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    Oda al estudio

    Escucho en la tele a un político decir alegremente que el desastre educativo, por ejemplo, se debe a que los alumnos de primaria pasan de tener una maestra en sexto a un montón de profesores en primero de liceo. Defiende la? enseñanza por áreas.

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    Lo miro con incredulidad. Cuando este señor pasó al liceo, hace más de 40 años, venía del regazo de una maestra vestida de blanco. Se encontró con un abanico de materias, de esas que incluso ya no se dan, como francés. Pero más tarde terminó el liceo, preparatorio y facultad. ¡No parece haberse quedado excluido del sistema educativo!

    Me pregunto si el hecho de haber ido a un colegio de Carrasco y la certidumbre de pertenecer a una familia de abolengo lo habrán ayudado a sobrellevar la pérdida de la escuelita y el mal sueño de toparse con una galería de docentes variopintos.

    En verdad, todos los uruguayos que hemos ido al liceo hemos tenido ese cambio. ¿Y? Aquí estamos. Durante décadas, dejamos atrás la túnica y nos pusimos uniforme, cambiamos los deberes en hojas Tabaré por el arduo estudio para dar orales y hacer los temibles escritos, fuimos los sábados a clase… Y abandonamos la cursiva para escribir con letra híbrida (un collage de mayúsculas, minúsculas e imprenta). Mutamos. Ya no fuimos niños, sino liceales.

    Nada de trauma: fue algo natural, como los granos en la cara, los siemprelibres en la cartuchera y el amor por el galán de la clase codiciado por todas las chicas.

    Yo fui a un liceo público: estaba ubicado en una casona vieja, oscura y, en las aulas sin ventanas, nos acumulábamos 35 adolescentes.

    Hoy, mis ex compañeros de cuarto año se han encontrado por el tan mentado Facebook y, aunque yo no tengo, dieron conmigo. Nos vimos. Estamos más gordos, más feos y el galán está pelado como un huevo. Pero de esa clase salimos: tres ingenieros, un matemático, cuatro médicos, una odontóloga, una psicóloga, una bibliotecóloga, una profesora de Historia, otra de Biología, otra de Literatura (la que suscribe), otra de Educación Física y una jueza. El galán es gerente de una enorme cadena de supermercados. Etc.

    ¿Por qué no nos traumó que nos abandonara la maestra? ¿Por qué seguimos años estudiando si el cambio de la escuela al liceo nos debería haber anulado los cerebros?

    No vivíamos en Carrasco, no teníamos apellido vasco, ni siquiera casa propia: éramos inquilinos de edificio con pasillo. Yo heredaba la ropa de mi hermana, hasta las botas Funsa, porque aunque diluviara, no faltaba al liceo. ¡No daban alertas meteorológicas!

    Los políticos creen que las reformas educativas van a descubrir la pólvora. Pero la pólvora ya está inventada: se llama estudiar, concurrir a clase, llegar en hora, cumplir con los escritos, tomar apuntes, traer el libro, atender al profesor, levantar la mano y, sobre todo, querer pasar. Pasar de cuarto a quinto. De quinto a sexto. Y de ahí al futuro.

    Y se llama leer a Homero, mirar por el microscopio, conocer el modo subjuntivo, la Segunda Guerra Mundial y la velocidad de la luz.

    Lo demás son pamplinas.