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    Pese al clima de polarización, uruguayos no sienten “miedo” por quién pueda triunfar en las elecciones

    La próxima elección nacional es una rareza en el mundo porque no está dominada por el temor o los extremos, dice el sociólogo Ignacio Zuasnabar, que anticipa un escenario competitivo

    Aunque la contienda política domina desde hace meses buena parte de la agenda y de las actividades de dirigentes y militantes, el año electoral acaba de empezar. Y si bien por momentos parece que las cartas estuvieran echadas, que los favoritos son claros y las tendencias sostenidas, Ignacio Zuasnabar, director de Equipos Consultores, insiste en la cautela: “¿Es un escenario ya definido? Por supuesto que no”.

    Hay señales ambiguas. Por un lado, el Frente Amplio está ante un “escenario alentador”, con una simpatía política que supera en siete puntos porcentuales a los partidos de la coalición multicolor sumados. Por otro lado, la gestión del presidente Luis Lacalle Pou tiene una buena valoración y el clima social muestra indicadores positivos que dan al oficialismo espacio para construir una oferta competitiva “si hace sus deberes”, dice Zuasnabar.

    En las elecciones internas de los principales partidos, el sociólogo también observa escenarios inciertos e insiste en que pese a que las encuestas se muestran favorables a Álvaro Delgado (Partido Nacional) y a Yamandú Orsi (Frente Amplio), sus liderazgos están todavía “en construcción” y lo que pase en la campaña será determinante.

    En los últimos meses el debate político fue subiendo de tono y oficialismo y oposición ya no disimulan el fastidio mutuo, mientras se acusan unos a otros de cruzar los límites aceptables. Esta creciente polarización, que pone “los pelos de punta” al sociólogo, no parece, sin embargo, reflejar el humor del electorado. A diferencia de lo que pasa en el mundo, donde las elecciones se definen cada vez más por los “miedos” que se alimentan desde los extremos, tornándose “angustiantes” para el electorado del “medio”, en Uruguay esos votantes no sienten una “tensión dramática” entre las opciones para elegir: están relativamente satisfechos con el rumbo del país gobernado por la coalición, pero no temen ni ven incertidumbre en una eventual vuelta del FA al gobierno.

    Para ese electorado del medio, sostiene Zuasnabar, “es una elección sin miedo”.

    —Acaba de arrancar el año electoral y las encuestas de Equipos marcan una sostenida intención de voto favorable al Frente Amplio. ¿Hay un claro favorito?

    —Lo que se puede afirmar hoy es que el Frente Amplio tuvo un buen 2023 y que ha mantenido una diferencia estable, que no es enorme pero es interesante, sobre la suma de los partidos de la coalición. Diría que es un momento alentador para las expectativas del Frente de recuperar el gobierno. ¿Es un escenario ya definido? Por supuesto que no. Hay muchos otros elementos del clima de opinión pública que alientan la idea de un escenario potencialmente competitivo, que tienen que ver con la marcha de la economía, la gestión del presidente y el clima social. A diferencia de lo que ocurrió en 2018, cuando los indicadores de clima social y preferencia electoral iban en la misma línea e indicaban una alta probabilidad de cambio, en este escenario, no. Los indicadores de preferencia electoral son favorables al Frente pero los de clima social son bastante más ambiguos. El oficialismo tiene espacio para construir una alternativa competitiva y en términos de resultado final todavía es poco lo que podemos anticipar.

    —Más allá de que hay un final incierto, uno de los contendientes parte el año con ventaja…

    —Sin duda. En términos de preferencia electoral el Frente Amplio tiene una ventaja, que la ha mantenido todo el año, y es claro que es el oficialismo el que tiene la obligación de revertir ese resultado si quiere ganar. El punto es que el análisis de los indicadores de opinión pública muestra que el oficialismo tiene de dónde agarrarse para desarrollar una oferta competitiva si hace sus deberes.

    —¿Cuáles son esos deberes?

    —Hay cuatro tareas. Una es incidir en el humor del clima social. Acá es donde el oficialismo tiene más trabajo avanzado porque los indicadores son algunos positivos y otros intermedios. La simplificación más básica de cualquier elección es una decisión entre continuidad o cambio. Cuando la gente siente que las cosas van bien aumenta la probabilidad de continuidad y cuando siente que las cosas van mal aumenta la probabilidad de cambio. El oficialismo tiene la capacidad de construir un clima de humor social satisfactorio que sea más conducente a la continuidad que al cambio. La segunda tarea es el desarrollo de candidaturas. Estamos en un proceso de altísima renovación de candidaturas, prácticamente en todos los partidos políticos. El desafío es construir candidaturas potentes, seductoras, y esa es una tarea que el oficialismo debe hacer si quiere pelear. La tercera es construir una narrativa sobre por qué sería bueno que el oficialismo continúe cinco años más. La cuarta, asociada a las anteriores, es la reformulación de la coalición. Los artífices de la coalición del 2019 fueron Lacalle Pou, Sanguinetti, Larrañaga, Talvi, Novik, Manini Rios y Mieres, y los primeros no están en la cancha, entonces hay una responsabilidad del elenco oficialista en recomponer esa propuesta. En la narrativa de por qué el oficialismo debe continuar tiene una pata central la credibilidad en una nueva propuesta de coalición. Con Lacalle Pou y Sanguinetti en roles más secundarios, son otros actores los que tienen que recomponer esos espacios y mostrar affectio societatis.

    —¿Y el Frente Amplio qué deberes tiene?

    —Siempre es más fácil para el que va ganando… En algunos casos tiene incertidumbres similares, como la construcción de candidaturas. Hoy los posibles precandidatos del Frente tienen mejor imagen que los de la coalición, entonces el desafío es un poquito menor, pero tampoco tiene candidatos consolidados. También es un desafío la construcción de una narrativa de por qué el Frente merece volver al gobierno. En un Frente Amplio que también se está reestructurando en sus vínculos de poder, sus espacios sectoriales, sin Vázquez, Astori y un lugar más secundario de Mujica.

    —Mencionó el desafío de reformular la coalición, que pierde algunos liderazgos y que viene con los roces que dejaron estos años de gobierno ¿Va a ser más difícil para la coalición mostrarse unida en la campaña?

    —El proceso de la coalición en 2018-2019 fue bastante trabajoso. Incluso después de la primera vuelta los cinco candidatos no querían sacarse una foto juntos y fue muy costoso lograrlo, a pesar de que ya tenían construido un programa común. Había muchas dudas en el electorado uruguayo sobre cómo podía funcionar esa coalición. Cuatro años después hay nuevas incertidumbres sobre la coalición, sobre en qué medida se podrán poner de acuerdo en temáticas, en vínculos, etc.; pero también hay mucho construido. La coalición gobernó en conjunto el país, tuvieron ruidos, diferencias, y obviamente hay espinitas. Pero no se rompió, y en principio todos los principales actores manifiestan predisposición a seguir cooperando electoralmente. La coalición ya es un objeto político instalado en la psicología política uruguaya, que no lo era hace cinco años, y tiene experiencia de gobierno. Pero sí hay una diferencia sustantiva, y es que en 2019 el impulsor de ese espíritu coalicionar era Lacalle Pou y ahora esos liderazgos quizás tengan que asumir lógicas más colectivas.

    —¿Hay un “votante de la coalición”? ¿Un “ellos” vs. “nosotros” consolidado?

    —Está consolidado en una parte del electorado. Cualquiera de los bloques debería tener un piso de 40%, y eso acota los espacios de competencia en un público más volátil, menos politizado y más influenciado por variables de corto plazo. Ese público puede haber votado al FA en 2014 y a la coalición en 2019. ¿Sorprende que el Frente esté hoy en niveles ya por encima del 40%? En algún sentido, sí, porque está más de 10 puntos por encima del mismo momento en 2018. La diferencia es sustantiva. Ahora, no debería sorprender si uno mira el resultado de la segunda vuelta, con el Frente votando 47%, o con el resultado del referéndum de la Ley de Urgente Consideración, con el rechazo a la ley casi en porcentajes idénticos. Está claro que el Frente se ha sostenido todos estos años como el partido más grande del sistema, con un piso muy alto, y que el escenario es alentador para el Frente.

    —Pareciera que hay una estrategia, de las dos partes, de dividir el escenario político en un “nosotros” contra “ellos”: el “FA-PIT” por un lado, la coalición por otro. ¿A quién favorece esa estrategia de polarizar la elección?

    —Me pregunto, y no tengo una respuesta, si esa dinámica responde a cuestiones estratégicas o cuestiones mucho más primarias. Leía en Búsqueda afirmaciones de José Mujica, que hoy es el líder con mejor imagen de todo el elenco político, sobre que este gobierno está constantemente tirando palo al Frente Amplio y que eso genera una reacción similar del Frente. Muchos actores del Frente están convencidos de que el gobierno ha pasado algunos límites en su forma de actuar y que eso justifica algunos comportamientos, mientras que en el oficialismo están convencidos de que el Frente como oposición ha pasado algunos límites razonables y que ese accionar justifica algunas acciones. Como el huevo y la gallina, los dos están viendo el mismo problema pero atribuyen en el otro la responsabilidad inicial. No creo que sea solo estratégico. Si efectivamente los dos están convencidos de que este lío lo inició el otro y ninguno es capaz de plantear la posibilidad de que las cosas sean inversas o de que haya responsabilidades compartidas, quizás sea una dinámica que va a continuar. Uruguay no es una isla, y creo que este fenómeno de la polarización, que es global y que es un gran problema para la democracia, también está llegando a Uruguay. Como observador de la política a mí me pone un poco los pelos de punta ver cómo algunas dinámicas se retroalimentan y se amplifican en la antesala de un año electoral. Lo curioso es que actores políticos como Mujica o el presidente Lacalle Pou son conscientes del problema; el tema es quién frena los carros en la bajada.

    —Hubo un 20% del electorado que en 2019 votó distinto de lo que hizo en 2014, una volatilidad alta. ¿Hay un menor margen de volatilidad ahora?

    —Con respecto a 2019, sí, porque el FA está más arriba, y después tenemos el otro componente de potencial volatilidad que es en el interior de la coalición, porque al mismo tiempo que se empieza a construir una identidad de bloque empiezan a disminuir las identidades exclusivas y aumenta la cantidad de gente que podría votar a más de uno de los partidos de la coalición. Eso implica que empieza a disminuir los que son solo blancos, colorados o cabildantes. Si bien el piso de la colación se mantiene en torno al 40%, los pisos de cada uno de los partidos que la integran son más bajos de lo que eran porque empiezan a generarse zonas de solapamiento mayores.

    —¿Hay alguien que le esté hablando al centro del electorado y teniendo éxito en ese intento?

    —El hecho de que en Uruguay el voto sea obligatorio va a hacer que después de la interna la gran mayoría va a intentar pescar en ese nicho. Está claro que el Frente Amplio lo va a hacer y la coalición debería hacerlo. Estratégicamente a la coalición le convendría ir a buscar al electorado independiente pero quizás alguno de los actores prefiere hacer negocios de nicho dentro de la coalición, por eso en la coalición el conflicto en términos de pujar por los mismos nichos se arrastra hasta octubre; para algunos sectores de la coalición octubre podría ser visto hasta como una especie de interna de la coalición, para ver quién compite en segunda vuelta con el Frente.

    —Las encuestas muestran tendencias claras en las internas del Frente Amplio y el Partido Nacional. ¿Hay margen para sorpresas?

    —No estamos en un momento de liderazgos fuertemente consolidados. Para nada. Están en proceso de construcción. Cuando uno llega a una interna como la del Partido Nacional cuando competían Larrañaga y Lacalle Pou, o en el FA entre Mujica y Danilo Astori, buena parte de esas barras estaban definidas y no se iban a mover. Hoy la decisión de a cuál elegir todavía no está construida. No tenemos todavía delgadistas o laurarraffistas, orsistas o cosistas como lo tenían otros líderes.

    —Pero las encuestas marcan diferencias importantes entre los primeros respecto de los segundos.

    —Lucen importantes y en algunos casos han sido estables, por ejemplo, en todo el año Delgado ha tenido ventaja sobre Raffo y Orsi sobre Cosse, pero la campaña no comenzó todavía. Si nos guiamos por el pasado, a esta altura en el Partido Colorado Sanguinetti tenía una enorme ventaja sobre Talvi, Juan Sartori estaba recién anunciando su candidatura y nadie sabía quién era. En las internas es mucho más volátil el voto porque a muchos de los votantes les cuesta menos cambiar de decisión, más siendo candidatos nuevos a los que nunca votó, y que recién los está empezando a conocer. Estamos en un escenario de volatilidad potencialmente alta en las internas.

    —Delgado ha consolidado un apoyo de dirigentes del interior muy superior al que ha cosechado Raffo, que le aseguran una estructura detrás que pesa bastante.

    —Sin duda. En las internas tenemos el voto opinión y el voto estructura, que depende de factores más permanentes y de cuánto músculo se ponga en ese mismo día. Desde ese punto de vista Delgado tiene una estructura muy fuerte, pero reitero que hay que ser cautelosos. Si uno compara la estructura que tenía Alianza Nacional con respecto a la que tenía Sartori, uno podía pensar que era imposible que saliera segundo en la interna. Creo que estamos en territorio abierto. En el Frente Amplio pasa lo mismo, puede haber especulaciones de quién tiene mayor o mejor estructura, o cuánto va a ser el voto opinión, pero no lo podemos anticipar todavía.

    —El Partido Colorado tiene varios posibles candidatos. ¿Tener una interna dinámica es positivo para un partido “chico” o más bien lo perjudica la falta de un líder claro?

    —Hay una paradoja en el Partido Colorado porque por un lado está en el momento de menor registro de intención de voto en toda su historia, entre 5% y 7%, pero por otro lado muestra una vitalidad interna de gente que quiere levantar esa bandera mucho mayor que en momentos donde marcaba más. El hecho de haber participado en una coalición de gobierno implica haber logrado mostrar cuadros políticos de gestión. Además, hizo una elección de jóvenes y tuvo una buena convocatoria. Es un partido que muestra vitalidad desde ese punto de vista, pero está claro que al final en culturas caudillistas como las nuestras las candidaturas son las que terminan definiendo. En su proceso de renovación de candidaturas el Partido Colorado la viene corriendo desde atrás, está unos escalones más abajo que el Partido Nacional y el Frente Amplio. Salvo un eventual retorno de Bordaberry, que es el único que tiene una trayectoria propia.

    —Tanto colorados como cabildantes registran intenciones de votos por debajo de su performance de 2019…

    —El espacio potencial para que el Partido Colorado y Cabildo crezcan está. Cuando preguntamos en vez de simpatía por partido, por nombre de posibles candidatos, crece el Partido Independiente, el Colorado y Cabildo y se achica la diferencia Frente Amplio y coalición.

    —¿La economía va a ser definitoria en las elecciones? ¿Y cuánto pueden pesar los casos de corrupción y la salida de dirigentes de primera línea del gobierno?

    —Las dos cosas van a pesar. Es cierto que está el mito de que la gente vota con el bolsillo, pero si fuera tan sencillo sería muy fácil predecir las elecciones; es más complejo, pero no hay duda de que la forma en que la gente percibe la economía es uno de los indicadores centrales del clima social. Tuvimos en el pasado momentos en que claramente el humor económico era muy negativo y conducente al cambio, como en 2004 y en 2019. Después tuvimos elecciones como las de 2009 y 2014 con climas económicos donde predominaba el optimismo y hubo continuidad. Lo que no hemos tenido es una elección con los niveles de percepción económica intermedios como tenemos ahora, no tan optimistas pero claramente no tan pesimistas. ¿Desde la economía hay un humor social conducente al cambio? No necesariamente. Otro indicador es la evaluación de la gestión del presidente: la de Lacalle Pou ahora es equiparable a la del primer gobierno de Vázquez o a la de Mujica. Cuando hubo presidentes con estos niveles de aprobación, sus partidos se reeligieron en la elección siguiente, aunque ellos no fueron candidatos. Cada vez que hubo cambios hubo presidentes que llegaban con saldos negativos. Ese es un indicador favorable al gobierno. Va a influir el clima económico, no hay duda, y la renuncia de ministros y los hechos de corrupción también, incluso es posible que una parte de la diferencia a favor del Frente Amplio tenga que ver con esos factores. Así como en la economía va a haber una puja por instalar el año que viene elementos marcos de debate sobre el humor social, lo mismo en cuanto a la ética en el manejo del gobierno.

    —Hay otro elemento más que es la seguridad.

    —Es un elemento muy interesante, porque la gente siente que el Frente fracasó y que el gobierno actual no ha logrado mejoras significativas. Desde dónde se pueden parar tanto el Frente como la oposición para formular propuestas convincentes en materia de seguridad, es complejo. A esta altura hay bastante desconcierto en la población respecto a cuáles pueden ser las soluciones. El que puede tener oportunidad de construir algo es Cabildo, porque puede decir que no participó de la gestión del Frente ni de la gestión actual.

    —Dice que es un escenario distinto a otros porque el electorado da señales de cambio cuando se le pide la intención de voto, pero de relativa continuidad cuando se mide su conformidad con temas claves.

    —Hay cierta inconsistencia entre el hecho de que la gente ve al gobierno bien, la economía no está tan mal, y le preguntas a quién vota y vota al Frente Amplio. ¿Qué está pasando? Lo que está pasando es que hay una parte de ese electorado fluctuante, el del medio, que tiene una visión razonablemente buena sobre la gestión del gobierno y el rumbo del país, pero sin embargo también recuerda que el Frente Amplio gobernó bien. Es una elección muy rara en el mundo, porque estamos viendo elecciones donde el electorado del medio tiene que tomar decisiones angustiantes. Esa parte del electorado uruguayo no está sintiendo esa tensión dramática entre las opciones que tiene que tomar. Está más o menos satisfecho con las cosas como van y no tiene temor de que las cosas sigan por este rumbo y tampoco tiene ningún temor ni incertidumbre si volviera el Frente. Para ese electorado del medio es una elección sin miedo. Cuando el miedo es hoy una de las principales características de los contextos electorales en el mundo. Creo que hubo más miedo en 2019 que ahora.

    —Salvo que en la campaña empiece a alimentarse…

    —Evidentemente, en esa lógica más polarizada y en este contagio de olas de comunicación política donde la generación de miedos son una de las grandes ideas que los consultores sugieren en campañas, es posible que tengamos esa dinámica el año que viene. Esos miedos ya están instalados en los extremos, pero en el medio la sensación por ahora es más de calma que de temor. La elección es más por quién me convence más que por el miedo al otro, y hay cierto descalce con lo que ha sido el discurso político, que quizás está girando más hacia la crítica al otro que hacia la parte propositiva.

    Información Nacional
    2024-01-03T22:03:00