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Cuando dispongamos de la distancia y de la información completa requeridas para hacer un balance consolidado de cómo los uruguayos gestionamos la pandemia del coronavirus, cabe esparar que figurarán aciertos y errores, apresuramientos y demoras, por un lado, y, por el otro, avances audaces e innovadores, coronados por resultados exitosos. Así, por ejemplo, espero que seamos lo suficientemente memoriosos y agradecidos como para nunca olvidar a los protagonistas de la hazaña de diseñar y organizar la fabricación a escala local de los reactivos para detectar la presencia del virus, así como la determinación de los procedimientos aplicables para analizar las muestras obtenidas y, más adelante, para secuenciar la composición genómica de las distintas variantes encontradas.
Con todo, hoy quisiera atraer la atención de los lectores de este semanario sobre dos aciertos que no tienen que ver con esa vertiente científica de la gestión, sino con su vertiente social o, más propiamente, ciudadana. En primer lugar, corresponde destacar el acierto de incluir a la población residente en nuestros establecimientos carcelarios entre los grupos prioritarios para recibir la vacuna, así como la respuesta notable de esas personas: el porcentaje de los que aceptaron ser inoculados (94%) supera al de todos los grupos o sectores sociales, ya sea por edad, profesión, lugar de trabajo, etc. Para complementar, muchos de los detenidos se ofrecieron a donar plasma para los tratamientos a las personas infectadas. El éxito de esta operación debería ser tenido en cuenta por los integrantes del grupo recientemente nombrado para asesorar al gobierno en políticas carcelarias y de rehabilitación, por cuanto ella se basa en algo muy básico: la importancia de demostrarles que la ciudadanía en su conjunto no se ha olvidado de ellos y que se preocupa por su destino, que forman parte de ese nosotros compartido y que estamos dispuestos a invertir en su reinserción (en mi caso, puedo hablar sin vergüenza, por cuanto fui uno de los que reclamé públicamente que se les adjudicara esa prioridad vacunatoria).
En segundo lugar, la hazaña cumplida por los riverenses. Así como en la India se destaca el estado de |Kerala por su gestión de la pandemia, los uruguayos tendríamos que observar con cuidado y con admiración la campaña llevada adelante en rivera —tanto la gestión de los encargados locales de dirigirla como de la población que colaboró a fondo—, que permitió pasar de ser el departamento más contaminado y expuesto a la entrada de nuevas cepas a ser el que se adelantó a todos los restantes en bajar al mínimo el índice de Harvard. Debo aclarar que he tenido en cuenta toda la información relativa al inicio y la velocidad de la campaña de vacunación, a los impactos inmunizadores de la cantidad de población contaminada, y siempre resta una diferencia irreductible a esos factores, un logro que solo puede ser debido al acierto de los protocolos sanitarios adoptados y a la disposición de la población a atenerse a ellos, en un escenario muy difícil de controlar por el continuo contacto con la población brasileña. En un informativo de la televisión recuerdo que escuché a un jerarca de ese departamento —no recuerdo si se trataba de alguien relacionado con el Ministerio de Salud o el del Interior— explicando que habían reaccionado después de llegar a una situación extrema y a raíz de esa vigorosa reacción habían logrado corregir el rumbo y salir adelante. Lo que aún no sabemos y valdría la pena indagar a fondo es cómo alcanzaron esos logros y en un período relativamente corto, desde mayo a julio de este año. Quizás valdría la pena que el Ministerio de Salud nombrara a una comisión ad hoc para indagar sobre el punto.
