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Aunque el consumo problemático de drogas tiene mayor prevalencia en mujeres, los tratamientos siguen pensados para hombres
Uruguay alojó un evento del Programa de Cooperación entre América Latina, el Caribe y la Unión Europea en Política de Drogas
Valeria Fratto, Ana María Echeberría y Merce Oroño, expertas de Argentina, Uruguay y España, en mesa perspectiva de género en intervenciones frente a adicciones
Hasta hace pocos años, a nadie se le ocurría darle una perspectiva de género al abordaje al consumo problemático de drogas. No era una mirada de quienes trabajaban en tratamientos de adicciones ni de los que estaban en la temática de género. “La influencia de los movimientos feministas generaron ese cambio”, dice a Búsqueda Ana María Echeberría, directora de la ONG Encare.
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Otro factor contribuyó fuertemente, agrega quien también es integrante de la directiva de la Red Iberoamericana de ONG que Trabajan en Drogas y Adicciones (RIOD): en los últimos años se ha notado un incremento en el consumo de las mujeres, que en algunas sustancias iguala y hasta supera al de los varones. La IX Encuesta Nacional sobre Consumo de Estudiantes de Enseñanza Media, publicada el año pasado, dice que su “principal constatación refiere a que el consumo de alcohol, cannabis, tabaco y tranquilizantes es mayor entre las mujeres que entre los varones”.
En el caso del alcohol, el 73,4% de las mujeres lo había consumido en los últimos 12 meses contra un 64,6% de los varones, invirtiendo una tendencia histórica que se había emparejado en 2009. Lo mismo sucedía con el cannabis: la encuesta señalaba un 20,9% de consumo para las estudiantes contra un 16,9% de sus pares masculinos, siendo 2018 el momento de quiebre. Similares resultados arrojaron el tabaco (18,2% y 12,1%) y los tranquilizantes sin prescripción médica (8,6% y 5,2%), así como —en una brecha menor— la cocaína (1,5% y 1,3%).
Pese a esto, lamenta esta experta, coordinadora de la Comisión de Género de la RIOD, el abordaje del tratamiento del consumo problemático de estas sustancias sigue estando lejos de cualquier perspectiva de género. “Se ha cambiado todo menos los tratamientos, que no han evolucionado como deberían. Estos siguen pensados para un modelo de consumo y de adicto único, que es un varón”, afirma a Búsqueda en una pausa entre sus participaciones en un evento internacional organizado por el Programa de Cooperación entre América Latina, el Caribe y la Unión Europea en Materia de Política de Drogas (Copolad), que se desarrolla esta semana en el Hotel Radisson.
Cambios y rigideces
“Antes había una percepción más rígida de cómo una mujer tenía que actuar”, indica Echeberría. Ver a una mujer tomando directo de la botella o en estado de ebriedad, explica, generaba un grado superior de rechazo que ver a un hombre en esas mismas situaciones. Ahora eso cambió.
“Se han ido borrando las diferencias. Además, hay más presencia de las mujeres en los espacios públicos. No hablo del mercado de trabajo, sino de las veredas, las esquinas. Antes eran los varones los que estaban en la calle, tomando, y las chicas estaban en una casa”, dice.
Que los encares y tratamientos estén pensados para los varones, protagonistas de ese “modelo único”, se refleja en cuestiones simples pero significativas, según la visión de Echeberría. Por ejemplo, apunta que los horarios de consulta son en horarios en que las mujeres suelen estar abocadas a tareas de cuidados. “Tampoco se contemplan espacios en los lugares de atención para que se queden los niños, si no tienen con quien dejarlos, mientras sus madres consultan”, agrega.
También existen problemas en los abordajes. Según Echeberría, no suelen tratarse los temas que angustian a las mujeres y que las llevan a un consumo más allá de lo ocasional, como “las violencias y las inequidades que sufren”. Esto redunda, asegura, en que toda la ayuda que ahí puedan recibir entre por un oído y salga por el otro.
“No existe nada parecido a la articulación. Deberían trabajar juntos los programas de drogas con los de violencia de género, salud mental y de inclusión. El estigma se refleja en que a las mujeres les cuesta consultar porque se sienten maltratadas, más aún si son madres. Están presentes la culpa y las sanciones morales altas”, afirma.
Las sanciones no solo son morales. “En toda América Latina estamos llenando las cárceles de mujeres pobres por delitos muy pequeños vinculados a las drogas”, dice la experta. Ella refiere a que en Uruguay “llevar dosis de drogas al compañero que está preso genera penas más severas que al condenado por un homicidio culposo o a un adulto que abusa niñas a su cargo”. Esta última situación, hizo que entre 2017 y 2022 se multiplicara por 2,2 la población carcelaria femenina, algo acentuado por la Ley de Urgente Consideración (LUC) que ahora se quiere revertir de forma legislativa. Esto también repercute, subraya, en rehabilitaciones y reinserciones.
Evento internacional
Echeberría participa, junto con otros especialistas uruguayos y extranjeros, de un evento regional interinstitucional organizado por Copolad sobre atención e inserción a personas de consumo problemático. El encuentro comenzó el martes 20 y culminará el viernes 23.
En la jornada inicial participó con la argentina María Valeria Fratto y la española Mercè Meroño en un taller sobre la incorporación de la perspectiva de género en las intervenciones frente a las adicciones. Allí coincidieron en que “las inequidades de género” también se reflejan en el campo de las drogas. Son distintos los “mandatos sociales” y los “lugares” tanto de acceso a la oferta como a los de “servicios” para tratarse.
Entre los primeros todavía hoy están firmes las “tensiones” en el desempeño “entre lo público y lo privado”, el rol de ser “sostén de la vida del varón en tanto proveedor del hogar” (lo que a su vez también puede derivar en adicciones en los hombres), la “adecuación a estereotipos de belleza, maternidad y abnegación”, exigencias “en el campo de los cuidados a la vez que idoneidad y eficiencia laboral” que pueden llevar tanto a un consumo como a un sufrimiento “invisibilizado y acallado con fármacos”.