• Cotizaciones
    jueves 06 de febrero de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Mirá mi dedo mayor

    Lenny Bruce o un comediante satírico solo contra el mundo

    —¿Hay algún negro (nigger) en la sala?

    , regenerado3

    Silencio. El público ha ido a ver a un comediante, pero no saben por dónde viene la mano, nunca se sabe con ese hombre, que redobla la apuesta y grita:

    —¡Negro, negro, negro! —y da vueltas con el micrófono por las mesas del boliche, atestadas de humo y gente que no responde.

    —Okay, ahora vayamos a otra palabra: judío. Según el diccionario —dice bien claro y bien fuerte sin dejar el micrófono—, un judío es un descendiente de la antigua tribu de Judea, pero ustedes y yo sabemos qué es un judío: uno que mató al Señor.

    Silencio y alguna risita aislada.

    —Está bien —arremete el comediante—, lo hicimos hace unos dos mil años y debería haber prescrito como delito.

    Se desatan las risas, que han vencido la compuerta de la corrección y del miedo que las contenía. Las palabras vuelven a ser palabras, una combinación de posibilidades para generar imágenes, ideas y chistes. También para espantar preconceptos.

    —Piensen en esto: si el castigo de Cristo, en vez de la crucifixión hubiese sido la silla eléctrica, hoy todos los cristianos colgarían de sus cuellos sillitas eléctricas.

    Las risas estallan, el público ya no está incómodo, pero en el fondo de la sala, de pie, hay policías muy blancos y muy serios.

    Es que Lenny Bruce, de la escuela de los humoristas sin censura, una escuela que había creado él mismo, se cansó de recibir denuncias y detenciones por obscenidad, obs-ce-ni-dad. Estuvo veinte veces tras las rejas. En sus espectáculos unipersonales había múltiples referencias a la genitalidad masculina (meterla, sacudirla, comerla, etc.) que chocaban contra las buenas costumbres de la época (los 50 y mediados de los 60), además de comentarios —y esto era lo peor— religiosos, sociales y políticos que fastidiaban a las autoridades de turno, jueces y magistrados que debían debatir el eterno asunto entre la libertad de expresión y la ofensa, entre el libre flujo de las ideas y las ideas malas, sucias, lascivas.

    El humor y la sátira de Bruce viajaban con la misma velocidad de los clubes a los tribunales de San Francisco, Chicago, Filadelfia o Los Ángeles. Su irónica y sin ataduras visión del mundo empleaba la observación y también el necesario y lúdico condimento de la guarrería. Fue acusado de decir en público chupapija, a lo que respondía: “¿Nunca han escuchado semejante expresión en una comisaría, que también es un lugar público?”. Finalmente, se cansó de dar batalla contra las convenciones y el muro de la corrección. Los dueños y encargados de los boliches y clubes nocturnos dejaron de darle trabajo y le cerraron las puertas. Demasiados problemas. Lenny se fue recluyendo en una inevitable soledad y murió en su casa de Hollywood Hills a principios de agosto de 1966, a causa de una sobredosis de morfina. Tenía 40 años.

    La editorial Malpaso ha publicado Cómo ser grosero e influir en los demás. Memorias de un bocazas, la autobiografía de este genial improvisador, que en su momento editó por entregas entre 1964 y 1965 la revista Playboy gracias a Hugh Hefner (siempre hay algo que agradecerle a Hefner).

    Los pensamientos de Lenny estuvieron un buen tiempo en libertad condicional, tanto es así que recién el 23 de diciembre de 2003, esto es, 37 años después de su muerte, el gobernador de Nueva York, un tal George Pataki, le concedió el indulto. “Oh, gracias, shmok (cretino o mamón, en yiddish)”, le hubiese respondido el comediante, “pero ahora no quisiera interrumpir mi viaje hacia la nada”.

    Tenía todo lo que hay que tener para ser tan avispado como atormentado. Por ejemplo, una madre judía con experiencia teatral que trabajaba de limpiadora, que lo crió como pudo en un ambiente pobre —donde el chico aprendió los curros básicos de un buscavidas— y que lo alentó a dar sus primeros pasos en los espectáculos subterráneos. Ya en su debut, Lenny demostró una increíble velocidad de reacción. Solo tenía que presentar a las strippers­­.

    —Buenas noches, damas y caballeros…

    Inmediatamente, una interrupción desde la barra por parte de un señor acompañado de un par de elegantes señoras, con abrigos de cuello de zorro plateado:

    —¡Que salgan las fulanas!

    Lenny intenta hacerse cargo de la situación, pero vuelve a ser interrumpido por el mismo señor, esta vez con mayor convicción. Y se suman las risitas cómplices de las señoras:

    —¡Que salgan las fulanas!

    —Me encantaría —responde Lenny—, pero entonces se quedarían sin compañía en la barra.

    Ovación, risotadas, primer golazo. “Fue como el relámpago que he escuchado describir a los adictos a la morfina, una manta cálida y sensual que llega tras un rechazo frío y repugnante”, recuerda el comediante.

    Te podía hablar de Vietnam, de Lyndon John­son y la bomba atómica, del racismo, las drogas, la corrupción y el desempleo, pero también de la masturbación y de qué hacer en los retretes, con infinidad de ideas. Tenía la misma facilidad para pergeñar una humorada sobre las tetas o disparar contra la hipocresía de muchos comportamientos religiosos.

    Tomemos, por ejemplo, este apunte curioso y desusado sobre los colchones: “Probablemente soy la única persona que mira los colchones en los hoteles. Parece que siempre hay una mancha marrón alrededor de un botón. Nunca he manchado ninguno de esos colchones; le he preguntado a mucha gente que es sincera y desinhibida, y me han dicho que ellos tampoco han manchado ninguno. Debe de haber un tío que mancha los colchones antes de que dejen la fábrica”.

    Integró la Armada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial e hizo tareas de mantenimiento en la cubierta (“pintar, rascar, descascarillar, revisar la munición”) que lo instalaron de lleno en la experiencia límite de las bombas disparadas y las bombas recibidas. Vio los cadáveres en el mar, la sangre mezclada con la sal marina. En tres años intervino en cuatro invasiones: Anzio, Salerno, Sicilia y el sur de Francia. Durmió en hamacas menos de cinco horas diarias. Sirvió a la patria. Vio arder el Vesubio y no por los bombardeos; sencillamente, la madre naturaleza decidió que aquella boca debía volver a vomitar fuego y Lenny estaba allí, en el lugar y el momento adecuados. Volvió a casa gracias a un bendito truco que forzó la baja: un compañero que era costurero le hizo un vestido de mujer, con el que Lenny hacía las guardias por la noche. Jugó la carta de la burla y la mascarada: el Ejército no es para los maricas. Se perfilaba el comediante.

    Más adelante montaría otro numerito disfrazado de cura para visitar viejas adineradas y obtener una donación, que iría en beneficio de la propia iglesia de Lenny. El asunto terminó con los policías tras el comediante y, créanlo o no, las viejas defendiéndolo. Un hábito, aunque lo vista un impostor, es un hábito.

    La primera vez en un show que se burló de las reglas militares y de las condecoraciones, casi lo duermen de una piña. El humor tiene sus riesgos y en la audiencia siempre habrá tipos con pocas pulgas. Hay que estar preparado para el rechazo. En esa época ganaba 450 dólares semanales y ya era conocido en la noche más hipster de Manhattan.

    Así explica su técnica: “Cuando salgo al escenario, a menudo la gente tiene la impresión de que me voy inventando las cosas sobre la marcha. Eso no es verdad. Conozco de antemano muchas de las cosas que quiero decir; lo que no sé con exactitud es cuándo las diré”. 

    Estuvo casado con Honey Harlowe, una atractiva stripper de pelo rojo con quien tuvo una hija. Las strippers, lo dijo el propio Lenny Bruce, están apenas un escalón por encima de las putas debido a la asociación entre “desnudo y lascivia”.

    Aclaración: Lenny siempre decía “puta” y no “prostituta”, porque si pedías una “prostituta” de cien dólares corrías el riesgo de que te mandaran un escritor con barba. Y daba un paso más crudo: “El noventa por ciento de la gente que he conocido en mi vida se prostituye. Todos vendemos una parte de nosotros. Cualquiera que esté casado por seguridad se prostituye. Dos dólares por un rato frente a un contrato de matrimonio y un montón de dólares por un rato más largo”. Ese era Lenny.

    También dijo: “No he visto ni una sola vez una peli porno en la que alguien muera al final. Ni siquiera una en la que alguien se lleve una bofetada. O que haga propaganda comunista”.

    Es un buen momento para volver sobre personajes como Lenny Bruce, leyendo su autobiografía y complementándola con la película Lenny (1974), de Bob Fosse, con Dustin Hoffman en uno de sus mejores papeles.

    Gracias a tipos como Lenny Bruce, las malas palabras pueden llegar a ser un arte filoso. Lenny encabeza la procesión de la necesaria sátira política y de la libertad de expresión. El poder corrompe, una máxima irrebatible que no quieren ver ni a la derecha ni a la izquierda del escenario. Por eso siempre hay más gente que prefiere silenciar antes que permitir la palabra.