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    KKKK

    El tiempo corre, vuela, no se detiene ni para ir al baño.

    En 2009 —hace seis años ya— escribí en este espacio una columna titulada “KKK”. Preveía en ella que a pesar de la paliza electoral sufrida en las elecciones intermedias de ese año, Kirchner volvería a ganar los siguientes comicios.

    Seis años hace de ese pronóstico que muchos tildaron de surrealista, pues el gobierno K, aseguraban, había llegado a su parada final luego del épico conflicto con el agro.

    Hoy vuelvo a las andadas y agrego una cuarta K al gobierno resultante de las próximas elecciones nacionales.

    El mayor argumento para sostener esta teoría es de una simpleza vergonzosa: “Los pueblos tienen el gobierno que se merecen y que más se les parece”. Los argentinos se parecen al kirchnerismo y se merecen, por lo tanto, más kirchnerismo aún.

    Mucho seso útil se ha consumido intentando explicar el fenómeno peronista en Argentina. Muchos estudiosos y analistas han comparado a Perón con Mussolini y Franco, ubicando a su “Movimiento” en el mundo del fascismo tradicional.

    Esa conclusión es correcta. Allí está el balcón desde el cual el líder demagogo enfervoriza a las masas con frases azucaradas. Allí está la zanahoria que la masa narcotizada persigue y el látigo que castiga a los rezagados. Allí está el sistema de control policial, los matones a sueldo, el control de la prensa y el nacionalismo de outlet.

    Allí están también las menciones a la grandeza de un pueblo que, en realidad, nunca sale de la chiquita: un pueblo totalmente incapaz de hacer algo bien, de pensar en grande o siquiera en mediano, de usar las neuronas que en mayor o menor cantidad venían en el paquete inicial.

    Pero luego chocamos con el juicio implacable de la Historia. Mussolini terminó colgando de los pies en una estación de servicio y si bien Franco murió en una cama de hospital, su sistema se desmoronó a las pocas horas.

    Perón y su movimiento, por el contrario, sobrevivieron y volvieron a ocupar la plaza y el balcón.

    Hace seis años enumeré cuáles eran los mecanismos centrales del sistema K. Siguen siendo los mismos: los K rompen los moldes sociales débilmente hilvanados, corrompen con prebendas, amenazan y golpean, mienten abiertamente, se mofan de los vencidos y cambian constantemente las reglas del juego.

    Logran su objetivo porque la población es permeable a todo eso. Lo acepta.

    ¿Hay un solo lector que dude que si Néstor Kirchner no hubiera chocado mortalmente contra la mesita de luz hubiera sido el candidato mejor posicionado en las próximas elecciones argentinas?

    Y es que los argentinos se comportan así: les ponen un freno limitado a sus gobernantes en las elecciones intermedias y luego les vuelven a otorgar el poder absoluto en las nacionales (salvo, claro está, que se trate de gobernantes no peronistas, pues en ese caso montan una monstruosa pueblada y los sacan en helicóptero).

    Quien compare lo más objetivamente posible el escenario argentino entre 2011 y 2015 llegará a la conclusión de que el actual se puede resumir en dos pinceladas: la situación general (económica, social, política) está mucho peor ahora que hace cuatro años, pero las posibilidades de un triunfo K son mayores ahora que hace cuatro años.

    Parece una contradicción pero no lo es. En parte, porque la alternativa opositora es un desastre por el ángulo que se le mire. En parte, porque en los países atrasados como Argentina rige el principio “cuando peor se está, mejor es”.

    En parte (y esta parte es crucial) porque en los últimos cuatro años ha habido un desmoronamiento atroz del nivel cultural, aun teniendo en cuenta que ese nivel ya llevaba décadas en picada.

    Hay que estudiar las pautas que rigen la vida política argentina. O mejor dicho: el espectáculo televisivo de la política argentina, pues la misma ha dejado su ámbito tradicional y se ha instalado en la pista de baile de Tinelli y en la mesa de Mirtha Legrand.

    Hay que estudiar datos que no son noticia pero que denuncian la profundidad de la crisis. Por ejemplo, los datos de la miseria o los que denuncian la falta de todo tipo de insumos.

    Hay que analizar los datos que señalan que el déficit fiscal se hizo seis (6) veces mayor en el último año (subió cuatro veces de enero a marzo pasado). Dicho de otra manera: del 1º de enero al 31 de marzo, el déficit fiscal creció en 35 millones de pesos por hora. A partir de ahí aceleró su caída.

    Hay que estudiar el dato oficial (sic) que muestra que casi la mitad de los argentinos (48%) no tienen cloacas. Siguen como en la época de los tehuelches.

    Hay que comprender que las reservas reales del Banco Central son la mitad de lo que declara esa institución; que los índices de producción solo conocen la flecha descendente, que la educación está en un nivel africano.

    Hay que comprender, antes que nada, que se trata de Argentina, un país tan rico en recursos materiales como pobre en recursos humanos.

    Por eso, en octubre, gana “el proyecto”.

    Ni Perón lo hubiera creído.