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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn su columna del día 18/6 y bajo el título “Ser como Dios”, Marcos Cantera Carlomagno esboza una teoría fatalista del futuro latinoamericano, sosteniendo que ese es un continente “totalmente fracasado, con un pasado deplorable, un presente patético y un futuro negro”.
Desgrana datos sobre la realidad de los países del área y remata su artículo refiriéndose a Argentina, y en particular a los dislates del gobierno, enumerando desde algunos de los frondosos hechos de corrupción públicamente conocidos hasta la desatinada versión expresada por la presidenta y sus funcionarios respecto a que en Argentina se vive mejor que en Dinamarca y que incluso hay más pobreza en Alemania que al oeste del Río de la Plata.
Se podrá o no coincidir con las opiniones del columnista. Por mi parte, no creo en determinismos históricos ni en sociedades condenadas para siempre, irremediablemente. Y, en particular, creo que Cantera Carlomagno, al referirse al “pasado deplorable”, saltea etapas de la historia de Argentina en donde su desarrollo y crecimiento ciertamente la ubicaban como una república democrática próspera, lugar de refugio de cientos de miles y millones de europeos que llegaban a ese país lejano en el sur del mundo a construir una vida mejor.
Pero reitero, se podrá o no estar de acuerdo con su teoría.
Lo que me llama la atención poderosamente del artículo comentado es la alusión que hace Cantera Carlomagno al referirse al genérico “los argentinos”: allí expresa que “los argentinos se viven felicitando a sí mismos, por ser como Maradona, como Messi, como el Papa y como Dios. Es decir, argentinos”.
Quiero criticar y polemizar —con respeto— con Cantera Carlomagno. Puedo entender que un actor de stand up en su monólogo intente sacar risotadas de la platea haciendo bromas sobre las supuestas características de “los argentinos”. Puede hacer chistes el actor y contar que un argentino se suicida “saltando desde su ego”. Pero me resulta inentendible y hasta me descoloca totalmente esta grosera generalización de quien escribe una columna no para hacernos reir sino para hacernos pensar.
Las generalizaciones referidas a caracteres sociológicos de determinadas comunidades mediante las cuales se engloban conductas negativas que abarcan a todos sus integrantes son extremadamente peligrosas y la historia del mundo lo demuestra. El desprecio por un colectivo condenando a todos por “avaros”, o a todos por “golpistas”, o a todos por “creerse Dios”, es realmente nefasto. Como dije, quizá tolerable desde la platea para quienes escuchan el “chiste fácil” del humorista en el escenario. Pero complicado para aceptarlo sin cortapisas en un semanario libre como Búsqueda, y no en su página de humor, precisamente.
No quiero significar con esto —entiéndase bien— que critico que Búsqueda haya publicado dicho artículo. Muy por el contrario. Critico sí la teoría expresada por el autor en donde luego de comentar los dislates de los representantes del gobierno argentino, directamente pone a todos los de aquella nacionalidad en una especie de “círculo” dantesco en donde habitan los soberbios, los que se creen Dios, los que se creen superiores, los que se creen mejores que el resto; es decir, resumiendo: “los argentinos”.
En Argentina habitan entre sus 40 millones muchísima gente (léase millones también) que trabajan denodadamente por intentar construir una sociedad mejor. Millones que no se creen superiores a nadie. Millones que gracias a su esfuerzo hacen que ese país sea, aún, un país. No creo por ejemplo que el filósofo Santiago Kovadloff se crea Dios y le afirmo, Sr. Director, que representa en sus escritos y discursos a millones de argentinos, honestos y decentes. Y podría enumerar cientos de referentes sociales que interpretan acabadamente el sueño de millones de argentinos de querer vivir en una sociedad mejor.
Cantera Carlomagno llega al remate de su artículo tal como transcribí más arriba a partir de una serie de referencias a la corrupción del gobierno argentino y los disparates que representantes del mismo lanzaron respecto de que en Alemania hay más pobreza que en Argentina y que el mundo “nos envidia”. El proceso deductivo del autor que concluye sobre cómo son “los argentinos” a partir de cómo actúa su gobierno es tan peligroso como peligrosas resultan sus inverosímiles conclusiones.
Ni todos los argentinos se creen superiores o Dios, ni todos los judíos son avaros, ni todos los norcoreanos aman a su líder despótico, ni todos los venezolanos quieren vivir en la miseria y en dictadura pero amando a su líder Maduro. Como judío, aún escucho expresiones vinculadas a características negativas que “abrazarían” sin dudas a toda esa comunidad.
Si a alguno se le ocurriera aplicar la ética kantiana y el imperativo categórico “obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal” y entonces las conclusiones del autor pudieran ser usadas universalmente, bien que los antisemitas, por ejemplo, no dudarían en parafrasear a Cantera Carlomagno y su opinión sobre “los argentinos” y por lo tanto decir: “viven ayudándose entre ellos y nunca ayudan a otros, y son avaros, y son sucios, y quieren dominar el mundo. Es decir, son judíos”.
Raúl Geller