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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl jueves 11 de junio llegaba a la oficina, como cada mañana, circulando por la Av. Uruguay. Al pretender doblar por Av. Libertador hacia Plaza “del Entrevero” para estacionar en la siguiente cuadra, en donde un auto acababa de irse, un oficial de policía me obstaculiza el paso. Le explico que mi oficina es ahí y que quiero estacionar en un sitio recientemente liberado.
La respuesta fue: “Le van a romper el auto”. Intentar responder siguiendo lineamientos lógicos era ya imposible. El diálogo no había nacido y ya se había roto. ¿Cómo quien debe garantizar mi seguridad me explica con tal naturalidad que si dejo el auto en la puerta de mi oficina me lo van a destruir? ¿Cómo le explico a un “agente del orden”, que es él quien debe garantizar la seguridad de mis bienes materiales (y ni que hablar de los otros)? ¿Cómo le explico esto yo, si aparentemente el Estado no se lo explicó al contratarlo? ¿Cómo podría él entenderlo si hoy en Montevideo la custodia de ciertos bienes materiales de los ciudadanos depende del “cuidacoches” de la cuadra o de la empresa de seguridad privada o del portero 24 horas porque solo durante la noche no es suficiente?
¿Cuándo se rompieron tantos códigos? ¿Por qué ese oficial de Policía creía que los manifestantes, miembros de diversos sindicatos, iban a destrozarme el auto? ¿Por qué creía que su presencia en el sitio no iba a resultar siquiera intimidatoria para algún revoltoso?
El ambiente no era precisamente familiar. Había gente tomando (eran las 10.00 de la mañana), pirotecnia, cánticos de barra brava, etc. Estaba caldeado. Pero hermano, usted es un POLICÍA. Debe no solo brindar seguridad sino además brindar sensación de seguridad. No puede decirme que me aleje porque me van a romper todo el auto. ¿Son laburantes los que se están manifestando o qué? ¿Existía realmente un riesgo para mi integridad?
Insistí para que me dejase pasar. Pero su cierre fue “esto es la manifestación”. Y miró para otro lado. A pesar de la bronca, la razón ganó y decidí no contestarle que me importa un comino que esto sea “la” manifestación. Que yo quiero llegar a mi oficina como cualquier persona, sin que se obstruya mi derecho a circular libremente y sin coartar yo los derechos de nadie a manifestarse. Justo como si fuésemos una sociedad civilizada. Pero me fui. Cedí al atropello. Ganó la mala educación. Esa que está ganando el Uruguay.
Alejandro Sciarra Marguery
CI 4.281.691-6