El gigante escondido a plena luz

escribe Fernando Santullo 
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Ocupa una manzana entera del Cordón pero pareciera que casi nadie lo ve. Quizá sea por sus muros grises, quizá debido a que por los cuatro costados sus paredes se elevan varios pisos desde la vereda y nadie acostumbra a mirar para arriba (Montevideo no es Manhattan). Quizá sea porque los frondosos árboles que lo rodean hacen difícil verlo en toda su magnitud y ser así consciente de sus dimensiones. Quizá por costumbre, por el tiempo que lleva siendo parte del paisaje barrial, por llevar ya unas cuantas décadas definiendo el perfil del barrio. O quizá sea por simple desinterés, el desinterés que se siente por lo que siempre estuvo allí y damos por consabido. En todo caso, el hecho es que este 2021 que comienza se cumplen 125 años desde que se colocara la piedra fundamental del edificio que aloja los Talleres Don Bosco, el monumental conjunto que se levanta entre las calles de Canelones, Joaquín Requena, Maldonado y Joaquín de Salterain.

Es verdad que sus paredes dicen poco. Que de no ser por la gran puerta lateral que da a Joaquín Requena y que a veces se abre para dar paso a los vehículos de los proveedores de la institución, no hay señal externa que dé idea de las dimensiones del patio interior ni de todo lo que contiene esa manzana de la ciudad. Es verdad también que las dos esquinas que dan a la calle Canelones tienen las únicas pistas de que estamos frente a un complejo arquitectónico singular. En la esquina de Canelones y Requena se levanta un bello teatro para 325 espectadores y en el que funciona desde hace unos cuantos años la Escuela de Acción Artística Luis Trochón. En la otra esquina, donde se juntan Canelones y Joaquín de Salterain, se levanta la Parroquia de María Auxiliadora. Ambos, teatro e iglesia, fueron construidos en fechas más recientes.

Si bien las primeras construcciones en el predio que hoy ocupan los Talleres Don Bosco se remontan al año 1893, la piedra fundamental del conjunto tal como lo conocemos fue colocada en 1896. En aquel entonces la zona, hoy parte del barrio Cordón/Parque Rodó, se llamaba La Estanzuela. El predio era una manzana trazada, pero no existían aún calles ni se contaba con servicios públicos esenciales como luz y agua. Cuando fueron construidas las primeras calles, el recinto quedó limitado por Canelones, Mal Abrigo (hoy Salterain), Maldonado y Municipio (hoy Requena). Como recordaba en 2018 en el Senado el actual ministro de Defensa, Javier García, “ese terreno estaba perdido —estamos hablando de una zona que está a diez minutos de aquí–— entre huertas y campos baldíos, profundas zanjas y verdes lagunitas. Así se describía al entonces barrio La Estanzuela, que hoy conocemos como Parque Rodó.”

El responsable del comienzo de las obras fue el arquitecto salesiano Domingo Delpiano. Como explica la propia institución en su página web, fue un “proceso lento y complejo que durante décadas se complementa con nuevas instalaciones hasta llegar al actual edificio en cuatro plantas que rodea toda la manzana”. De hecho, la actual directora de los Talleres, María Teresa Salvo, define el complejo como “una obra de aluvión” a la que se le fueron haciendo agregados a lo largo del tiempo, cuando la economía de los salesianos así lo permitía.

Delpiano había llegado a América desde Italia en 1881. Nacido en Turín el 29 de diciembre de 1844, se graduó en Marsella, Francia, donde asistió al oratorio salesiano de Saint-Léon y trabajó como constructor. A los 30 años abandonó su profesión y se dedicó por entero a la Congregación Salesiana. Sin embargo, tras ver el peso que tenía su vocación por la arquitectura, sus superiores le aconsejaron que abandonara el hábito y se dedicara a su antiguo oficio aunque en la órbita de la orden religiosa. Tras desembarcar en la brasileña Bahía de Guanabara, Delpiano comenzó de inmediato una prolífica carrera como arquitecto. Tan es así que en 1882 ya se encontraba en Villa Colón, Uruguay, donde diseñó y construyó el Santuario Nacional María Auxiliadora. Un año más tarde viajaría otra vez a Brasil acompañado por otros salesianos para continuar con la construcción del Santuario del Sagrado Corazón de Jesús de Sao Paulo, obra que concluiría en 1901. En Brasil, Delpiano construiría siete iglesias y nueve colegios para su congregación, en ciudades como Recife, Salvador, Cuiabá y San Pablo, entre otras.

Un año antes de comenzar con la obra de los Talleres, en 1895, Delpiano diseñó y construyó la Capilla María Auxiliadora en Las Piedras, obra que concluyó en dos años. La iglesia, considerada por el arquitecto pedrense Carlos A. Trobo como “el edificio de mayor belleza construido en la primera década del siglo XX en Las Piedras” fue demolido en medio de una prolongada polémica, debido al supuesto mal estado del techo del edificio. “De acertadas proporciones, esmeradísimo arte constructivo con una poética personalidad formal, traía a la ciudad, poblada por hijos de inmigrantes, una reminiscencia de cultura europea que le daba poesía al ambiente”, cuenta Trobo. La iglesia fue derribada en 1967. Sin embargo, la mano de Delpiano en Las Piedras mantiene su presencia en la Parroquia San Isidro, donde en 1890 instaló cinco campanas, provenientes de Udine, Italia, sobre un castillo de madera de quebracho y herrería forjada a mano en fragua.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

Las cosas para los Talleres no serían tan veloces como para la iglesia de Las Piedras. En los primeros años y ya funcionando con alumnos, que en aquel entonces eran “internos” o “pupilos” que vivían en el edificio, se construyen los dos primeros pisos de la fachada que da a la calle Maldonado, ampliándose después los laterales que suben por las actuales Requena y Salterain. El modelo de construcción “de aluvión” hizo que el edificio no alcanzara su forma actual hasta bastantes años después. Sin embargo, para 1906 los Talleres no solo se organizaban de manera eficiente, reuniendo más de 200 alumnos, sino que ya habían multiplicado su oferta de formación, dándose clases de zapatería, sastrería, carpintería, herrería, tipografía e imprenta. La trayectoria de Domingo Delpiano como arquitecto salesiano se prolongaría durante un par de décadas del siglo XX, hasta su fallecimiento en setiembre de 1920. Como dato interesante sobre sus capacidades cabe señalar que el arquitecto creó a finales del siglo XIX y durante su estancia en Brasil, una técnica de pulido del granito que era inédita en el continente americano hasta entonces.

Observando el edificio desde afuera es difícil imaginar lo llamativa que es la vista del patio interior o la elegancia de la galería de arcos que se extiende a lo largo de toda la cuadra que da a Maldonado. De hecho, esa elegancia no ha pasado inadvertida por las autoridades de la IM, quienes incluyen el edificio y en particular esa parte del mismo, en su oferta de locaciones para audiovisuales. Suerte de claustro amplio de cemento y ventanas altas, en el centro del patio de los Talleres se levanta la cripta original, inaugurada en 1917. Es bastante impactante recorrer su interior, reconvertido en aula de Mecánica Automotriz a comienzos de los 70, y ver a los alumnos probar y acelerar motores teniendo los viejos vitrales de la cripta como marco luminoso detrás suyo. De hecho, la vieja entrada de la cripta, que era por la calle Canelones y que se encuentra tapiada desde entonces, no arroja la menor señal de lo que se esconde detrás de sus muros, grises y sucios. De esa cripta original se conserva apenas el altar, austero y mínimo, en donde aún hoy se ofician algunas misas.

Una vez construida la fachada de la calle Maldonado y las de las calles Salterain y Requena, el siguiente gran cambio que sufrió el edificio fue el que terminó de darle la forma que conserva hasta hoy: el agregado de los dos pisos superiores, que estuvo a cargo de otro destacado arquitecto salesiano, Ernesto Vespignani, responsable de varias notables iglesias en Argentina y de la Catedral de Salto y del Santuario Nacional Cerrito de la Victoria, este último de estilo neobizantino. Respetando la línea arquitectónica ecléctica planteada años antes por Delpiano, Vespignani dio a los Talleres su aspecto definitivo, incluyendo la torrecilla que domina la azotea. En 1925, año en que queda terminada esa obra, fallecería Vespignani, quien según la web Buenos Aires Historia, “dentro de una tendencia anti académica, con variantes neomedievales, no permaneció indiferente a las vanguardias modernistas, como el ‘floreale’ italiano. Su obra fue valorada como exponente del eclecticismo, aunque recargada de elementos historicistas”.

Sin embargo, son dos obras en particular las que terminarían de dar forma al conjunto: la construcción de la iglesia de María Auxiliadora y el teatro que ocupa desde hace ya casi dos décadas la institución Escuela de Acción Artística, que se ha encargado de dotar al recinto con material técnico actualizado y de primer nivel. La piedra fundamental de la iglesia, que sustituyó la antigua cripta, fue colocada en 1945, cuando los salesianos decidieron ampliar el número de lugares de culto, adaptándose al crecimiento de la ciudad de Montevideo en aquel entonces. Como ha ocurrido con casi toda reforma arquitectónica proyectada en los Talleres, la cosa llevó su tiempo y no fue hasta 1962 que se inauguró el recinto. Las obras de construcción del teatro, por su parte, habían comenzado en 1925. En realidad, el teatro fue originalmente concebido como salón de actos por las autoridades eclesiásticas.

Algo interesante del complejo de los Talleres y que conecta con el cambio de salón de actos a teatro es que el edificio nunca ha dejado de adaptarse a las necesidades de la institución ni a las eventuales demandas del barrio. Por ejemplo, tras haber comenzando con 19 alumnos o “pupilos” en 1893, los Talleres muy pronto se vieron en la necesidad de ampliarse y así lo hicieron, dando lugar a la intervención de los arquitectos salesianos mencionados antes. También el cambio de la cripta a la nueva parroquia se correspondió con el aumento poblacional de la zona, especialmente a partir de la mitad del siglo XX. Y otro tanto ocurrió con los usos de las distintas zonas del edificio, que se fueron adaptando a la demanda de nuevos oficios y técnicas. Así fue como la antigua cripta pasó a ser parte de los talleres de mecánica. Y por eso tampoco es raro ver alumnos pintando vehículos automotores en algunas zonas del patio. El moderno comedor actual, por ejemplo, es resultado de una reforma de los sótanos de la fachada que da sobre Maldonado.

Foto: Nicolás Der Agopián / Búsqueda

La intervención más reciente que ha recibido el conjunto fue la recuperación del techo de la parroquia, en donde se sustituyó la cubierta de pizarra, se trataron los revoques y se hizo un hidrolavado al campanario. Esas reparaciones fueron realizadas por el arquitecto Francisco Collet Lacoste entre 2005 y 2019. Hace algunos años, la fachada principal del edificio fue objeto de un breve debate entre las autoridades salesianas, que querían pintarla de verde, y algunos arquitectos, entre ellos Laura Alemán (docente de la FADU) y Luis Oreggioni (director de Planificación de la IM), que recomendaban preservar la fachada con sus molduras originales. La solución, que no parece haber conformado demasiado a nadie, fue una pintura más acorde al edificio. Al tratarse de recursos resultantes de una donación puntual, solo se pintó el lado de Maldonado, permaneciendo sin pintura tres de los cuatro lados del complejo.

Finalmente, algo que resulta llamativo es la escasez de material sobre la historia del complejo, sobre sus autores y sus reformadores. Hay sí cantidad de información sobre los cambios en la propuesta educativa y sobre las autoridades religiosas que han encabezado el proyecto de los Talleres. Es decir, existe información sobre aquellos aspectos que a la institución religiosa y educativa le interesa reseñar. Pero en cuanto a la arquitectura del complejo en sí misma, la información es escasa y difícil de encontrar. Un detalle importante y que tiene que ver con la posibilidad de permanencia del conjunto es que carece de protección patrimonial. Consultado sobre el particular, el arquitecto Ernesto Spósito, director de la Unidad de Protección del Patrimonio de la Intendencia de Montevideo, señaló que “si bien está cautelado en el ámbito del Plan Especial Centro-Cordón, aún no pertenece al régimen patrimonial de Montevideo”. Y que esa es la razón por la cual su unidad no tiene información sobre el edificio en su base de datos.

Tratándose de la obra de dos arquitectos que han contribuido a redefinir el espacio de la ciudad y su skyline (imposible decir que el Santuario del Cerrito de la Victoria no ha hecho eso), tratándose de un conjunto que ha definido la estética y el carácter del barrio a lo largo de más de un siglo, al arraigo que esa manzana tiene en la idiosincrasia de la zona (pocas instituciones educativas se sostienen tanto tiempo), sería deseable que se incluyera cuanto antes el conjunto dentro del patrimonio capitalino. No sea cosa de despertarse un día y descubrir que el viejo gigante, una de las construcciones más notables de la zona Cordón-Parque Rodó, es ahora un horrible estacionamiento de varias plantas o un anodino, anónimo y aburrido local de chapa y vidrio.

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2021-01-13T17:08:00