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    El militarismo estadounidense

    Sr. Director:

    La tergiversación de nuestra historia no tan reciente se deja sentir muy en especial entre las generaciones más jóvenes, donde la demonización de todo lo que suponen las FF.AA. se lleva la palma. Se menciona a José Pedro Varela y se oculta al presidente Latorre: sin duda el mayor y sintético ejemplo a la vista de lo que analizamos. En nuestro país en lugar de adoptarse una actitud más cercana al sentido común frente a la necesidad incuestionable de aceptar racionalmente las instituciones militares que nos consagraron desde las patriadas de 1811, se han generado polémicas absurdas donde sin lugar a dudas sobresale el hecho de que buena parte de la izquierda no perdona a las FF.AA. haberles impedido el dorado sueño de la “revolución”; esta concepción es fundamental y todo lo demás, sea filosófico o social y hasta político, se les hace secundario y aquellos estereotipos tan infantilmente utilizados ya no resisten las críticas. Y los polemólogos criollos, en su utópico afán de negar su necesidad (“un mal innecesario”), siempre una y otra vez, exponen el ejemplo de Costa Rica. Y con este avaro nivel de entendimiento recaen en el absurdo, pues la fuerza policial costarricense posee una formación castrense y grandes medios similares a cualquier ejército y, además, en cada oportunidad en que desde Nicaragua se puso en peligro su soberanía e integridad, como en 1948, 1955 y 1978 ante la amenaza de los “tachos” Somoza (padre e hijo) y muy recientemente a partir del 2002 en adelante por la situación actual en aquel desgraciado país, surgió desde el extranjero el inmediato y muy explícito apoyo material y militar de Panamá. Basta recordar al general Omar Torrijos con sus declaraciones de garantía plena en aquellas instancias cuando la OEA mostraba una vez más su tradicional inacción. En este espacio de discusión —que parece tan prolífico para los que en su mejor hora apoyaban a la Unión Soviética ocultando que esta otorgaba un 52% de su presupuesto para sus ejércitos— también se hace mención a los Estados Unidos, haciendo notar que en su historia no hubo irrupción del estamento militar en su vida política, comparando esto con elementos de otras sociedades. En este capítulo en realidad solo puede sobresalir el hecho de que en el mundo anglosajón todas las grandes controversias políticas, sociales y económicas se decantaron siempre dentro de los parámetros jurídicos tradicionales sin salirse de la raya y por supuesto barriendo todo bajo la alfombra. En tamaño caso comparativo lo único que sobresale es que en aquellos lares del norte continental no hubo pretorianos ni bonapartistas, pero sí una presencia militar dominante que marca su historial hasta finales del siglo pasado, que es acorde con la violenta expansión del estado de la Unión hacia su consolidación desde su núcleo inicial y utilizando la fuerza para absorber enormes espacios geográficos. Y a vuelo de pájaro resta presentar a los uniformados que alcanzaron la máxima posición política siendo cada uno de ellos protagonistas de lo anterior. Tomando perspectiva todo se clarifica, desde la figura del general George Washington, quien como coronel revisto en el Ejército británico pero sin mayor brillo, aunque su acción durante el vamos independentista lo mostró bien afirmado en su condición de profesional de la guerra. Fue así que junto a la flamante independencia de las 13 colonias, se denota que la misma no hubiera triunfado sin la presencia del general prusiano Steuben, el marqués de Lafayette, la flota francesa y asimismo la ayuda de la España de Carlos III. Este capítulo nos muestra una larga lista de generales —por fuera de los civiles pioneros padres de la patria— que se encaramaron en la primera magistratura estadounidense como el presidente William Harrison, veterano de la guerra de 1812 pero que ejerció solo un mes en el cargo. Y de aquí en más se prosigue con el general Zachary Taylor, “old rough and ready”, así bautizado por sus tropas durante la apabullante aunque cruenta campaña triunfal contra México, con la hazaña de arrebatarle Tejas, Nuevo México, Arizona, California, Colorado y asimismo tomarle hasta su misma capital. Era el dorado momento del “destino manifiesto” consagrado siguiendo las bases de la “ley de naturalización” que el mismo general Washington había firmado en 1790, con todas las desgracias que ello supuso para los no caucásicos en los siglos por venir. Otro más que alcanzaría la presidencia sería un veterano de aquel conflicto con sus vecinos mexicanos, el general Ulisses Grant, de notable actuación en plena Guerra Civil de 1861 a 1865, llamado “the butcher” por los medios perdidos, ya que junto con su colega Sherman fueron denostados a causa de las atrocidades que se cometieron durante sus recordadas incursiones incendiarias contra la población civil del sur; aquel inolvidable film Lo que el viento se llevó nos trae esta memoria. Rutheford Hayes, 19o presidente de la Unión y general de división en aquella instancia de lucha fratricida, fue otro líder militar que alcanzó la presidencia y quien consolidó la expansión al oeste y con este la virtual aniquilación de los “pieles rojas”. Y la saga uniformada continúa con el general James Garfield, quien durante la Guerra Civil había sido factor decisorio en la gran batalla de Shiloh y alcanzó la presidencia en 1881, pero fue asesinado a los pocos meses de gestión. Cierran este espacio el general de brigada Chester Arthur y su colega Benjamin Harrison, que alcanzaron fama en aquel crudo conflicto. En esta instancia y ya clausurando este siglo XIX se hacía realidad lo dicho por Alexis de Tocqueville en 1835 en referencia a que la pujanza de la novel nacionalidad estadounidense se enmarcaba en su estabilidad política, aunque también con el fuego de sus mosquetes. Y surge la figura de Teddy Roosevelt, el viejo coronel de los “rough raiders” de la campaña cubana, aquella asimétrica “wonderfull war” contra la vieja España, quien luego en el sillón presidencial fue el gran ejecutor de la política del “big stick” y afortunado artífice del canal de Panamá, hecho consumador de todas las grandes expectativas geopolíticas del mundo estadounidense absolutamente confirmada luego con la circunnavegación de la acerados navíos de la “White Fleet”. Y no podemos olvidar a uno de los apologistas de las políticas expansionistas del Tío Sam que en esta última instancia desde las páginas de la prensa Hearst nos dejó una muestra muy explícita del “nacimiento de una nación”: nada menos que Karl Marx. Siguiendo este hilo se observa que en el siglo pasado muchos de los que se sentaron en el Salón Oval vistieron uniforme naval, antes, durante y después de los hechos de la última conflagración mundial. Harry Truman, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, James Carter y hasta Ronald Reagan que trabajó en la producción de filmes para el Ejército y la Armada tras Pearl Harbor, tuvieron sus años castrenses. Basta destacar al general Dwight Eisenhower en esta larga lista de indiscutible liderazgo, emanado sin duda en buena parte por sus experiencias en los campos de batalla e incluso señalamos al mismo Franklin Delano Roosevelt, quien ejerció la importante carrera de secretario adjunto de marina durante la presidencia de Wilson. Opinando muy a la ligera queda establecido en definitiva que los EE.UU. lanzaron su violencia organizada sobre las frágiles fronteras de mexicanos, españoles e indígenas, otorgando a sus profesionales de la guerra muy poco tiempo como para dedicarse a inmiscuirse en otros espacios. Entonces mostrar a la democracia norteña y a la ponderable Costa Rica en terrenos de comparaciones con lo nuestro es solo un recurso de política menor. En un mundo donde virtualmente en estas latitudes no hay hipótesis de guerras entre Estados pero sí graves y nada ortodoxos conflictos lanzados sobre situaciones políticas y sociales es lo que se muestra y sobreviene en esta hora global y dentro de un todo —pese a que últimamente en las instituciones civiles no siempre se valoriza al profesional militar— para afrontar estas contingencias están siempre las FF.AA., instituciones que nacen con la patria y que pueden llegar a ser bastante prioritarias a la luz de estos últimos tiempos.

    Alejandro Nelson Bertocchi Moran

    CI 1.213.521-1