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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay que festejar que, luego de 80 años de desastres (que algunos habían sabiamente previsto), se haya reabierto el debate sobre el monopolio de Ancap y, en realidad, sobre la existencia misma de ese mamotreto que tanto daño nos ha causado a los uruguayos. Las vacas sagradas deben pastar en las praderas de la India. Allá, por razones religiosas, la gente ha estado dispuesta a morir de hambre a su lado sin intentar pelarles siquiera algún trocito de asado… Pero no hay motivo alguno para permitir que continúen pastando en las feraces praderas de la Banda Oriental.
Lo malo es la escasa calidad de la mayor parte de los argumentos que se despliegan a favor de ese engendro dañino.
Se quejan del costo de los combustibles. Muchos sin pensar bien en lo que dicen. Pues yo tengo mucho gusto por el cine, el teatro y el ballet. Y en cuanto puedo, concurro a esos espectáculos. En los cuales siempre me cobran entrada. Que pago con mucho gusto. Sin quejarme de su costo.
Y eso no me permite entender la incoherencia de quienes aplauden que se mantenga la cementera de Ancap (hay que preservar las fuentes de trabajo), el subsidio al boleto montevideano (el Estado uruguayo es el escudo de los pobres) y también la nefasta Alur (hay que cuidar su función social).
Es incuestionable que si la mayoría de los uruguayos (no me cuento en esa mayoría) deciden mantener esas vacas sagradas, así debe ser. Es la regla básica de nuestro sistema institucional. Pero si quieren darse esos gustos… que paguen el precio. Como hago yo cada vez que voy al teatro o al cine o al ballet. Que no se quejen. No sean incoherentes.
Algunos intelectuales de pacotilla nos obsequian con voz engolada y expresión facial al tipo de Oráculo de Delfos y nos informan que eso de los combustibles es un sector estratégico. Por supuesto, se quedan ahí, en su supuesta excelencia intelectual, y nada nos explican sobre qué puede ser eso de estratégico.
No sería mala cosa que se hicieran un viajecito hasta Nueva Zelanda y Paraguay para explicar a esos ignorantes que es eso de estratégico con relación al suministro de combustibles. Y sobre los tremendos riesgos que están corriendo esos dos países por haber resuelto optar por la libre importación de combustibles refinados. Estoy muy atemorizado por los desastres que se avecinan para estos incautos neozelandeses. ¡Pobre gente! En qué lío se han metido por no haber consultado antes al FA o al PIT-CNT…
Luego nos anuncian que, si enviamos Ancap al lugar de donde nunca debió salir, caeremos en manos de algún monopolio (por supuesto, trasnacional, neoliberal, cruel y explotador). Nunca nos explican cómo tal cosa no nos sucede cuando importamos petróleo crudo. ¿Por qué no hay monopolistas expoliadores amenazando nuestras estrategias en ese rubro?
Vendedores de combustibles refinados hay demasiados en el mundo como para que haya riesgos de ese tipo (como bien lo saben en Paraguay y Nueva Zelanda). Lo único que es necesario hacer para no correr riesgos es mantenerse como dueños de las costosas instalaciones necesarias para desembarcar el combustible. Pues es obvio que si dejamos esas instalaciones en manos de un solo agente, lo que habremos hecho sería reemplazar el monopolio de importación por un monopolio de recepción.
Y eso no es bueno. Esas instalaciones deben quedar en poder del gobierno nacional. Pues los liberales sabemos bien que los monopolios suelen ser malos, pero que si hay que optar entre monopolio público o privado, siempre debemos elegir el público.
Y luego nos dicen que si hay un solo importador de combustibles refinados, este agente podrá cobrar precios muy caros por ellos. Lo cual no es correcto. Soy hombre nacido en el asfalto montevideano, pero llevo ya más de medio siglo como hombre de frontera (por el este y por el oeste). Y recuerdo muy pocas oportunidades en que los precios de los combustibles en boca de expendio argentinas y brasileñas no hayan sido más baratos que los locales. Y alcanza con permitir —íntegramente— la libre importación para impedir aquel riesgo: extendida la libre importación a todos los habitantes del país, el agente explotador trasnacional tendrá límites para su codicia. Nunca podrá cobrarnos más que el precio a que nos venden del otro lado de las fronteras. Todos tenemos que ser libres de importar, y de donde nos resulte preferible. Y el freno al voraz monopolista se genera simplemente permitiendo que todos crucemos libremente la línea de frontera para cargar del otro lado.
Claro que en este caso habría que eliminar previamente los impuestos nacionales que se integran en el costo de los combustibles. Un mal impuesto por todos lados que se le examine y que solamente se entiende por la facilidad de su recaudación. Es cierto que eso implica que habrá que pasar esa carga tributaria a otro tipo de impuestos. Pero eso no puede asustar a nadie, porque ya estamos pagando esa carga. Se trata, solamente, de cambiarla de lugar.
Alguna tertuliana con rostro de sabia esfinge nos informa que, para el cuidado de la función social, el Estado debe perder algo. Sin entender que el Estado no puede perder. Y eso, porque en nuestro país no hay 3.300.000 uruguayos y, además, el Estado. Cuando se dice que el Estado debe perder, eso significa (traduciendo del español al castellano) que algunos uruguayos, que tienen ese poder en función de reglas de convivencia que nos hemos dado, tienen que sacar algunos dineros a ciertos uruguayos para dárselos a otros. Somos nosotros los que perdemos (o algunos de nosotros). No el Estado.
Y lo más notable de todo este asunto es el olvido en que han caído los uruguayos luego de pasados 80 años de la creación del dinosaurio. Y digo que es notable porque creo que haya sido una de las muy escasas oportunidades en que un liberal convencido como yo haya podido compartir algunas ideas provenientes de otras filas que no gozan de mi simpatía.
Ancap se creó en el año 1931 mediante un acuerdo entre la mayoría del Partido Colorado y los blancos independientes. El herrerismo —que había quedado fuera del acuerdo clientelar (canje de empleos por votos)— se opuso tenazmente. Pero no le alcanzaban los votos y el proyecto fue sancionado.
Lo singular del caso —podríamos decir: la parte regocijante del asunto— es que el herrerismo fue acompañado en su oposición por dos diputados que fueron los más tenaces contrarios al engendro.
Uno de ellos decía (con razón y previsión): “Las empresas del Estado no benefician ni a los consumidores ni a los obreros”. “Podrá ser cierto que han realizado tales ganancias: ¿pero a costa de quién han realizado esas ganancias? Han realizado esas ganancias a costa de una gran cantidad de abonados, de la cual forma parte una mayoría de obreros”. “Es una ganancia realmente extraordinaria, extraída de las necesidades y de la miseria de los trabajadores”. “El Estado utiliza esos entes para hacerles cobrar más de lo que necesariamente debe cobrar por sus servicios con el fin de llenar el presupuesto nacional”. (Esto puede leerse en el Diario de Sesiones de la Cámara de Representantes, 372-31, pág. 19).
Hay otras perlas deliciosas en esos diarios de sesiones. Y muchas más duras aún en la prensa de la época. Por desgracia (o cierta negligencia de mi parte), aunque tengo todo eso en mi poder, no puedo leerlas. El Dr. Ramón Díaz, junto con sus muchas enseñanzas, me dio ese lote de fotocopias hace ya más de 40 años. Las descuidé, no las pasé a computadora, y hoy son ilegibles. Fue muy sencillo conseguir copia del Diario de Sesiones. Quien tenga ganas de divertirse que busque en la prensa de la época, porque mis añejas fotocopias hoy son ilegibles. Hallará motivos de regocijo.
Después la izquierda y su brazo sindical se adueñaron de la empresa estatal. Y cuidadosamente echaron mucha tierra encima de esas sabias y previsoras declaraciones.
Los diputados que acompañaron al herrerismo y que son autores de las frases transcriptas fueron el número uno del Partido Socialista, Dr. Emilio Frugoni, y el número uno del Partido Comunista, Sr. Eugenio Gómez. Sí: socialistas y comunistas a coro. Soltando gruesos torpedos hacia la línea de flotación de las mal llamadas empresas públicas.
Por una vez puedo coincidir con ellos.
Sin dejar de señalar que no sería mala cosa evocar, como se merece, al fundador de Búsqueda. Porque en los primeros 100 ejemplares de Búsqueda (cuando era una publicación mensual) nos dejó gran cantidad de artículos en los que demostraba lo nefasta que ha sido siempre la tan venerada Ancap. Bien decía que el número exacto de refinerías de petróleo para un país de la escala uruguaya es uno solo: cero.
Como tampoco debería dejarse en el olvido su debate televisivo con el brigadier Borad (mandamás de Ancap durante la dictadura). Borad defendió el mamotreto estatal contra los embates del Dr. Ramón Díaz (demostrando así que el gobierno militar fue cualquier cosa menos neoliberal). Y hasta la defendió con cierto éxito, porque Ramón Díaz escribía como el maestro que era, pero hablaba muy mal. Lo que dio ventajas al brigadier Borad, por más que la pobreza de sus argumentos fuera evidente.
Enrique Sayagués Areco