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Hay un momento en esta producción en el que Ricardo Darín (que hace de Ricardo Darín) aguarda para rodar una escena que se retrasa eternamente y, en soledad, con una mezcla de fastidio y resignación, dice: “Me la comí”. Derrotado, solo resta esperar a que todo termine, y asume, con el rostro fatigado y macilento: “Esto me pasa por pelotudo”.
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De alguna manera el gran actor argentino parece justificarse ante el público y sintetizar humildemente su presencia en esta embarazosamente insípida operación. Las palabras de Darín reflejan lo que puede experimentar el espectador: la sensación de haber caído en una trampa, de haberse dejado engañar por toscos estafadores, de haber ido a ver una película atraído por el gancho posmo y metacinematográfico de Ricardo Darín haciendo de Ricardo Darín.
Partiendo de una idea ingeniosa, Delirium se suma al subgénero cine dentro del cine (como la uruguaya Kamikaze, película clase B sobre un grupo de jóvenes que hacen una película clase B) y lo conduce hacia el cenit de la banalidad y el esperpento. Tres personajes insustanciales que en este relato son presentados como amigos de toda la vida se convencen de que la fórmula mágica para ganar mucho dinero sin demasiado esfuerzo es realizar una cinta de bajo presupuesto. Menuda lógica. Hacer una película —algo bastante complejo— con presupuestos y recursos magros y luego llenarse de oro y posteriormente consolidar una carrera es la excepción y no la regla. Las excepciones se dan muy de tanto en tanto (Spielberg y Cameron, Tarantino y Rodríguez, Sam Raimi y Peter Jackson), y este caso en particular es más delirante: los protagonistas no tienen ni idea de cómo filmar, ni siquiera son aficionados al cine. Uno de ellos asegura que la clave está en que participe una estrella de renombre. Que con eso alcanza. Cita ejemplos que vio en la tele. Por un atajo elemental del guion consiguen que Darín entre en el juego. Y así sigue la historia, que se hunde secuencia a secuencia, el chiste se estira, la historia se convierte en la sombra de la sombra de lo que pudo ser, hasta que llega ese instante, el momento “Esto me pasa por pelotudo”, y surge la chance de un viraje atrayente. Pero no, no ocurre nada de eso. Y uno se pregunta si nadie notó que el asunto no estaba funcionado. En serio: ¿ni siquiera Darín?
Sería interesante saber cómo fue que el director logró convencer al protagonista de El aura, si lo hizo del mismo modo que los (por llamarlos de algún modo) personajes. Porque parte de lo horrorosamente vergonzoso de esto (además de las pésimas actuaciones –exceptuando la de ya saben quién– y lo mal resuelto que está todo) es que la ficción y la realidad son casi lo mismo. El director (que tenía ocho años cuando conoció personalmente a Darín, que comenzó a pergeñar la idea de Delirium en 2001 y que asegura que siempre tuvo al actor de Relatos salvajes y El secreto de sus ojos en mente), comparte el modus operandi del infame trío protagonista: contar con la gran estrella del cine argentino para ganar dinero, aunque sea filmando algo sin sentido que desprecia al espectador. Quizás planificar y ejecutar el asalto a un banco sin dejar víctimas le resultaba demasiado trabajoso. Sería un acto criminal con un toque más cinematográfico que el que perpetró con Delirium.
Delirium (Argentina, 2014). Guion y dirección: Carlos Kaimakamian Carra. Con: Ramiro Archain, Emiliano Carrazzone, Miguel di Lemme, Ricardo Darín. Duración: 84 minutos.