Pleno Centro. Mediodía. Subo hacia 18 de Julio, por una cuadra casi vacía. Una mujer viene a unos metros, gritando. No me grita a mí, ni tampoco habla sola.
Pleno Centro. Mediodía. Subo hacia 18 de Julio, por una cuadra casi vacía. Una mujer viene a unos metros, gritando. No me grita a mí, ni tampoco habla sola.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHabla por celular con alguien. Cuando nos cruzamos, veo que llora y que le dice a su interlocutor: “¡Vos empezaste!”. Y agrega: “¡No me hables así; vos estás peleando!”.
Es una señora respetable. Vestida correctamente. Quizás esté en el descanso de su trabajo. No deduje con quién mantenía el diálogo. Quizás un hijo adolescente. Quizás su marido. Quizás su nueva pareja. En todo caso, alguien que la afecta muchísimo, que le hace perder los estribos en plena calle y hacerme testigo de su drama personal.
Casi a diario observo a mujeres detenidas en las veredas, apoyadas en los muros, llorando y discutiendo por teléfono. A menudo fuman. No sé si aprovechan el momentito de salir a fumar en el trabajo para llamar a sus seres “queridos” o al revés, no sé si fuman porque la conversación desgarradora las lleva a intentar paliar el estrés con el maldito palito de veneno.
Lo cierto es que esas mujeres de rimmel corrido y voz quebrada, que no pueden reprimir su estallido emocional pese a estar en público, se ven a cada paso. Muchas de ellas son jóvenes. Un psicólogo social podría explicarme tal fenómeno, que se me hace nuevo. No tengo uno a mano.
Me pregunto si siempre las mujeres hemos tenido esos brotes emocionales en cualquier lugar y ocasión, pero ahora lo hacen a la vista del mundo en función del serio cambio cultural que constituye el celular.
O, nuevamente, al revés. Al tener, con la tecnología, a mano la oreja de los seres “queridos”, la tentación de llamar y hablar con ellos es muy grande: entonces los dramas explotan en un segundo.
Yo tengo para mí que las mujeres son bastante desgraciadas en los tiempos que corren. El mundo les ha cobrado un precio muy alto por ser libres. ¿Querían trabajar? Bueno… trabajen, pero ganen muy poco y tengan siempre un montón de jefes. ¿Querían tener autoridad en la familia? Bueno… ocúpense de los hijos, pero sin el padre. Los papás no están. Se fueron, se divorciaron, emigraron… ¿Querían disfrutar del amor? Bueno… vayan a algún boliche y tengan un asunto de una noche. ¿Querían estudiar? Bueno… los salarios de las profesiones que se han llenado de mujeres cada día están más bajos, como pasa con las docentes. ¿Querían volver tarde en taxi? Bueno… pues aguanten la agresividad del taxista cuando le indican el camino que debe tomar.
Ayer escuché a un señor que discurseaba —¡una vez más!— esta vez en Europa, cual ídolo de música pop, diciendo que no hay diferencias entre hombres y mujeres, sino tan solo diferencias entre los seres humanos que se comprometen y los que no se comprometen.
Sigue negando el factor género como determinante en la sociedad. Como siempre.
Lo miro con asombro mientras pienso horrorizada?: “¡Qué tipo conservador!”.
En su perorata, reclama que no hay que ser pesimista.
¿Cómo no serlo con su voz cansina golpeando mis vapuleados ideales progresistas?