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    El águila del Graf Spee

    Sr. Director:

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    Hoy se trata de dirimir qué se hace con el Águila del Graf Spee, y en ese aspecto coincido con lo expresado por Martín Peixoto en la carta publicada en Búsqueda la semana pasada: lo mejor es que resida en el Museo Imperial de la Guerra, en Londres. Esa institución cuenta con un contexto donde integrar e interpretar la pieza, del que Uruguay carece totalmente. La opción de venderla al mejor postor, como parecen preferir Bado y Echegaray, casi seguramente la pondría en manos de neonazis. La opción de que permanezca en Uruguay no tiene sentido porque no es adecuado intelectualmente ni sano moralmente promover el fetichismo histórico, y mucho menos de objetos nazis. La permanencia en Uruguay materializaría aspiraciones de las logias y capitales que siguen adhiriendo al nacionalsocialismo, las que buscarían una forma de adquirir el Águila y llevársela en el futuro o, si permanece aquí, venerarla en el marco del culto al Tercer Reich. La posibilidad de fundirla en un acto público constituye una alternativa extrema, pero también consecuente con los principios que tradicionalmente ha abrazado Uruguay. Y las cuestiones morales están por encima de mantener, exhibir —o todo lo contrario— la mayor parte de los objetos.

    Nada nuevo se dejaría de aprender sobre el nazismo, la Segunda Guerra Mundial o la batalla del Río de la Plata si el Águila del Spee desapareciera para siempre. Después de todo, estuvo décadas bajo el mar, hasta que un pernicioso decreto del Poder Ejecutivo de 1986 habilitó a los “buscadores de tesoros” y el Estado uruguayo —entre tantos desatinos culturales y económicos— alentó la aspiración de poseer símbolos nazis auténticos por parte de minorías repudiables. Si el águila no puede ir al Museo de Guerra inglés y se funde, la humanidad se sacará un peso de encima, como sucedió en Alemania con la tumba de Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler. Esa tumba, que se había convertido en lugar de peregrinación de neonazis, fue clausurada en el 2011 y los restos mortales fueron incinerados y echados al mar sin ninguna ceremonia. Si el águila se fundiera en un acto público, es posible que la espectacularidad del acto ayudara a comprender de manera masiva, local y universal, que no cabe jugar a la búsqueda de tesoros, ni en tierra, ni en mar, ni en ningún lado, cuando se trata con bienes histórico-culturales y que las cuestiones morales están por encima de los objetos.

    Uruguay puede llegar a poner el tema a consideración de la comunidad internacional. Que el mundo, a través de sus instituciones universales —Corte de La Haya, Unesco, Consejo Internacional de Museos, entre otras— considere si la disyuntiva es correcta de acuerdo al estado de la cuestión o si existen otras alternativas. No nos quedemos solos con esta decisión que pertenece de alguna manera a toda la humanidad. Estoy seguro de que por este camino encontraremos aliados que ayuden a alumbrar una solución adecuada a los buenos principios morales y culturales, así como que puedan apoyar económicamente el encuentro de una salida definitiva. Pero, eso sí, tiene que ser una iniciativa exclusiva del Estado uruguayo.

    Cuando se extrajo el águila, en el año 2006, se desoyeron las advertencias de historiadores, arqueólogos y otras voces ilustradas que actuaron —y siguen haciéndolo— con conocimiento y buena fe. Los buscadores de tesoros, entre muchas otras cosas, dicen que colaboran con el conocimiento histórico, pero no quieren hacerse cargo de cuál sería el más probable destino del águila si se rematara públicamente.

    Asimismo, en todos estos años de campaña mediática, Bado y Etchegaray llegaron a expresar que la cifra de venta en una subasta podía oscilar entre 40 y 50 millones de dólares (las notas se encuentran fácilmente en Google). El sábado pasado, en el suplemento Qué Pasa del diario “El País”, el historiador y antropólogo Fernando Klein, que acaba de publicar un libro sobre el Graf Spee, dice que “hay que ver a quién se le vende” el Águila, aunque no está de acuerdo con la alternativa de fundirla. Estima que “su valor comercial rondará el medio millón de dólares” (¿de dónde sale esa cifra?, por favor es de interés público Sr. Klein, gracias), aunque advierte que “para ciertos grupos neonazis puede tener un valor incalculable”.

    Atentamente,

    CI 1.530.424-3