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    Solo se regresa dos veces

    De la misma manera que todos los caminos llevan a Roma, todos los senderos de la trama que comenzamos a tejer con el caso del místico desmemoriado del manicomio de Torino, hace 80 años, y que luego seguimos con la desaparición de Martín Guerre de su pueblo pirenaico, hace casi cinco siglos, llevan a una conocida chacra del Cerro montevideano.

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    Hay, a través de los siglos, las situaciones y los países de esta historia, un hilo conductor que mantiene unido el tejido y le da razón de ser al relato.

    Comencemos recordando, antes de continuar, que el regreso de Martín ocasionó mucha alegría en el poblado medieval de los Pirineos franceses. Pierre Guerre recibió de brazos abiertos a su sobrino repentinamente aparecido, pues brazos era justamente lo que se precisaba en las tareas del campo. Bertrande, por su parte, lo recibió de cuerpo y alma: volvió a tener un marido a su lado, volvió a ser la patrona de un hogar propio y volvió a ser madre. Primero una y muy pronto dos veces.

    Los padres de Martín habían muerto durante su ausencia y sus cuatro hermanas se alegraron de tener a su único hermano varón nuevamente cerca. El río volvió a su viejo cauce, pero Martín nunca dijo qué había hecho en los ocho años de ausencia.

    Durante un tiempo, todo fue alegría y concordia. Hasta que Martín le exigió a su tío el capital que este había ganado con el usufructo de su campo a partir de la muerte de sus padres. Peor aún: le anunció al tío que pensaba vender el campo heredado.

    Estos dos anuncios hicieron que Pierre Guerre comenzase a sostener que estaba frente a un impostor. Un día, incluso, intentó matarlo, pero Bertrande se interpuso y le salvó la vida.

    A tres años de haber regresado, Martín Guerre fue acusado de incendio premeditado y de abuso de identidad. Hubo un juicio, pero con el apoyo de Bertrande fue declarado inocente.

    Lleno de sospechas, Pierre Guerre hizo sus averiguaciones en la región. Creyó identificar a quien decía ser su sobrino en la persona de Arnaud du Tilh, personaje de mala fama nacido en un pueblo cercano.

    Entre Pierre y su esposa (recordemos que se había vuelto a casar con la madre de Bertrande, quien también había enviudado) presionaron a Bertrande para que testimoniara en contra del padre de sus dos hijas menores. La joven se negó. Sin embargo, amenazándola con un futuro aislamiento social y la pérdida total de la herencia, la muchacha se vio obligada a acceder.

    Su postura era clave, pues era ella, como cuatro siglos más tarde sería Giulia Canella, la única poseedora de las llaves del secreto.

    Frente a la acusación de haber ocupado la identidad, la propiedad y la esposa de otra persona, el Tribunal de Rieux trató el caso de quien se decía ser Martín Guerre, desaparecido en 1548 y reaparecido en 1556.

    Los jueces registraron los testimonios de 150 personas (probablemente todos los adultos del pueblo). Pierre Guerre y su esposa eran los mayores defensores de la tesis de que el joven era un impostor. Las hermanas de Martín, por el contrario, juraban que se trataba de su hermano de sangre. El zapatero dudaba, pues la horma del pie no era la misma. La mayoría se mantuvo neutral.

    Apremiados, el acusado y Bertrande contaron por separado los mismos detalles íntimos de las primeras noches en pareja, es decir de las noches antes de que Martín desapareciera. ¿Eran memorias fieles que cada uno cultivaba por separado o Bertrande había instruido al supuesto Martín lo que tenía que decir?

    Luego de muchas marchas y contramarchas, el acusado fue identificado como Arnaud du Tilh y condenado a muerte.

    Al igual que en el caso Bruneri-Canella, el condenado apeló a una instancia superior. El trámite llegó así al Tribunal de Toulouse, en donde Michel de Montaigne, joven abogado y futura gloria de las letras francesas, fue defensor del acusado. De esa extraña manera, dos grandes escritores fueron testigos directos de los dos incidentes que hemos tratado: Montaigne escribió sobre Martín Guerre y Pirandello sobre el falso Giulio Canella.

    Frente al Tribunal de Toulouse, Martín Guerre demostró ser un eximio orador, logrando, incluso, que dicha instancia judicial condenase a Pierre Guerre por falsas acusaciones y perjurio (el campesino se había “olvidado” de pagar una buena cantidad de impuestos…). Investigado a fondo sobre su pasado, el joven no se contradijo una sola vez.

    Pero justo antes de que el Tribunal lo absolviera, apareció en la sala de sesiones un hombre que arrastraba una pierna de palo. Decía ser Martín Guerre.

    Confrontado con los jueces, el recién llegado mostró grandes lagunas sobre su pasado y no logró dar la misma sensación de solidez del primer Martín. Además, la gran mayoría de los testigos seguía insistiendo en que el primer regresado era el verdadero Martín Guerre mientras que al cojo nadie lo reconoció como el marido de Bertrande.

    Y es que nadie parecía estar contento con la aparición de un hombre inútil en las faenas del amor, insulso en las de la amistad e inutilizado para las del campo.