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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo es que la pandemia esté desapareciendo. Pero todo indica que va de salida, camino a convertirse en algo convivible.
Vale entonces levantar un poco la vista para ver qué enseñanzas nos deja de cara al futuro. Que es siempre lo más importante.
Para empezar, es una historia de éxito, por más que eso pueda sonar raro y hasta atrevido, hablando de una enfermedad.
No se trata de camisetear. No es Maracaná. Pero sí, un triunfo, y como tal uno debe analizar qué hubo de bueno para rescatar y de lo otro para…
Lo primero de lo primero ha sido la performance del gobierno: reaccionó con rapidez, tuvo la inteligencia de aprender de las experiencias ajenas y la humildad para buscar asesoramientos técnicos. Pero, por sobre todas las cosas, demostró capacidad de decisión y firmeza en el liderazgo. En el gobierno, el ideal es decidir bien, pero lo esencial es decidir, punto. Cosa nada fácil, sobre todo cuando se trata de decidir sobre temas complejos que uno no domina o siquiera conoce.
Los gringos dicen que no es cierto aquello de que la política es el “arte de lo posible”: es el dilema de tener que decidir entre lo imposible y lo indigerible.
La segunda enseñanza positiva la dio el Estado uruguayo. Sabido es que soy muy crítico de sus resultados, pero en esta empresa funcionó muy bien. El plan de vacunación fue un rotundo éxito. Primero en la obtención de vacunas (recordemos las críticas —algunas regodeantes— cuando la cosa demoraba en arrancar: hasta tentó al presidente Fernández a no poder reprimir una baboseada). Creo que si uno pondera la obtención de vacunas en tiempo útil por el poderío económico del país, salimos cabeza de tabla. Después, el plan de vacunación: una maravilla, y no solo de eficiencia. El espíritu y la buena onda de los vacunadores fue ejemplar. Completó la performance la preparación de los CTI (otra cosa que frustró a los pájaros de mal agüero con sus recurrentes pronósticos de colapsos inminentes) y, por último, el seguimiento técnico de la pandemia.
La tercera enseñanza la dejó nuestra sociedad. No toda ella. Pero sí en su mayoría, acatando las medidas —con frecuencia duras y perjudiciales— y dando mil muestras de solidaridad.
En suma, el Uruguay, ese país, con frecuencia tan pesimista, demostró que se puede. Ahora precisa internalizar eso (y no dejarlo caer en el olvido).
Pero esta experiencia también nos deja ejemplos de lo que no se debe hacer.
Por un lado, las conductas individuales de aquellos que, contra toda evidencia, se niegan a vacunarse, al tiempo de pretender que eso no tenga consecuencias negativas para ellos. Quieren ser libres para contagiar y pretenden que los demás se lo banquen.
Peor que eso ha sido la actitud de aquellos dirigentes, tanto políticos, como sindicales y gremiales, que buscaron medrar de la crisis para sacar réditos pequeños y así sembraron dudas, criticaron y atacaron, al punto de acusar nada menos que de homicidio culposo a quienes sobrellevaban el peso y la angustia de la lucha contra la enfermedad (que no eran solo los integrantes del gobierno).
Esta etapa está próxima a terminar. Pero la vida continuará. Hay decenas de temas para encarar y de decisiones a tomar. Menos heroicas, quizás, pero igualmente necesarias. Recordemos la experiencia vivida: para apoyar y repetir lo que estuvo bien y también para denunciar lo otro. Se pudo porque nos mantuvimos sustancialmente unidos, aceptando con madurez el liderazgo propio de nuestra democracia. Sigamos ese camino que tan buen resultado nos ha dado
Ignacio De Posadas