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    El costo de gobernar

    Hay cosas que parecen obvias, que están ahí y, sin embargo, no las vemos. Hasta que alguien las señala. O, en el caso que me interesa contarte, les dan un nombre. Y entonces existen.

    Las elecciones de 1999 estaban cada vez más cerca y Adolfo Garcé comenzó a jugar con las estadísticas. Le comentó algo que había visto en esos números a sus compañeros del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de la República David Altman y Antonio Cardarello y, después de un análisis conjunto, los tres escribieron un artículo sobre “el costo de gobernar”.

    Soy Guillermo Draper, editor general de Búsqueda, y esta es la segunda edición de Derrotero electoral, una guía para navegar el 2024.

    Los campeones de 1950

    Garcé y compañía —et al., si cometemos un exceso de academicismo— publicaron un artículo en 1999 titulado El costo de gobernar: Saldos electorales del partido y fracción de gobierno en el Uruguay (1942-1994).

    Al estudiar los datos de nueve elecciones, llegaron a la conclusión de que “el ejercicio del Poder Ejecutivo supuso una pérdida de sus apoyos electorales en términos porcentuales” para los partidos que ocuparon el gobierno. Eso se notaba al analizar el comportamiento de los partidos y también de las facciones mayoritarias dentro de ellos. En otras palabras: gobernar cuesta votos.

    Digo que parece obvio porque suena lógico que ejercer el poder desgaste. Como me dijo Garcé esta semana, es normal que haya votantes desilusionados. No importa el período. Aun si al gobierno le va bien, nunca puede cumplir todo lo que promete. En ese juego de expectativas y concreciones también incide el trabajo de la oposición, que debe estar activa para mostrarse como alternativa. En Uruguay, además, la imposibilidad de la reelección afecta las chances oficialistas de cosechar los éxitos de un presidente con popularidad alta.

    La única de las nueve elecciones analizadas por los académicos que mostró un comportamiento diferente fue la de 1950. Año en el que el Partido Colorado no solo retuvo el gobierno, hecho nada sorprendente para esa colectividad a lo largo del siglo XX, sino que cosechó más votos que en 1946. Lo favoreció la división de los blancos pero no solo eso. Que la excepción sea en 1950, con el peso simbólico que tiene ese año para la identidad uruguaya, tiene que decir algo más.

    Acá dejo las tablas de aquel trabajo que Garcé me compartió el lunes pasado, cuando lo llamé para contarle que quería explorar la idea del “costo de gobernar” y cómo leerla este 2024.

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    Historia repetida pero más compleja

    La pérdida de votos del partido de gobierno se mantuvo con el nuevo régimen electoral en funcionamiento. Aunque producto del balotaje, el análisis se complejiza. Abre distintas hipótesis sobre cuánto cuesta gobernar, lo que depende de cuáles votos se cuentan, si los de las elecciones nacionales o los de la segunda vuelta. Tampoco está claro quién, en un gobierno de coalición, paga al final el precio.

    El Partido Colorado casi mantuvo su votación de 1994 en las nacionales de 1999. El que se desplomó fue su socio en el gobierno de coalición de la época: el Partido Nacional pasó de recibir 31,2% de los sufragios a 21,7%. En el primer balotaje de la historia, blancos y colorados aunaron fuerzas y Jorge Batlle fue electo presidente con el 52,5% de los votos, casi la suma de los socios.

    Una vez en el gobierno, el Frente Amplio pagó precios distintos elección tras elección. Incluso, en 2014 obtuvo más cantidad de votos que en 2009, aunque implicó una leve baja en términos porcentuales.

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    El “colchón” de octubre o la diferencia de noviembre

    Superado el tsunami de números, hay que analizar si el oficialismo va a pagar un precio en 2024. “Estar en el gobierno, te lo dicen los politólogos, implica cargar con cierta cuota de desgaste”, le dijo el candidato presidencial Álvaro Delgado a El País, para explicar el porqué de la caída de votos de los socios de la Coalición Republicana en las internas del 30 de junio.

    En una columna que publicó en Búsqueda en diciembre, Garcé sugiere que pagará un costo bajo para el oficialismo.

    “Algún costo hay siempre. Todos los estudios muestran que efectivamente hay una pérdida por el ejercicio del gobierno y que la Coalición Republicana no es ajena a eso”, declaró el director de Factum, Eduardo Bottinelli, en una entrevista con Búsqueda.

    En la primera edición de la newsletter, que podés leer acá, mostraba la intención de voto de los distintos partidos. Las proyecciones ubicaban al oficialismo en conjunto por debajo de su votación de octubre de 2019.

    ¿La pérdida de votos augura una derrota electoral al oficialismo?

    No necesariamente. Los dos primeros gobiernos del Frente Amplio son un ejemplo reciente de que la caída no implica una derrota automática. Hay otros casos en el siglo pasado.

    Para intentar responder cuánto puede afectar las chances del oficialismo en 2024, hay que definir el piso: ¿es el casi 55% que sumaron los partidos Nacional, Colorado, Independiente, de la Gente y Cabildo Abierto en octubre de 2019? ¿O es el 48,8% que recibió Luis Lacalle Pou en el balotaje de noviembre?

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    Ernesto Talvi, Guido Manini Ríos, Luis Lacalle Pou, Edgardo Novick y Pablo Mieres en el acto de festejo del triunfo electoral de 2019

    Ernesto Talvi, Guido Manini Ríos, Luis Lacalle Pou, Edgardo Novick y Pablo Mieres en el acto de festejo del triunfo electoral de 2019

    Ningún analista puede dar una respuesta certera a esas preguntas. Si la Coalición Republicana fuera una entidad sola —algo que exploré en mi primera newsletter— lo natural sería tomar el 55% como base. El problema es que todavía son un conjunto de partidos sumados y que, a diferencia de los otros balotajes, en el 2019 el ganador (si se lo toma como un bloque) votó peor en noviembre comparado con octubre.

    El “colchón” de 55% obtenido en aquel octubre, le daría un margen suficiente a la Coalición Republicana como para pagar costos y aun así evitar una derrota. Incluso, si la sangría es “modelo primer Vázquez” —dos puntos porcentuales de caída en la siguiente elección—, le aseguraría la mayoría parlamentaria. Si es un “modelo segundo Vázquez” —nueve puntos porcentuales—, la cosa cambia.

    Tomando como punto de partida la votación de noviembre, el oficialismo tiene menos margen de error. Aunque en ese caso tampoco sería un problema insalvable. Lacalle Pou tiene una popularidad similar a la que tenía el presidente José Mujica a esta altura de su gobierno en 2014 y ese año el Frente Amplio ganó las elecciones con una votación muy similar a la de 2009.

    El gobierno, como dijo Rafael Porzecanski en un desayuno organizado por Búsqueda cuando estábamos a un año de las elecciones nacionales, “es mano” y jugará sus cartas para minimizar el impacto del desgaste. Algo de eso estamos viendo. Porque está claro que ejercer el poder desgasta, pero también da herramientas para la pelea.

    Podés escribirme a mi correo [email protected] con comentarios, sugerencias o críticas sobre este mail (o el anterior, si te quedaste con la espina de decirme algo). Yo respondo, porque esto sale mejor si es un ida y vuelta.

    Antes de dejarte, van unas recomendaciones de lectura

    Esta mirada de la campaña se alimenta, en parte, del trabajo que desarrolla el equipo de Búsqueda sobre el proceso electoral. Esta semana, sugiero la nota de Victoria Fernández sobre el balance “agridulce” para las candidaturas de mujeres en las internas. Y si te perdiste, publicamos novedades sobre el eventual retorno de Pedro Bordaberry a la arena política, lo que podría provocar varios cambios en la interna colorada y sería un aporte interesante a la campaña.

    Y, como dije la vez pasada, no todo es política. La sección Economía de Búsqueda trajo mucha información y análisis estos días, como, por ejemplo, esta nota sobre los cambios en la distribución del gasto público. En Cultura, Pablo Staricco reflexiona sobre el uso de la inteligencia artificial en el cine a partir de la película Aquí.

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