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    Hay que dejar atrás la “ilusión” de que China compartirá los “valores” occidentales y no caer bajo su dependencia “comercial”

    Karl-Otto König terminó sus estudios e ingresó al servicio exterior de Alemania Occidental, en 1986, cuando el Muro de Berlín todavía estaba en pie. El colapso de la Unión Soviética fue el primer “cambio de época” que le tocó vivir como diplomático.

    Ahora, a días de dejar la Embajada de la Unión Europea en Montevideo, su último destino en una carrera de décadas, König entiende que el mundo está viviendo otro cambio tectónico en términos de política internacional. La estructura multilateral creada por “sabios” después de la “catástrofe de la Segunda Guerra Mundial” enfrenta nuevos desafíos, dice. Y uno de ellos es la emergencia de China como superpotencia. “¿Va a respetar las reglas que se forjaron durante 70 años? ¿O tiene la intención de cambiar el sentido de estas reglas?”, se pregunta.

    Para el embajador, hay que abandonar la postura “naíf” ante China, dejar atrás la “ilusión” de que comparte los “valores” occidentales. Y a partir de ahí tomar al gigante como un “socio”, lo que no es sinónimo de “amigo”.

    A lo largo de su entrevista con Búsqueda, que concedió en mitad de los preparativos de mudanza, König insiste con la idea de tener en cuenta los “valores” a la hora de desarrollar la política exterior de un país. Dice que discrepa con la máxima de Lord Palmerston, según la cual los Estados “no tienen amigos permanentes ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes”, una frase de cabecera del presidente Luis Lacalle Pou.

    El diplomático opina que la ratificación del acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur depende de que se fortalezca su herramienta de control en materia ambiental. Los políticos de la región que piensan que esa es una excusa para esconder su proteccionismo no entienden sobre la política europea, añade.

    König dice que no es quién para dar consejos de Uruguay. Consultado acerca de la decisión del gobierno de negociar con terceros sin el apoyo del Mercosur, el diplomático destacó la importancia que tiene un bloque sólido ante los “vaivenes” de la globalización.

    —¿Cuánto cambió su trabajo como diplomático desde que terminó sus estudios en la escuela diplomática, cuando todavía estaba en pie el Muro de Berlín, y ahora?

    —Cambio en el trabajo no hubo, lo que ha cambiado es el mundo. Un diplomático tiene siempre muchas tareas, pero las principales son observar y analizar la política, ver si hay campos donde podemos cooperar y trabajar para mejorar el entendimiento entre sociedades y Estados. Entender lo que está pasando, el contacto social, esa es la salsa de mi profesión. Esta es una tarea básica que siempre tenemos que hacer. Eso no ha cambiado, pero sí ha cambiado el mundo. En 1989 tuvimos la caída del Muro de Berlín, que marcó un cambio de época. Y quizás ahora también estamos entrando en otro cambio de época. El sistema multilateral tiene nuevos retos, y todos tenemos el reto del cambio climático, que es una amenaza mucho más grande que la pandemia. Contra la pandemia tenemos la vacuna, pero contra el cambio climático tenemos que cambiar nuestro comportamiento, lo que es mucho más complicado y para lo cual no hay una vacuna.

    —¿La emergencia de China es el mojón que marca ese cambio de época al que se refería?

    —El ascenso de China como poder económico, comercial y político es un factor llamativo en este sistema multilateral. Tenemos un multilateralismo que viene creciendo a partir del año 1945 con la experiencia del fracaso de la Primera Guerra Mundial y la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Es obra de sabios. Tiene como centro el sistema de las Naciones Unidas y la Declaración de los Derechos Humanos. Es un entendimiento básico de los Estados que formaron este mundo posguerra. Ahora tenemos a una China con ambiciones globales, y la pregunta es cómo va a posicionarse dentro de ese sistema multilateral. ¿Va a respetar las reglas que se forjaron durante 70 años? ¿O tiene la intención de cambiar el sentido de estas reglas?

    —Quizás las reglas se tienen que adaptar a los nuevos tiempos.

    —Depende de qué reglas hablamos. Seguramente hay sectores que tenemos que adaptar. Tenemos nuevas instituciones. Tomemos la Unión Europea, por ejemplo: nosotros también tenemos que adaptar las reglas día a día. Es el trabajo de un político ver la estructura de una casa y adaptarla a los retos de cada día. Pero tenemos también valores fundamentales. Para nosotros ellos son la democracia representativa basada en elecciones libres, la separación de los poderes, los derechos humanos y los derechos fundamentales, y ahí debe regir el principio de la universalidad. Para nosotros estos valores no son negociables. Y los vamos a defender en todo diálogo con quienes no comparten nuestros valores.

    —En una entrevista anterior con Búsqueda, usted decía que la Unión Europea es el único soft power vigente. ¿Esa postura sigue siendo útil en el mundo actual?

    —El mundo sin la Unión Europea sería otro mundo. Somos el más grande contribuyente a la cooperación internacional, responsables por casi el 57% de toda la cooperación en el mundo. Brindamos más ayuda humanitaria que todos los demás países sumados. Y la Unión Europea es de lejos el mercado más abierto del mundo para países en desarrollo —más abierto que los de Estados Unidos, China, Japón y Rusia unidos—. Pero el nuestro es soft power. No somos una potencia militar, aun cuando tenemos casi 1,5 millones de soldados. No es nuestra manera. La Unión Europea fue también una respuesta a la Segunda Guerra Mundial, una idea para pacificar Europa desde dentro. Y hoy en día agregaría que también para asegurar la prosperidad de todos sus Estados miembros, la solidaridad recíproca y la defensa de nuestra manera de ser, nuestra cultura y nuestros valores democráticos fundamentales. Eso vale mucho. Somos el motor del sistema multilateral. Si pensamos en el Acuerdo de París, por ejemplo, o la Agenda 2030 y ahora este impuesto global y justo. Esto lo llevamos en nuestro ADN: coordinar, dialogar, buscar el consenso.

    —Usted mencionaba la universalidad de ciertos derechos. Eso a veces choca con otros intereses y decisiones, como por ejemplo lo que sucedió con la caída de Afganistán en manos de los talibanes. ¿La defensa de esos principios capituló con la realidad?

    —Ese fue un fin vergonzoso de nuestra lucha por defender derechos fundamentales. Personalmente lamento mucho este retiro descoordinado; parece prematuro y demasiado rápido. Para mí fue abandonar a esa gente que creyó en nuestros valores. Pero el principio sigue siendo justo, lo que faltó fue una buena coordinación por parte de los Estados Unidos. No es poner en entredicho nuestros valores. Fue un retroceso, pero tenemos que volver e insistir en estos principios, que no son algo negociable. Los Estados siempre tienen intereses y valores. De vez en cuando hay una contradicción entre los intereses y los valores, y hay que saber manejar el arte de navegar en esa contradicción y sin tener en cuenta solo los intereses comerciales.

    —China se presenta como una alternativa de éxito económico, teniendo en cuenta su crecimiento y la cantidad de ciudadanos que sacó de la pobreza en las últimas décadas. Usted destacaba como un principio no negociable, por ejemplo, la democracia representativa, pero el sistema chino ofrece otras cosas y parecen dar resultados.

    —El tema de China es global, no solo acá en Uruguay. Pero no debemos hacernos ilusiones, tenemos que aceptar a China como es. China no comparte nuestros valores ni nuestra interpretación de los derechos humanos. Lo observamos en Hong Kong, en Taiwán, en el mar de China Meridional y en su relación con otros Estados. Por un lado, es un cliente comercial también para nosotros: hacemos negocios con China en ambas direcciones, importación y exportación, y es un competidor sistémico. Tenemos que negociar con ella y ser muy firmes en la defensa de nuestros intereses. China también es un socio. Al final del día, lo que nosotros queremos es establecer elementos para una gobernanza global, y para eso los necesitamos. El tema del cambio climático no lo podemos solucionar sin China, y pasa lo mismo con otros retos globales sobre los que tenemos que cooperar. Pero debemos dejar de lado la ilusión de que solo a través del comercio algún día China aceptará nuestras normas, ya que tiene una cultura y una historia muy diferente. Asimismo, debemos dejar de lado obsesiones pasadas y analizar con sangre fría lo que sucede. Seguramente China no será el único poder mundial. Nosotros también somos un actor global y hay varios otros. Nosotros tampoco tenemos ningún interés en desestabilizar a China. Un colapso de su sistema sería muy grave para el mundo entero. Pero lo que tenemos que ver es cómo tratamos a China de manera realista. Hemos perdido un poco nuestra postura naíf. Hasta hace pocos años, China recibía cooperación de los Estados miembros de la Unión Europea. Hoy vemos que es un competidor sistémico y ahí, donde es esencial, tenemos que defender nuestros principios y decirlo claramente. Ellos deberán aceptar en este sistema, en este orden mundial, las mismas reglas que nosotros. Y un trato realista es insistir en una reciprocidad estricta: si ellos quieren acceder a nuestro mercado, nosotros queremos acceder al suyo; si ellos quieren invertir en nuestro mercado, nosotros también lo queremos; y si ellos quieren que aceptemos el concepto de una única China, ellos deberían aceptar que hay una sola Unión Europea y que no aceptaremos intentos de dividirnos, eso es bastante claro. Tampoco deberíamos hacer a China más grande de lo que es. Hay regiones en China donde todavía parece ser un país en desarrollo. Hay pobreza, hay muchas etnias, no son algo monolítico. No es fácil para ellos alimentar a tanta gente. Lo que nos hace daño —y lo digo en forma de broma— es ese dicho de Confucio: “La copia hace honor al maestro”. Ellos están copiando muchas de nuestras cosas, y ahí tenemos que decir claramente: así no puede seguir. Una cosa tiene que ser muy clara, estos principios, nuestros valores, no son negociables. No vamos a callarnos en este respecto, y vamos a ver de mantener nuestra soberanía de decisión. Entonces, si uno tiene intereses comerciales, tiene que darse cuenta al final del día de que no depende de un único país. O sea, en el escenario global China es un socio; pero socio no es amigo.

    —Llamó la atención el mes pasado la decisión de Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN de acusar a China de estar detrás del ciberataque global a Microsoft. ¿Es una demostración de ese fin de una posición “naíf”, como planteaba recién?

    —Esas cosas se tienen que decir, porque son inaceptables. Como Unión Europea las decimos también de otros Estados. Cada Estado, especialmente los autoritarios, intentan influir sobre nosotros. Nosotros somos una sociedad abierta y es mucho más fácil infiltrarnos que viceversa; pagan a gente para multiplicar su opinión. China tiene lo que yo llamo una “política de seducción”, invitando y formando gente, estableciendo institutos culturales. Mientras que hace espionaje y ciberataques. Esto es una violación de la ciberseguridad, que hoy en día es un tema muy sensible dada la dependencia de nuestras sociedades de la tecnología. Nosotros tampoco aceptamos el robo de la propiedad intelectual, que no es un fenómeno limitado a China.

    —Usted asumió el cargo de embajador en Montevideo, por segunda vez, en diciembre del 2017. ¿Se va satisfecho? ¿Cumplió sus objetivos?

    —En términos personales, mi esposa Ema y yo echamos raíces, tenemos muy buenas amistades y nos vamos con melancolía. Nos sentimos en casa aquí. Cuento una anécdota que lo dice todo. Cuando me despedí de uno de mis guardias, vino con un regalo: un libro escrito por él. Es un libro sobre una filosofía personal y me lo dedicó con líneas muy afectuosas. Eso es Uruguay, ese calor humano, esa sorpresa: alguien que trabaja como guardia escribe un libro de más de 200 páginas y lo dedica con cariño. Es algo que vamos a echar de menos.

    En las relaciones laborales como diplomático, siempre me trataron muy bien acá. El acceso a los políticos es fácil, no hay caprichos, es gente sana, se puede cooperar. A Uruguay lo consideramos un like-minded country, que está cerca de nosotros; un país que es una excepción de estabilidad en su vecindad, donde se respetan las reglas democráticas. Estoy satisfecho de haber trabajado para un entendimiento entre Uruguay y la Unión Europea y sus Estados miembros. Muchas veces hemos visualizado lo que es la Unión Europea, lo que hace, cómo funciona. Hemos reforzado nuestra presencia en la cooperación, y ahora tenemos nuevamente una sección de cooperación completa en la Delegación. Si hablamos como en el boxeo, Uruguay es un país que pega más allá de su peso, y podría competir bien si se abre aún más al mundo. En ese sentido, he contribuido mucho para concluir las negociaciones para lograr un acuerdo de asociación entre la Unión Europea y Uruguay.

    —¿Esa sería la asignatura pendiente?

    —Hemos recorrido mucho camino durante 20 años, de los cuales hemos negociado durante nueve. No fue solo culpa nuestra: como ya expliqué, no somos el modelo más proteccionista del mundo. Pero hemos llegado a un acuerdo, aunque falta todavía la firma, porque tenemos en medio el tema del medio ambiente. Creo que hoy en día muchos lo entienden; hemos visto los incendios en Canadá, Estados Unidos, Australia y el sur de Europa, las inundaciones en el centro de Europa y en China. El cambio climático es una amenaza muy seria. El tema es que en lo acordado hemos definido un estándar muy alto también en la parte comercial para la protección del medio ambiente, pero esa protección aún no tiene dientes jurídicos. Ante una violación de estos estándares —como la no implementación del Acuerdo de París o la deforestación— nuestro acuerdo de asociación no prevé su suspensión. Solo dos cláusulas justifican, en caso de una violación grave, su suspensión: la proliferación nuclear y las violaciones graves de los derechos humanos. Y ambas son cláusulas contenidas en la parte política del acuerdo.

    El movimiento ecológico no es proteccionismo, eso sería entender mal la situación política en Europa. Es un movimiento que va a decidir nuestras elecciones en el futuro, como este año en Alemania y el año que viene en Francia. Es un movimiento de la juventud, pero no solo de la juventud. Todo este proceso comenzó a principios de los años 70 en Europa y hoy tiene presencia en todos los partidos y en todos los Estados. Por eso digo que es un tema muy político. Con Uruguay, ahí no tenemos ningún problema. Uruguay podría ayudarnos más a mostrar lo que hace bien en este sentido en el mundo, pero tenemos que ver cómo es posible reforzar la protección del medio ambiente. Si no lo hacemos, será muy difícil llegar a la firma del acuerdo de asociación. Y para la Unión Europea es un acuerdo de importancia geopolítica, por su dimensión y por sus tres pilares; no es solo sobre comercio: también es una coordinación política estrecha, que tiene sentido especialmente ante eventos globales importantes como la COP 15 sobre biodiversidad o las COP sobre cambio climático. Trabajamos seriamente para mejorar este aspecto del acuerdo.

    —Hay voces en Uruguay y en Brasil que dicen que el tema medioambiental es una coartada y que, si la Unión Europea quisiera avanzar con el acuerdo, esto no sería impedimento. ¿Le parece una lectura equivocada?

    —Conozco esas voces, pero ellos deberían entender mejor la situación política en Europa, y me parece que no la conocen muy bien.

    —Para dejar claro en qué etapa está: ¿el acuerdo fue firmado o no?

    —Hemos cerrado las negociaciones, estamos en la etapa de la limpieza jurídica y falta la firma. Después de la firma viene la ratificación. Nunca antes habíamos llegado al cierre de las negociaciones. Soy optimista, pero necesitamos paciencia, porque tenemos que reforzar esta protección del medio ambiente. Y en una fase electoral, me pregunto si es buen momento.

    —En el discurso público del gobierno había menciones sobre este acuerdo, pero de un tiempo a esta parte ese tema quedó fuera, como si se hubiese apagado el interés. ¿Tiene la misma percepción?

    —Hablar menos del tema no es no tener interés. En mis conversaciones, la señal es clara: tienen interés. Este acuerdo le vendría muy bien a Uruguay como capital de la sede del Mercosur y como país muy bien desarrollado con una muy buena institucionalidad. Llegaría aún más inversión europea y más transferencia de know-how.

    —¿Esperaba tener mejor sintonía con este gobierno de la que tuvo?

    —Con los dos gobiernos con los que me tocó lidiar tuve un acceso fácil, especialmente con los colegas de la Cancillería. Tuve siempre un diálogo honesto, transparente y franco con ambos gobiernos. Con el Frente Amplio, quizás un poco menos en temas de cooperación; yo me pregunté de vez en cuando si recibimos la atención que merecimos. Porque creo que somos el cooperante número uno en este país no solo en calidad.

    —Usted dice que la historia de la Unión Europea muestra avances paso a paso. ¿Cómo está viendo al Mercosur y esta decisión de Uruguay de negociar de manera separada? ¿No va en la dirección contraria?

    —Es una decisión soberana de cada miembro del Mercosur y del Mercosur en conjunto. Nosotros tenemos interés en un bloque fuerte. La integración regional también sirve como contrapeso de los vaivenes de la globalización, juntos se aguanta mejor. Ellos deberían reflexionar bien sobre lo que quieren, qué valor tiene el Mercosur, qué poder tiene cada país solo para negociar. Me acuerdo bien de que un tema importante de las negociaciones con la UE fue el de la asimetría. El Mercosur argumentó que ven una asimetría entre el Mercosur y nosotros, y lo hemos aceptado tanto en la liberación de los volúmenes como en los tiempos de desgravación. Me pregunto cómo negociaría un país solo con una potencia mundial. Pero como ya lo dije, cada país tiene que decidirlo por sí mismo y ver qué intereses tiene y también qué valores tiene. No comparto este dicho de Lord Palmerston de hace 200 años sobre que los Estados solo tienen intereses. Porque desde entonces hasta ahora hubo un gran desarrollo social: tenemos democracia, derechos humanos, mercados libres, separación de poderes y elecciones libres. Como dije al principio, el arte es navegar entre los intereses y los valores. Pero, claro, cada Estado está buscando sus posibilidades. Por un lado, entiendo a Uruguay, que se siente un poco sin posibilidades de abrirse, y ya hablamos de la necesidad de vender su producción agrícola.

    —¿Usted recomendaría la firma de un tratado de libre comercio con China?

    —No soy quién para recomendar nada, ningún político en este país necesita mi consejo. El presidente lo tiene claro. Ya expliqué lo que le importa a la UE: evitar una dependencia comercial o económica que podría transformarse en una dependencia política. Nosotros somos un poder global, por lo que para nosotros resulta quizás menos difícil defender nuestros intereses.

    • Recuadro de la entrevista

    El Brexit “no fue el colapso” de la Unión Europea