Un argentino de Defensor

Las pasiones futboleras son todas legítimas. Y la pasión futbolera violeta no es mejor que ninguna. Pero es diferente, late de otro modo… reitero, ni mejor ni peor. Montevideo me ha partido al medio, señor director, porque me hace sentir que “soy de aquí” por elección, y para mejor, el Tuerto suma y tira para agigantar ese sentimiento oriental que fui adquiriendo aquí en Uruguay, caminando por las veredas rotas (95% rotas) de esta ciudad; pagando los impuestos más elevados de América (seguro que para que no me olvide de mi país, Argentina, que en ese torneo le gana por un 1%); pero con una “cadencia diferente” de los uruguayos, que hablan y miran como si fuesen una extensión de la extensa rambla montevideana… sí… vivir aquí me enamoró y me partió al medio mi corazón entrerriano. Faltan cinco horas.

Nacional es uno de los grandes. Defensor se diezmó un poco por la venta de jugadores, pero vinieron desde abajo, desde las formativas, botijas increíbles que parece no pesarles la camiseta violeta y juegan como si trajesen en su maleta un historial de partidos jugados. Si Defensor gana, se mete en las definiciones fundamentales del torneo uruguayo. Si empata, le sirve. Pero si gana, empata o pierde, la emoción mía (que no podré ir al Parque Central a ver el partido) estallará, como estalla cuando escucho que mi hijo (que hizo todo el liceo aquí) utiliza el “vamo’ arriba!”, “bo”, “botija”, como un derecho adquirido; o cuando asumo feliz que cambió “zapatillas” por “championes”; o como estalló cuando anoche fui a ver en el estadio el espectáculo El Delirio en homenaje a los 100 años de La Cumparsita; o como me estalla cada vez que termino de escribir poemas o milongas de muy bajo valor literario, por cierto, dedicados a mi ciudad, Montevideo, o a mi entrañable departamento de Rocha.