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    A los 58 años, murió Gabriel Sosa, periodista cultural y agudo escritor de la literatura uruguaya

    Desde hacía dos años, Sosa colaboraba en las páginas de Cultura de Búsqueda

    Esta es una de esas notas que ningún periodista quiere escribir, porque la despedida a un colega, un amigo y un compañero de trabajo produce extrañeza y negación, además de una gran tristeza. Es más difícil aún cuando ese colega muere a los 58 años, repentinamente, con la pluma aún en alto para seguir escribiendo. Gabriel Sosa había comenzado a colaborar hacía relativamente poco en las páginas culturales de Búsqueda, pero era un periodista de larga trayectoria que había trabajado en Posdata, en el auge de las revistas de los años 90, después en los suplementos del diario El País, el Cultural y el Qué pasa, y también en la diaria.

    Fue un periodista cultural agudo, de esos que mostraba su solvencia intelectual sin regodeos eruditos. Sus notas tenían, además de agilidad periodística, la profundidad que le daban todos los libros que había leído y todas las películas que había visto. Y sus gustos eran variados, desde los más populares a los más sofisticados. Le interesaba el cómic, el policial, la ciencia ficción, las películas clásicas o la de unas monjas endemoniadas o la última de Wes Anderson.

    Tuvo su propia editorial, a la que llamó Irrupciones, en homenaje a la página que escribía Mario Levrero bajo ese título en la sección Cultura de la revista Posdata. Levrero fue uno de sus escritores admirados, además de un amigo.

    Las-ninas-Santa-Clara.jpg

    Uno de sus primeros libros de cuentos llamaba la atención desde su título: Qué difícil es ser de izquierda en estos días y otras historias de amor (Planeta, 2004). Después vinieron sus novelas protagonizadas por Gustavo Larrobla, un periodista de investigación con mucho del propio Sosa, un cuarentón que va envejeciendo a medida que mira con amargura los cambios en la profesión. En Las niñas de Santa Clara (2016, Aquilina), deambulaba con su mirada ácida en busca de una mafia de prostitución infantil en la frontera con Brasil. En Las mujeres de Nueva Troya (Estuario, 2020), iba hacia un pueblo del litoral para investigar femicidios. Siguió Los hombres de Piedra Negra (Cosecha Roja, 2023), novela en la que el periodista llega a un caserío del interior donde descubre “un infierno de abusos, alcoholismo y familias rotas”.

    Publicó también libros periodísticos como El lado oscuro de parir (Planeta, 2018), Historia de las librerías de Montevideo (2021, junto con Alejandro Michelena y Andrés Linardi) y Memorias del 27 de junio de 1973 (Banda Oriental, 2023), con testimonios de quienes vivieron el golpe de Estado.

    Para esta nota se recogieron algunos testimonios de compañeros y amigos que lo recuerdan en todas sus facetas: la de escritor, la del buen anfitrión, la del lector voraz con una biblioteca inmensa, la del tipo difícil y aún así querible.

    Mujeres-nueva-Troya.jpg

    “El primer amigo que pierdo”

    Esto es lo que dijo de él el periodista Leonel García: “Que Gabriel Sosa tenía un humor cáustico es como decir que Luis Suárez tiene olfato para el gol; es quedarse corto. Quizá ese es el primer rasgo que lo distinguió. Al principio te descolocaba bastante, pero después lo terminabas admirando mucho y queriendo todavía más. Había algo en esa mordacidad, en ese nihilismo, que convocaba. Era como una amistad a segunda vista. Yo lo conocí a principios del siglo, cuando arrancaba en el periodismo y él ya carreteaba largo y tendido. Me hice amigo con los años. Fue él quien dio origen a una barra de tipos con una sensibilidad común: hacíamos lo que amábamos, que a veces odiábamos, y con ese humor canalla como eje nos juntábamos para reírnos de todo y ayudarnos a sobrellevar lo que había que sobrellevar. Todo eso, por no hablar de la tremenda biblioteca que tenía y la cultura enciclopédica de la que no hacía gala. No precisaba. Pero para mí era, antes que el periodista y el literato, un amigo. El primer amigo que pierdo”.

    Los-hombres-de-Piedra-Negra-Gabriel-Sosa.jpg

    “Sosa hasta el final”

    Federico Castillo formó parte de su barra de amigos periodistas: “Gabriel era el fuego prendido alrededor del cual nos juntábamos un grupo de periodistas malditos para permitirnos ser aún más cínicos e impunes de lo que somos habitualmente. En ese grupo estuvimos hablando con Gabriel hasta la semana pasada. Con la voz a veces interrumpida por un ataque de tos nos iba haciendo sus reportes sanitarios, sus mejoras, sus caídas, y su mirada siempre ácida de todo lo que lo rodeaba. Ahora no quiero ni me animo a escuchar sus últimos audios, pero sé que se fue siendo Sosa hasta el fin de sus días. Con su ironía y su humor negro absolutamente intactos”.

    MEMORIAS-DEL-27-DE-JUNIO-DE-1973.jpg

    Laura y Elvio Gandolfo

    Una amiga de tiempos más lejanos fue Laura Gandolfo, psicóloga y experiodista, que así lo recuerda: “Pensador brillante e hipercrítico, con un humor ácido brutal, lo conocí a mis 20 años en la época en que no existían las app de contacto actuales, sino el Disque Amistad, que eran grupos en el teléfono fijo, donde se charlaba con desconocidos. Carismático y entretenido, al poco tiempo se hizo amigo de mi padre, pues tenían en común la pasión por la ciencia ficción. Nosotros seguimos charlando, de temas más mundanos y ‘del corazón’. Hoy me toca expresarte mi gratitud inmensa, Gabriel, por ser nodo de conexión en muchos planos. Abrazo apretado allí donde estés”.

    El padre de Laura es Elvio Gandolfo (Mendoza en 1947), uno de los escritores y periodistas más respetados y reconocidos en Argentina y Uruguay, a quien el MEC distinguió con la medalla Delmira Agustini en 2022. En la ceremonia habló Sosa. Gandolfo lo conoció a través de su hija y después se hicieron amigos. “Primero compartimos algunos gustos literarios, después lo fui admirando como uno de los mejores narradores uruguayos. Destacaría la última novela, Los hombres de Piedra Negra, que es una especie de recorrido de su carrera periodística, muy contundente. Era muy preciso para clavar el ojo en cosas embromadas del Uruguay. También me divertían mucho sus artículos de cine en Posdata”.

    Ambos escritores publicaron dos novelas policiales juntos: El doble Berni y Los muertos de la arena. “Fue una propuesta de Argentina que valió la pena y fue muy divertido hacerlo juntos porque cada uno acusaba al otro de defectos que eran propios. Cuando le decía algo me contestaba: ‘Pero si eso lo escribiste vos’. Teníamos en común algo entre irónico y penetrante con el entorno. Habíamos hablado hace cuatro o cinco días. Nos reíamos porque mantuvimos una conversación de viejos: si habíamos tomado té y qué remedios. Fue un tipo clave de mi entorno montevideano”.

    De Gabriel nos quedan sus libros, sus notas periodísticas y, desde ahora, también todos estos recuerdos que se publican en las páginas en las que él solía publicar. Tal vez lo sentiría como uno de sus mejores homenajes.