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“¡Hoy es un día precioso! Ya verás cómo viene alguien y lo jode”, reza el dicho, y bien podría sintetizar esta obra. Peter es un editor consagrado, uno de los principales de Nueva York. Ya crio a sus hijos y lleva una vida tranquila. Sentado al sol, disfruta de un domingo perfecto: lee solo en un banco del Central Park sin que nadie lo importune. Hasta que aparece Jerry y le arruina el día. Jerry es un hombre joven —podría ser hijo de Peter— y en segundos queda claro que está perturbado. Tremendamente trastornado. Tuvo sus posibilidades en la vida pero perdió todos los trenes: el del amor, el de la familia, el de los amigos, el del trabajo, el de la realización personal. Vive solo en una pocilga mugrienta en una decadente casa de pensión, de esas que hay en todos lados, en la que convive con todo tipo de marginales parecidos a él. De la nada, Jerry comienza a interpelar a Peter, a hostigarlo, a literalmente amasarle las pelotas con dardos irónicos para hacerlo sentir culpable por su nivel de vida, del estilo de: “¿Te esperan tu mujer y tus hijos en casa, no? A mí no me espera nadie”.
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La obra es un verdadero choque de trenes que estremece por su violencia. Está construida en torno a un texto brillante no solo por la elocuencia de sus imágenes sino por ese in crescendo de tensión que corta el aire y que conforme avanza el reloj da forma a una tormenta perfecta. Una tormenta de un solo hombre desesperado, enajenado, en una carrera demencial hacia la autodestrucción. Se trata del debut de Edward Albee, de 1956, que al mismo tiempo marcó la consagración de un dramaturgo que con obras como ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Tres mujeres altas y La cabra se convertiría en uno de los más importantes del siglo XX. No solo en Estados Unidos sino en todo el planeta. El cuento del zoo ilustró con elocuencia la versión americana de un conflicto universal: la desesperanza encarnada en un individuo abrazado a la muerte que se enfrenta a su némesis; un tipo realizado que conserva el pulso vital. Cada uno representa ideas y emociones opuestas. Mientras uno ataca a quemarropa, el otro se defiende como puede e intenta escapar del asedio.
En cierto modo, la obra es un monólogo de Jerry, un estupendo trabajo de Álvaro Armand Ugón, uno más en la carrera de un artista hecho y derecho, que ya llegó a su madurez. A golpe de ojo es un actor de modos algo aparatosos y grandilocuentes (esta apreciación no es necesariamente negativa). Pero una vez incorporado su código de tonos de voz, modismos, gestos y desplazamientos, la narración funciona a pleno. Constelaciones, Largo viaje del día hacia la noche,La heladera sueca, Hamlet, Resiliencia… Al repasar su carrera el recuerdo es siempre sólido. Cuesta encontrar fisuras en sus trabajos.
En la otra esquina de este ring psicológico, Jorge Denevi logra sostener una actuación esencialmente física, porque a su personaje casi no lo dejan hablar. Sufre un intenso bombardeo retórico y hace lo que puede para capear el temporal. Y su larga y delgada anatomía responde como la de un boxeador acorralado que debe concentrar todas sus fuerzas en mantenerse en pie y cada tanto, cuando puede, soltar algún golpe. La traducción, del propio Denevi, incorpora algunos giros lingüísticos más cercanos a esta parte del globo terráqueo, y aprovecha con oficio la esencia universal —o al menos occidental— de la historia; su puesta en escena saca óptimo provecho de la amplitud de un escenario que, habitado solo por dos actores, es ideal para los grandes y violentos desplazamientos de este hombre en llamas que ya no tiene nada que perder y que está dispuesto a todo. Otro acierto en la obra reciente de Denevi, quien hace un buen tiempo que no erra el tiro.
El cuento del zoo (A Zoo Story), de Edward Albee. Traducción y Dirección: Jorge Denevi. Con Jorge Denevi y Álvaro Armand Ugón. Teatro Alianza, Sala 2 (Paraguay 1217. Sábados, 21 h, domingos, 19.30. Duración: 70 minutos. Entradas: $ 390 y $ 330 (jubilados), en Abitab y boletería.