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El caso Martín Guerre quedó aclarado y cerrado con todas las de la ley, pero el de Bruneri-Canella no. A pesar de cinco procesos judiciales, 142 exposiciones y 14 pericias (la investigación policial y la judicial en Italia se revolucionaron con el aporte científico generado en el caso del “desmemoriado de Torino”) hay aún interrogantes abiertas: en julio pasado, en un programa de un canal televisivo italiano (RAI 3), se habló sobre el resultado de las pruebas de ADN efectuadas recientemente a descendientes vivos de Canella y de Bruneri. Julio Canella, nieto de Mario Bruneri, recibió los datos en un sobre cerrado pero no los ha hecho públicos aún.
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Sacamos de las dos historias estudiadas una larga serie de elementos identificables en el presidente de la República uruguaya, José Mujica, y en su álter ego “El Pepe”. Y es que existe un impactante paralelismo (una impactante identificación) entre los dúos formados por Martín y Arnaud, por Bruneri y Canella y por Mujica y El Pepe.
Se dirá que no es lo mismo, pues mientras las otras “parejas” estaban formadas por dos personas diferentes, Mujica y El Pepe son un mismo individuo. Sin embargo, yo creo cierto el principio pirandelliano según el cual la identidad “única” de una persona no es otra cosa que una mera ilusión: uno es, en definitiva, lo que los otros quieren que uno sea o, para recordar a Kant, tal como los otros nos ven, según aquella máxima que diferencia la cosa en sí y la cosa según la vemos nosotros.
Desde este punto de vista, Arnaud, Bruneri y El Pepe son impostores. De hecho, los tres ocuparon una identidad y tomaron el lugar de las identidades originales: Martín Guerre, Giulio Canella y José Mujica.
Por motivos que no vienen al caso, conocí personalmente a Mujica en 1972, cuando, clandestino y enfermo, se alojó en nuestra casa para que mi padre lo atendiera. Mantuve varias charlas con él y recuerdo que me impactó su “normalidad”, entendida (aunque yo aún no lo sabía) como la exploró Alberto Moravia en sus libros.
El discurso de José Mujica Cordano en 1972, su lenguaje, su relato, su visión del mundo y de las cosas que lo pueblan, todo eso que forma y conforma a una persona, eran radicalmente diferentes al discurso, al lenguaje y a la visión del mundo que forman y conforman a El Pepe.
Podríamos suponer que El Pepe es el resultado de un desarrollo “orgánico” de Mujica: o sea su maduración no manipulada. Pero yo defiendo la tesis del impostor, la del suplantador: la de alguien que crea una personalidad nueva sobre una (o en lugar de una) ya existente.
Mi tesis implica que un impostor puede ocupar la personalidad de otro ser o, también, ser “otro ser en sí mismo”.
El diccionario de la Real Academia es nítido y define al impostor (cito textualmente) como alguien “Que finge o engaña con apariencia de verdad”, o entonces a alguien que es un “Suplantador”, es decir una “persona que se hace pasar por quien no es”.
Maquiavelo, anterior incluso a Martín Guerre, sentenció que “aquel que engaña encontrará siempre alguien dispuesto a dejarse engañar”. Así es: para tener éxito, el impostor debe contar con la complicidad de un entorno que lo acepta, lo legitima y lo impulsa en su camino. Fue lo que hizo Bertrande y buena parte de Artigat con Arnaud du Tilh y Giulia y su entorno de Verona con Mario Bruneri.
El Pepe tuvo la complicidad de su entorno inmediato y, razón que explica su enorme éxito, de una gran parte de la opinión pública uruguaya y últimamente también de la internacional, que lo ha ensalzado como un extraño cúmulo de virtudes y bondades.
La legitimidad de El Pepe, materializada en una mayoría de votos en las elecciones nacionales, las expectativas que ha generado, la necesidad, por parte de una ancha franja de la ciudadanía, de que El Pepe siga siendo El Pepe, alimentan e impulsan al personaje.
Y aquí tenemos otro paralelismo entre Arnaud, Bruneri y El Pepe: del simulacro no se vuelve. No hay retorno posible cuando alguien se mimetiza en otra instancia, cuando reacomoda algunos elementos que componen su identidad, como quien transforma una casa mudando sus cosas de lugar y termina mutando cualitativamente, generando, sin salir de su alacena mental, una identidad nueva, diversa, alternativa.
Sin abandonar su esencia original (misión por demás imposible), Mujica creó a El Pepe, mutó, se suplantó, se convirtió en un impostor de sí mismo y vive ahora en, para y de ese personaje; vive detrás de esa máscara; dependiendo del apoyo de un grupo de gente que, a la misma vez que lo alimenta, lo legitima y lo impulsa, lo mantiene de rehén.