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    El poder de la papa frita

    Estoy encerrada en el probador de una tienda. Situación penosa si las hay. El cubículo es mínimo, tiro la ropa que me he quitado e intento sacarme las botas haciendo acrobacia.

    , regenerado3

    Lo peor es el espejo. Un espejo de cuerpo entero, con una fría luz que refleja en todo su esplendor mi sobrepeso. Miro aquella barriga deprimente. No evoco ya los largos años de mi vida en que fui flaquísima; simplemente me pregunto cómo llegó allí todo aquello que me muestra el espejo. Y medito: pero yo como las 5 verduras frescas exigidas por los médicos, tomo leche descremada, jamás como fritos, ni carne, ni dulces, ni bizcochos. El espejo no miente: me gusta la pasta, la pizza, el queso…

    De pronto, escucho al otro lado de la cortina del probador a la vendedora hablando dulcemente con su hijito. El nene está a punto de irse a la escuelita. Y la madre le pregunta qué se lleva de almuerzo. No puedo escuchar la respuesta del nene, pero sí la exclamación de la madre que le sigue: ¡Qué rico! ¡Milanesa con papas fritas!

    En ese momento me percato de que la prenda que yo me iba a probar, un XXL, en verdad no me entra. La devuelvo.

    Me voy de la tienda decepcionada. Por 18 de Julio, miro a las personas que se cruzan conmigo. Y los ojos se me van hacia las barrigas: abundan. La gente es gorda. La mitad tiene 15, 20, 30 kilos de más.

    Me percato de que esos kilos están metidos tal vez para siempre en cuerpos jóvenes. ¡Las mujeres de mi país están gordísimas! Me pregunto si siempre ha sido así. ¿Tendrían en tiempos del Maracaná las heladeras de las casas bolsas de papas para freír en el congelador? No: se pelaban y punto.

    Algo falla: una escuelita que acepta comida chatarra, el multiempleo que impide a una profesora ir a hacer ejercicio al volver de trabajar, la falta de una educación física efectiva en liceos y escuelas.

    Pero me asalta un recuerdo. Un amigo es director de un liceo periférico. Allí hay chicos de contexto crítico y se les asegura el almuerzo. El liceo no tiene comedor sino que reparte comida en bandeja, una comida que no necesita cubiertos. Léase: tartas, milanesa al pan, hamburguesas. Mi amigo me cuenta que ha debido eliminar las pascualinas. Los liceales uruguayos no soportan comer verde. Puaj. Tiran enterita la tarta a la basura: también la torta de puerros o zapallitos.

    ¡Y qué decir de la lechuga en la milanesa al pan! La sacan como si fuera veneno verde. También se deshacen del tomate.

    Días atrás, en un bar, un grupo de amigos profesores estaban muy preocupados porque puede perder las elecciones el Frente. Uno dice: es que el Frente debería haber hecho algo grande en educación, algo muy visible. Otro exclama: ¡Sí, como el Plan Ceibal! Y yo apunto contundente: liceos de ocho horas con comedor y gimnasios. Con buenos edificios. Cien liceos.

    Pensamos con ilusión en esa hipótesis maravillosa.

    Es domingo. Al día siguiente, lunes, todos iremos a trabajar a edificios deprimentes y veremos cómo nuestros alumnos traen del quiosco bolsitas de papas fritas.