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    Vejez azarosa

    Voy al teatro. Me sorprende ver la enorme cantidad de viejitas que se van sentando, con extrema dificultad, en prácticamente una cuarta parte de las butacas. La sala no está preparada para un público tan longevo. La salida de los asientos es complicada, faltan barandas, las señoras se apoyan en los respaldos para bajar las escaleras y ¡zas! estos se reclinan automáticamente. Vuela una señora, sus lentes le lastiman la cara que sostuvo la caída.

    Ya en la calle, veo un micro adonde van entrando frágiles figuras de bastón: con mi amiga suponemos que vienen de un hogar de ancianos.

    Pocos días más tarde, escucho de refilón una entrevista a la escritora Isabel Allende. Tiene 70 años y está muy bonita. Supongo que los millones que ha ganado con la venta de sus libros le permiten mantener una estética impecable. Ha sorteado incluso el odio de los críticos que a cada paso le recuerdan que escribe literatura basura. No está deprimida y siempre se ve como una reina.

    Pero comenta algo que me alerta: ella y sus amigos, que tienen entre 65 y 70 años, tienen como gran tema de conversación la ancianidad de sus padres. Dice que la Humanidad está viviendo un fenómeno inédito. Por primera vez en la historia, viejos deben cuidar a viejos. La medicina ha postergado tanto la muerte, que los padres de esos hijos que constituyen su generación son inmensamente ancianos, sufren, viven en condiciones que a nadie le gustaría vivir, con el cuerpo y también la mente muy deteriorados.

    Una vez le dije a una médica conocida que la medicina había aprendido a prolongar la vida, pero a cambio nos había dado una larga vejez de dolor. Ella se enojó mucho conmigo.

    Todos vamos a ser viejos, pero no vamos a ser igualmente viejos. De hecho, aquellos ancianos con una buena jubilación, con dinero en el banco —heredado o ahorrado— pueden pasar sus últimos años en lugares higiénicos, pueden tener el famoso cuarto propio de Virginia Woolf, pueden salir a pasear en combi y hasta hacer excursiones turísticas si el cuerpo lo permite.

    Así, un viejo ex general, un anciano ex bancario, el propietario de varios edificios de apartamentos, la viuda de un abogado, una conocida médica de otrora, aunque deteriorados, siempre tendrán una dulce enfermera que los atienda las 24 horas en la desgracia.

    La gran mayoría, cuya jubilación no permite siquiera vivir como cualquier persona en su propia casa, se enfrentará a una vejez de geriátrico deprimente. Montevideo está repleto de ellos. Al igual que Europa, Uruguay tiene un crecimiento vegetativo lamentable. Durante años se fueron los óvulos y los espermatozoides a buscar trabajo al primer mundo.

    Pero los que aún no estamos en el geriátrico, los que trabajamos y aportamos al BPS, ¿tendremos en un futuro jubilación? Todos los países con pocos niños y jóvenes están inquietos. ¿Quién pagará las pensiones?

    Mi triste sueldo de profesora, ¿llegará algún día a convertirse en raleada jubilación?

    Paradoja. Tenemos presidentes longevos y miles de viejitos abandonados.