artística. Dejándola sin aparente función social, parecería desvanecerla.
Es allí que preguntamos, ¿Qué le pedimos al arte?, ¿aun belleza? quizás… no lo sé, quizá primeramente para ello debamos poner en cuestión el sentido que damos a esta palabra en un mundo estetizado donde la belleza aparece por todas partes.
Distinto a como lo vivenciaron los activismos de vanguardia, como consumación del arte como fenómeno institucionalizado en pos de una feliz disolución de su especificidad en una estética de la existencia al modo nietzscheano, se da por el contrario su consagración “…en una forma exhaustivamente institucionalizada (…) disuelta en una lógica más amplia: la lógica misma del espectáculo”. (J. L. Brea, 1996). De ello parecen dar cuenta los megaeventos de las bienales y la proliferación cada vez mayor de los agentes vinculados al universo artístico y cultural.
Contra la afirmación falsamente pluralista del “todo vale”, creo que el mundo del arte debe proponerse dar “…mayor valor a aquel arte que todavía hoy se manifiesta como radical crítica de la representación que a aquel que, en cambio, se limita a hacer mero ejercicio de esta. (…) El arte contemporáneo no (debe tener) la pretensión de ofrecer ornamento, distracción o entretenimiento. Sino más bien al contrario la de denunciar de modo radical las insuficiencias del mundo en que vivimos. Menos la de avalar un orden de la representación que la de precisamente cuestionarlo, menos la de ofrecer al hombre contemporáneo un sillón cómodo en que olvidarse por un momento de sus preocupaciones, que la de oponerle un espejo muy poco complaciente que le obligue a enfrentar sus insuficiencias, a reconocer sus más dolorosas contradicciones”. (J. L. Brea, 1996)
“Liberaij”, como otras obras quizá, probablemente no logre los cometidos aquí expuestos, pero por lo menos los artistas se lo proponen como camino a seguir construyendo.
El trabajo es arduo.
Enmarcados en este panorama la frase que figura al final del texto que acompaña a la propuesta “Liberaij”: “las cosas, y por sobre todo las obras de arte, parecen adquirir su “valor” en el acto del mostrar.” adquiere un sentido bien distinto, no equiparable, creo yo, al “todo vale si el artista dice que vale, y lo expone como arte” (Carlos A. Muñoz) y no admite desde el seno mismo de su propuesta la opción de no mostrar, ya sea por voluntad propia o ajena.
Lic. Soledad Bettoni