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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPara leer atentamente antes de votar. La elección presidencial es siempre un momento de verdad. No solamente para el candidato que se postula al más alto cargo del Estado, pero también y sobre todo para el elector encargado de designarlo con su voto. ¿Empeñar la Nación a perseverar en la política instaurada por el mandatario actual votando por la continuidad o, al contrario, orientarla de una manera diferente, invirtiendo el estilo del dirigente? En esta alternativa decisiva que compromete el futuro del país, las motivaciones del elector son muy sencillas. Se resume grosso modo en la percepción de su bienestar personal. Lo importante para él es contemplar a sí mismo. ¿Cómo está todo? ¿Su panza bien repleta? ¿Su billetera bien repleta? ¿Sus ahorros a buen recaudo? ¿Sus hijos sanos? ¿Su felicidad de vivir básicamente intacta? Si la respuesta a esas preguntas es positiva, ¿por qué tomaría el riesgo de cambiar una política que, aparentemente, ha llevado sus frutos? ¿Qué le importa el perfil de los responsables del poder? Él va mirando si el mediodía soleado se encuentra bien en su puerta y si el agua sigue llegando a su molino. ¡Realidad impactante!
Pero la realidad es a menudo engañosa y la historia de la humanidad enseña que después de las vacas gordas sucede siempre la época de las flacas. Detrás de la relativa apariencia de bonanza se esconden realidades que el autóctono cualquiera no percibe. ¿Qué ha hecho para evitar de caer en el charco del oscurantismo? El rol primordial del Estado, además de asegurar a la gente poder vivir de una manera más o menos decente (lo que, comparando con la situación de los países en crisis, el gobierno de Mujica ha sido en esta materia más o menos razonable), es preparar a su pueblo a enfrentar la realidad futura.
El factor número uno para conservar y ampliar la prosperidad de un pueblo se encuentra en una palabra clave: educación.
La verdadera educación no consiste solamente en enseñar a los niños a no meterse los dedos en la nariz, a ser amables cuando comen en la mesa, o a ser respetuosos con los demás: estos valores se inculcan, generalmente (aunque no en todos los casos) en el seno de la familia. No; yo quiero hablar evidentemente de la formación de los escolares, de los estudiantes, para que se vuelvan profesionales de verdad, inventores, científicos, empresarios activos proyectados en el futuro, una elite que dé ganas a los forasteros de venir e instalarse en Uruguay, de generar inversiones que no sean solamente especulativas a fin de procurar trabajo bien remunerado y gratificante para los habitantes de este país.
Imperioso es reconocer que el actual gobierno, como el anterior, ha totalmente fallado con sus promesas. Y no es con el acto de contrición de Mujica o del candidato de izquierda Vázquez que se corrige el rumbo. El gusano está en la fruta. Al querer, con marchas forzadas, reducir las diferencias en materia de ingresos, pasamos al lado de la meta. Ocho años perdidos, la situación es grave. Y mientras que la distancia se agranda entre los muy ricos y los muy pobres, aparece maliciosamente una plaga de la cual se desestiman sus efectos. ¿Cómo no comprender que un joven, carente de instrucción y consciente de sus limitaciones, no se sienta tentado por todas esas mercaderías expuestas en vitrinas de las tiendas de lujo? Él sabe bien que su adquisición es un voto piadoso y que jamás será legalmente propietario. Entonces, ¿qué hace el pibe cuando su educación moral no existe en su familia, por la ausencia de educación en principios de probidad y dignidad? ¡Roba! El dinero fácil corre por las calles. No es difícil de encontrarlo. Hurto, tráfico de drogas, violencia, son las llaves que abren la puerta a esa aparente felicidad. Pero acá también, el ciudadano, cegado por su bienestar pasajero, cierra los ojos. Los noticieros están llenos de relatos de esas exacciones. En el fondo, si él no sufrió ningún ataque personal, esos perjuicios los guarda en el cajón de pérdidas y usufructos. Mientras le ocurre a terceros, le importa poco la realidad de dichos delitos: por lo demás, los responsables políticos fueron inventados para arreglarlos.
¿Por qué Mujica, este abuelo sabio y bien intencionado, ha fallado con sus promesas en materia de educación y de seguridad? Cuando se observan en profundidad las cosas, no es por falta de buena voluntad, pero simplemente por culpa de las fuerzas ocultas que gobiernan el país: sindicatos y radicales encarnando la ideología del pasado. Reclaman a gritos la reforma de la Constitución para reforzar sus poderes.
El verdadero cambio sería liberarse de esas fuerzas ocultas para tratar de resolver los problemas. Pero el sistema actual no lo permite. Por la razón sencilla de que este sistema se llama socialismo. Cada resolución se tranca en discusiones interminables. Y eso tiene otro nombre: democracia. Una palabra con doble sentido que revela los buenos y malos aspectos de las cosas. Se elige utilizarla cuando conviene, y rechazarla cuando molesta. Ya no nos acordamos más de este asunto vergonzoso que Mujica quiso arreglar al principio de su mandato. Un asunto que proponía confiar el restablecimiento del ferrocarril a los chinos, quienes estaban de acuerdo en hacer las inversiones necesarias. Bajo la presión de su sindicato, cincuenta obreros descansando desde hace cincuenta años y pagados por no hacer nada, salvo cuidar supuestamente una vía férrea completamente obsoleta, se opusieron al proyecto. Y Mujica, a pesar de su anáfora “Yo, Presidente”, lamentablemente bajó los brazos y renunció a esta obra mirifica. Este ejemplo, entre muchos otros, revela la incapacidad del gobierno actual a obrar positivamente.
La oposición representada por el joven Lacalle quiere el cese de esos abusos y restaurar un Estado de derecho y también de deberes. ¿Lograría conseguir su meta? Se puede dudar, cuando se observa los obstáculos en el camino de toda reforma. Pero vale la pena intentarlo. Solo por el hecho de que sangre joven corre por sus venas. Si alguien puede cambiar las cosas, favoreciendo la educación de los jóvenes y la formación de elites capaces de hacer del Uruguay un país realmente moderno, está bien, sin dudar, este hombre dinámico y joven. La dictadura que sacudió el país en los años setenta está bien lejos; los que nacieron después —representantes del futuro del país— no la conocieron. Ni siquiera saben en qué consistió realmente. Están orientados hacia el futuro, no hacia el pasado, como esos viejos políticos que gobiernan el país y cuyas responsabilidades les fueron otorgadas por razones políticas. Lo que no significa que no haya adentro de los socialistas gente inteligente, capaz y sin sectarismo. Conozco algunos y los aprecio mucho.
Dicho todo eso, ¿qué pensar del señor Mujica? La gente que lee mis crónicas sabe que no fui siempre complaciente con él —sobre todo con su manera de gobernar— pero sabe también que quiero mucho al personaje. Mis dos cartas a los lectores en la revista Búsqueda ilustran mi postura.
Lo que me impacta en él, es el hombre y sus virtudes. Sin volver a evocar su pasado de “tupamaro” —todo el mundo puede equivocarse, sobre todo cuando uno es joven y quiere cambiar el mundo— este hombre es sumamente atípico. Tomando al revés la evolución de la humanidad, él preconiza vivir siguiendo la ley de los profetas, mostrando el ejemplo a su pueblo por su manera de vivir, sencilla, cuasi ascética, y sus juiciosos consejos de cómo conseguir la felicidad. Lo escucho a menudo y debo confesar que lo que dice está siempre preñado de buen sentido. Comete sin dudas algunos desbordes, sobre todo en su lenguaje, aunque los corrige rápidamente cuando se da cuenta que ha ido demasiado lejos. Lo hace con una truculencia pantagruélica, bien afirmado en sus pantuflas. Este hombre tiene al más alto nivel el sentido de la humildad. Cualidad maestra del ser humano. Por cierto, defiende sus ideas y, de vez en cuando, va más allá de lo que un presidente de todo un país, y no solo de sus partidarios, puede hacer. Como violar un poquitín la Constitución. Pero nunca le van a ver una gota de maldad. Ni de sectarismo, ni de odio hacia los pudientes, ni de desprecio hacia cualquiera. Llegado a la edad canónica de casi ochenta años, él tiene el derecho y el deber de aconsejar. Si no, ¿para que sirvió su vida si no puede utilizar las enseñanzas que ella le enseñó? Todos los que siguieron el recorrido tumultuoso de este hombre, y si la honestidad es su virtud, reconocerán el valor del individuo, de su coraje y el rechazo de la práctica del lenguaje políticamente correcto, que definen su carácter atípico. Una atipicidad que le permitió levantar con orgullo la bandera uruguaya en el campo internacional, permitiendo que el mundo descubriera la existencia de su pequeño país. Marihuana, presos de Guantánamo, acogida de familias sirias, son decisiones discutibles pero anecdóticas. Lo que él hizo, ningún presidente, ningún hombre político del Uruguay, logró hacerlo antes: el desbloqueo del aislamiento de su país en el marco de las naciones. Hoy día, gracias a Mujica, todo el mundo sabe (salvo los que nunca leen los diarios, no escuchan la radio y no miran la televisión) que el Uruguay existe, no solo gracias a sus jugadores míticos del balón redondo, Cavani, Suárez, Godín, sino porque este hombre, clamando sus creencias, ha demostrado que se podía vivir feliz en el siglo XXI en una chacra en medio de sus lechones y de sus gallinas, sin buscar otro enriquecimiento que la que procuran dignidad y prolijidad moral. Él me hace pensar un poco en esos reformistas que fueron Tolstoi, Gandhi o Mandela, profundamente empeñados en el acto de tratar de mejorar el destino de la humanidad. Por supuesto, el carisma se acompaña de un cierto ego, con el arte de meterse en el primer plano. Pero eso es también la única manera de hacer avanzar las cosas. Las relaciones públicas no son hechas para los perros.
Mujica, lo repito, es profundamente atípico. La gente lo quiere por eso. Su pasaje como presidente quedará, sin dudas, en los anales de la memoria histórica del Uruguay.
Pero que el buen pueblo uruguayo no se engañe. Cuando va a depositar su voto en la urna, no va a ser para el señor Mujica sino para el señor Vázquez que no tiene que ver, absolutamente nada, con su predecesor. Terminarán los consejos sabios, humorísticos y la truculencia que hacía morir de risa a sus compatriotas. Van a seguir los mismos vicios y continuar sin hacer nada para desarrollar un futuro sustentable. Plegándose a la ley de los sindicatos que no quieren cambiar nada, preocupados solamente por su bienestar, un bienestar ilusorio a la espera de que el viento cambie. Pero cada uno sabe que cuando el viento cambia de dirección, es a menudo señal de mal tiempo.
Conclusión: piénselo bien antes de echar su voto en la urna.
Sacha Tolstoi
CI 5.313.171-3