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    Los hilos invisibles

    El juicio por la identidad de Martín Guerre en el poderoso Tribunal de Toulouse tuvo todos los ingredientes necesarios para hacerse leyenda. La enredada madeja de voluntades e intereses, la presencia de un Michel de Montaigne como abogado defensor y el golpe de efecto que significó la aparición, justo antes de que el Tribunal absolviese al acusado, de un segundo Martín Guerre, le dieron a este caso de usurpación de identidad un halo de magia, brujería e inmortalidad.

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    Qué hilos se movieron detrás del escenario es imposible saber. En una época en que no se conocía el secreto de las huellas digitales (las mismas que sí se conocían pero no se usaron en el caso Bruneri-Canella) ni existía la fotografía ni había mejor método para identificar a la gente que la siempre dudosa, subjetiva y selectiva memoria, la familia de Martín, sus amigos y el resto del poblado fueron obligados por las circunstancias a elegir. A salvar o a condenar.

    ¿Cuál de los dos jóvenes era el verdadero Martín Guerre? ¿El joven simpático, alegre y trabajador o el huraño y distante, incapacitado para el trabajo físico por su pierna de palo?

    Este conflicto fue especialmente difícil para la esposa Bertrande, que sabía muy bien cómo era “el primer” Martín en el mundo secreto de la pareja y cómo había resultado ser “el segundo”. Se trataba del mismo conocimiento fundamental y decisivo que siglos después tendría Giulia Canella al convivir con el desmemoriado del manicomio de Torino. Nadie mejor (ni nadie más) que la muchacha sabía la verdad. En el mundo medieval de la justicia impartida por el Tribunal de Toulouse, esa verdad significaba la muerte o la vida. No había escalas intermedias.

    El 12 de setiembre de 1560, los jueces de Toulouse dictaminaron que el Martín que había regresado primero era un impostor y lo condenaron a muerte. De nada le valió al acusado seguir insistiendo en su inocencia. El resto de los interesados, de Bertrande hasta el último vecino de Artigat, terminó por aceptar el veredicto.

    En los cuatro días que pasaron antes de la materialización de la condena, Arnaud du Tilh reconoció que se había enterado de su fuerte parecido físico con Martín Guerre al ser confundido varias veces con él. Sabiendo que el muchacho había desaparecido ocho años antes, y probablemente hubiese muerto, decidió ocupar su lugar.

    La empresa era arriesgada, pero al igual que Mario Bruneri casi 400 años después, “sobre la marcha” fue aprendiendo detalles de la vida de la persona cuya identidad había ocupado. En esta tarea de mimetización de identidades recibió ayuda de alguien fundamental: la esposa abandonada.

    Puestas en la misma situación, a pesar de las distancias en la geografía, en la pertenencia social y en el tiempo, Bertrande y Giulia actuaron de la misma manera.

    ¿Qué castigo le esperaba a Bertrande luego de haber mantenido a un extraño en su casa y en su cama durante tres años? ¿Y qué futuro le esperaba a la hija ilegítima que había tenido con Arnaud (la segunda pequeña ya había muerto)?

    El 12 de setiembre de 1560, el Tribunal de Toulouse condenó pues a muerte a Arnaud du Tilh por haberse apropiado de la identidad, la propiedad y la esposa de Martín Guerre, personaje aparecido inesperadamente en las sesiones del Tribunal cuando los jueces estaban a punto de declarar al acusado libre de toda sospecha.

    Sin embargo, el haber ganado el juicio (un juicio que él ni siquiera había iniciado) no mejoró la situación judicial del verdadero Martín Guerre. Para empezar, los jueces le recordaron que había hecho abandono de hogar, dejando a su joven esposa sola y a su pequeño hijo sin el apoyo del padre.

    Pero peor aún fue cuando se supo que la pierna que le faltaba, y que ahora sustituía por una tosca pata de palo, la había perdido en la batalla de San Quentin, luchando contra las tropas francesas al servicio de fuerzas enemigas: el ejército español de Pedro de Mendoza. Martín Guerre era un traidor con todas las letras.

    Los jueces de Toulouse debieron tragar muchos sapos y dejar de lado la ortodoxia antes de llegar a un arreglo que tuviese en cuenta varios elementos contradictorios y que además no implicase el naufragio de medio poblado pirenaico.

    Arnaud du Tilh fue ahorcado el 16 de setiembre de 1560 en la puerta de la casa en donde durante tres años había sido jefe de familia. Bertrande se vio obligada a arrepentirse en público por haberse dejado engañar por un impostor. Pero con toda seguridad le dolió más el otro castigo que se le impuso: volver a vivir con su “primer” marido.

    Martín Guerre no fue castigado por traición militar ni por abandono de hogar, pero debió reconocer como propia la hija que Arnaud du Tilh había tenido con su esposa. Pierre Guerre, por su parte, pagó los impuestos que debía al fisco y fue liberado. Salvó así la propiedad rural familiar pero no pudo contar con la ayuda laboral de su sobrino, inválido de por vida.