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    La popularidad del presidente

    Sr. Director:

    , regenerado3

    Así como el misterio de la Santísima Trinidad es incomprensible para la razón humana de aquellos no iluminados por la fe cristiana, el misterio de la popularidad y aprobación de la gestión de los presidentes frenteamplistas lo es para los que no rezamos en capillas “progresistas”.

    Tabaré Vázquez antes de las elecciones de 2009 gozaba de una popularidad de 67%, José Mujica exhibe ahora 62%. Y en apoyo a la gestión, que se supone ser una percepción más objetiva y concreta que la popularidad, en 2009 Vázquez tenía el 63% y Mujica en la actualidad, 58% (Cifra).

    Y, sin embargo, el Frente Amplio obtuvo 20 puntos menos en la primera vuelta de 2009 que la popularidad de su presidente, lo cual si extrapolamos las cifras al tiempo presente nos llevaría a un guarismo de 38% para el FA el 26 de octubre próximo.

    Pero el misterio es cómo un Tabaré Vázquez, responsable de haber dinamitado la seguridad con el nombramiento de ministros del Interior incapaces; de haber hecho lo propio con las reformas de salud y educación; con el IRPF y el IASS, la política exterior, la dictadura sindical, y un largo etcétera, pudo cerrar su gestión con casi dos tercios de apoyo, cifra que ahora ningún frentista, ni el más fanático, sueña con tener en intención de voto.

    El caso de Mujica es aún más curioso, porque en ese 58% de apoyo a su gestión contribuyen increíblemente el 28% de los blancos y el 31% de los colorados, responsabilidad sin duda de sus dirigentes que no han sabido comunicarse con sus huestes, ni explicar fehacientemente los descalabros de este gobierno.

    Entonces, si bien es desconcertante la popularidad de Mujica, más aún es el apoyo a su tarea. Porque la inoperancia demostrada para dirigir una administración nacional, es flagrante y mucho más alarmante que otros aspectos de su personalidad.

    Además, la aprobación de la gestión incluye consentir sin pestañear las continuas inconstitucionalidades, entre otras, las presidenciales al inmiscuirse directamente en la campaña electoral proselitista y la admisión de que los entes y otros organismos del Estado hagan abiertamente publicidad oficial para el gobierno con los dineros de los contribuyentes.

    Y la aprobación de esa gestión incluye la admisión de los exabruptos del presidente, sobre las señoras de los dirigentes blancos, sobre las “bobadas” de los planteos de candidatos presidenciales; sobre la “cobardía”, las “almas podridas”, el “romper las pelotas por cuatro votos”, etc.

    Por otra parte, es un hecho que nuestro primer mandatario se regodea rebajando el nivel del diálogo político, aplaudido por los turiferarios de turno y por aquellos cretinos útiles que no siendo frenteamplistas valoran su ordinariez. Es el “Pepe” —dicen— sin detenerse a pensar que no hay espontaneidad ni sinceridad, sino frío cálculo de desarrollar un personaje que a esta altura ya se ha comido al actor, como Carlitos se deglutió a Chaplin o Cantinflas a Mario Moreno.

    Si bien al analizar a Mujica surge su lenguaje procaz y su aspecto personal desprolijo, eso es una astucia y parte del personaje “el presidente más pobre” que parece empeñado en demostrarnos que su grosería, lejos de perjudicar su imagen, lo proyecta nacional e internacionalmente.

    La explicación de su éxito reposa aparentemente en su “franqueza”, en su “estilo llano y simple”, en su “campechanería”, que lo identificaría con la idiosincrasia uruguaya. Eufemismos, todos, para calificar la ordinariez de la que, lamentablemente, hace culto en una iglesia con muchos feligreses.

    La racionalidad se esfuma detrás de la seudosinceridad, que lo hace exhibirse como quiere que lo vean, pareciendo mostrarse como es; y los medios de prensa, siempre pendientes de la nota sensacionalista, le persiguen ávidos de captar alguna nueva incontinencia verbal, espetada en tono dicharachero, ya sea adusto y ofuscado, o con sonrisa sobradora.

    Y hasta ahora, para sus intereses particulares, los hechos parecen darle la razón: los defectos se convierten en virtudes en un perfil de mandatario acorde a los nuevos gustos de una parte del espectro electoral uruguayo y de una parte del mundillo internacional que lo admira, pero no lo votaría en sus propios países.

    Y las famosas contradicciones: “Como te digo una cosa…”, han llegado al paroxismo con Guantánamo: primero, se trataba de una operación meramente humanitaria; luego dijo que “pasaría boleta”; más tarde la boleta era la liberación de algunos cubanos de Estados Unidos; para después convertirse en trueque por naranjas y embargo iraní; volver con el llamado al humanitarismo y asesoramiento con la almohada; culminando con la pausa y consulta al presidente electo.

    Ahora bien, lo realmente preocupante es lo que está pasando en nuestro país con el lento (pero seguro) deterioro de los valores que deben regir a una sociedad, con el menoscabo y la ordinariez del lenguaje, con el quebranto continuo de la constitucionalidad y de un Derecho que se pretende subordinar a la política.

    Y todo ello adquiere mayor gravedad cuando es el propio señor presidente quien encabeza ese deterioro, menoscabo y quebranto, cuando indignifica su investidura y cuando rompe con la tradición republicana nacional de respeto y salvaguardia de la institución presidencial.

    Adolfo Castells Mendívil