El ministro reconoció que aspectos vinculados a los escándalos que salpicaron al Poder Ejecutivo lo “incomodaron” y dijo que otros “se magnificaron totalmente” debido a una “explotación política” de los casos
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa pandemia fue un parteaguas para la política educativa. A pocos días de asumir, en marzo de 2020, el nuevo Poder Ejecutivo debió dejar a un lado sus proyectos y enfocarse en administrar la crisis sanitaria que Uruguay atravesó mejor que otros países de la región y del mundo rico.
Así lo ve el titular del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), Pablo da Silveira, que lamentó la pérdida de esos dos años que llevaron a comprimir una gestión signada por los efectos del Covid-19.
De lo que permitió hacer la pandemia destacó los cambios de la gobernanza educativa a través de la llamada Ley de Urgente Consideración (LUC) y en formación docente. Esto, sumado a la transformación impulsada desde la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), supuso “una revolución” en el área, según Da Silveira.
“Hicimos la primera generación de transformaciones que era indispensable”, y ahora su continuidad es lo que “se juega” en octubre, afirmó el ministro. “El Frente Amplio es la fuerza política más conservadora del país y todo lo que está proponiendo es una marcha atrás” en materia educativa, advirtió.
Persona clave en la elaboración del programa de gobierno y uno de los pocos ministros que continúa en el cargo desde el inicio del gobierno de Luis Lacalle Pou, reconoció que aspectos vinculados a algunos escándalos que salpicaron al Poder Ejecutivo lo “incomodaron”, pero señaló que “otros se magnificaron totalmente” por una “explotación política” de los casos.
Lo que sigue es un resumen de la entrevista que Da Silveira mantuvo con Búsqueda.
—¿Qué evaluación hace de su gestión al frente del MEC?
—Es demasiado temprano para hacer una evaluación de gestión.
—Ya queda menos de un año.
—Pero decir eso es importante, porque a veces está la tentación de, como este es un año electoral, ya terminó. ¡No! Nosotros vamos a trabajar hasta el último día de febrero de 2025. De modo que queda casi un año entero de gestión.
—¿Cuáles son entonces los logros y los asuntos pendientes?
—Hay dos etapas distintas. Los dos primeros años estuvieron absolutamente centrados en la pandemia, lo que cambió toda la planificación. La pusimos arriba del escritorio el 1º de marzo de 2020 y el 13 hubo que guardarla en un cajón. Y hubo otras prioridades en lo educativo y en lo cultural, que fue un sector muy castigado por el cierre de salas y la suspensión de espectáculos. Era un “fuera de programa” pero había que dar respuesta a esa situación.
—¿Y se siente realizado con lo hecho?
—Estamos muy contentos porque hay estudios internacionales, como la medición PISA, que dicen que Uruguay está entre los sistemas educativos que menos sufrieron como consecuencia de la pandemia. Gestionar todo eso hizo que fueran dos años de muchísima dedicación a la emergencia no para avanzar en los planes de transformación educativa sino para responder a una coyuntura crítica. Y no me quejo. Fue lo que tocó. Y por suerte pudimos hacerlo de una manera que, comparativamente, nos deja bien parados.
—¿Y en la pospandemia?
—Ahí hubo que reprogramar todo y tratar de hacer en tres años lo que inicialmente teníamos pensado hacer en cinco. Todo lo que fue cambio de gobernanza se hizo sin problemas y de una sola vez con la LUC. El haberlo hecho de una vez simplificó muchas cosas, pero también hizo difícil ver todo lo que cambiamos de golpe. Si hubiéramos hecho todos los cambios de la LUC pero uno cada cuatro meses hubiera parecido lo que es, una revolución. Y felizmente todo eso funcionó, pese a muchas resistencias y pronósticos negros que no se cumplieron. Cuando dijimos que íbamos a eliminar los consejos de Primaria, Secundaria y UTU, para muchos parecía que se acababa el mundo. Lo hicimos, está funcionando muy bien, el sistema hoy es mucho más eficiente, mucho más ágil y están mucho más claras las responsabilidades que antes. De modo que eso anduvo muy bien.
—¿Ese fue el gran cambio?
—No hay un gran cambio. Cuando tenés una situación compleja, con muchos problemas y muchas causas, tenés que hacer muchos cambios en muchos frentes. Todo lo que hicimos fue parte de las promesas de campaña. Por ejemplo, toda la transformación curricular, que fue algo muy importante.
—Pero lo hizo la ANEP.
—Sí. Pero nosotros acompañamos y era parte de los compromisos electorales, políticos. Y fue un tema que se conversó mucho y se negoció dentro de la coalición.
—¿Y el MEC?
—La gobernanza la impulsó el MEC. Y en la transformación de la formación docente, el MEC tiene un protagonismo muy grande, es el que otorga el reconocimiento universitario. Ahora estamos terminando de corregir la primera gran evaluación de docentes que se hizo en la historia del país. Y se presentaron en el orden de 5.000 docentes. Es mucho si tomamos en cuenta que solo podían presentarse los titulados. Estamos preparando una segunda edición de la prueba y, mientras tanto, se instaló el nuevo consejo que evalúa las carreras de formación docente. También hicimos una nueva y muy distinta carrera de formación docente en el Sodre que empezó en marzo en Arte, con dos especialidades, Música y Danza.
—¿Cree suficiente el alcance de la reforma educativa?
—No. Claramente, no. Lo peor que nos podría pasar es caer en la autocomplacencia y decir: “Ya hicimos la gran transformación educativa que el Uruguay necesita”. Hicimos la primera generación de transformaciones que era indispensable hacer. Pero hay que seguir trabajando para alcanzar los objetivos.
—¿Cómo se miden esos objetivos?
—Una buena manera de verlo es en la evolución de la tasa de egreso de la educación media. Hace muchos años tenemos el gran problema de que los chiquilines que terminan el bachillerato son muy poquitos. Mientras en Chile el 80% de los menores de 20 años tenían bachillerato terminado, nosotros apenas superábamos el 40%. Bueno, hemos conseguido dar un salto importante y por primera vez pasamos la barrera del 50%. Por poco, pero la pasamos, lo cual es un logro muy importante.
—Específicamente, ¿qué se hizo para mejorar las tasas de egreso? Desde la oposición dicen que se bajaron las exigencias de promoción para facilitar el pasaje de grado.
—Y no. No es así. El principal factor que explica la mejora de las tasas de egreso es la política de fortalecer a los centros de estudio como comunidades educativas. Y la versión más completa de eso son los María Espínola. La vía de fortalecer la figura del director, darle más herramientas para su trabajo en medidas también más acotadas, permitió avanzar en la misma dirección. Hay mucha evidencia en el mundo que dice que una de las cosas que más expulsa a los alumnos de los centros de estudio es el anonimato en esos centros que se convierten en lugares donde nadie tiene nombre, donde los vínculos de los alumnos con los docentes, y entre los docentes, son muy débiles y muy superficiales. En cambio, los centros que tienen más capacidad de mantener a sus alumnos son aquellos que funcionan como comunidades educativas en donde no hay gente anónima. No hay indiferencia respecto si vas o no a clase o si te va bien en los exámenes. También hemos trabajado mucho desde Ceibal en el tema de combatir la inasistencia.
—¿Qué detectó Ceibal?
—Que había problemas de percepción respecto de la inasistencia. Ibas a una escuela y le preguntabas a la directora si había problemas de inasistencia y te decía que no, que eran poquitos casos. Pero después mirabas los papeles y había muchas faltas. ¿Qué pasaba? Que es más fácil identificar la inasistencia cuando el chiquilín falta muchos días seguidos, pero no el cuentagotas. Y ni siquiera las familias se dan cuenta de eso. En Ceibal identificamos el problema de fondo, que es el de la inasistencia intermitente. Y eso afecta los aprendizajes y favorece las dinámicas de repetición y abandono de los estudios.
—¿En qué medida afectó la salida de Robert Silva del Codicen con la transformación aún inconclusa?
—Esas son decisiones muy personales, en este caso de Robert Silva, y propias de un partido (el Colorado) al que yo no pertenezco. No me meto en casa ajena. No me corresponde opinar. Sí puedo decir que no fue una decisión nada fácil para él, que es un hombre comprometido profundamente con la enseñanza.
—¿Es posible transformar realmente la educación sin un incremento presupuestal sustantivo, como señalan desde la oposición?
—Hablaron de eso años y años. Hoy está claro en las cuentas que ese enorme recorte que se supone que hubo no existió. Y, al contrario, lo que hubo fue un manejo más eficiente de los recursos. La plata en educación es necesaria. Suponer que se puede hacer funcionar bien un sistema educativo sin plata es una idea equivocada. Pero el punto es que nadie en Uruguay propone eso.
—¿Usted cree que el Estado debe retirarse de la educación?
—A veces nos quieren confundir o mezclar con otros. Nosotros nunca dijimos que el Estado tiene que retirarse de la educación. Y tampoco dijimos que el Estado tiene que retirarse de la ciencia y la tecnología, como han dicho. Ni nunca dijimos que lo invertido en esas áreas es plata innecesariamente gastada. Los uruguayos tenemos grandes consensos en estas materias que atraviesan los límites de los partidos, por suerte. Y simplemente a veces en el intento de demonizar al adversario se nos atribuyen posiciones que nunca tuvimos. También dijeron que veníamos a privatizar la enseñanza. Simplemente son cosas que se dicen y que no son ciertas.
—¿Y cree que este gobierno demostró que se puede cambiar pese a la resistencia de la oposición sindical?
—Sí. Y la razón es que hay un involucramiento enorme de los docentes en la transformación. Los sindicatos sin duda son los que hacen más ruido. Pero eso no significa que sean los que alineen a más gente detrás de sus posturas. Cuando uno mira los miles que se presentaron al examen de reconocimiento universitario y que se han inscripto en los cursos que imparte Ceibal, el MEC, la ANEP…
—Algunos de esos cursos eran obligatorios.
—Sí. Pero en los voluntarios los niveles de seguimiento son extremadamente altos. Esta es una reforma que ha concitado el apoyo de miles de docentes no bajo la forma de expresiones gremiales o sindicales, sino del compromiso personal de muchísima gente que está actuando con mucha responsabilidad y profesionalismo.
—¿Y cómo sigue ahora este proceso educativo? ¿Qué pasa si en octubre gana el Frente Amplio?
—En las próximas elecciones se juega en materia educativa algo extremadamente importante. Porque o bien seguimos prolongando las transformaciones o bien lo que va a haber es una marcha atrás a la reforma educativa. El Frente Amplio es la fuerza política más conservadora del país y todo lo que está proponiendo es una marcha atrás. No se ve en sus bases programáticas ninguna idea que signifique transformaciones profundas que permitan cambiar la marcha de la educación.
—¿Realmente cree que la izquierda desandará la reforma?
—Pero no es lo que yo creo. ¡Ellos lo dicen! Está en sus bases programáticas. Por ejemplo, reinstalar los consejos que nosotros eliminamos. O volver a instalar el Congreso Nacional de Educación. La propuesta educativa del Frente Amplio es nostálgica. Básicamente, representa volver al estado de cosas que existía cuando gobernaba. La propuesta que nosotros estamos impulsando es superadora, es seguir avanzando en el camino de las transformaciones. Justamente porque no somos autocomplacientes. Porque para nada pensamos que lo hecho es suficiente.
—Filosóficamente, usted se define como un defensor de la libertad. ¿Cree que ese valor o principio quedará en entredicho si gana el Frente Amplio?
—(Se toma unos segundos para responder). Cuando uno ve que el Frente Amplio ante una propuesta de plebiscito de la seguridad social, que implica una gigantesca expropiación de ahorros y que le quita opciones a la gente, haya dado libertad de acción en vez de pronunciarse de forma contundente y global, como fuerza política, a mí me preocupa.
—¿Cómo ve el nivel de la campaña electoral? ¿Cree, como han dicho algunos referentes del Partido Nacional, que con la baja de la precandidatura de Mario Bergara el Frente Amplio se radicalizará entre el MPP y los comunistas?
—Bueno, ese parece ser un hecho bastante reconocible. Probablemente, por primera vez en la historia del Frente Amplio pasan dos cosas.Por un lado, hay una competencia real y polarizada entre dos candidaturas, y el Frente Amplio se quedó sin centro. Fundamentalmente, con la desaparición de esa figura moderadora que fue Danilo Astori, la opción de centro dentro del Frente Amplio se debilitó muchísimo.
—¿Y cómo observa la interna blanca?
—Con un dominio muy claro de una opción sobre las otras. Pero es enormemente importante que las otras marquen presencia y agreguen los matices y las razonables diferencias que tienen que haber dentro de un partido democrático.
—Siendo parte del gabinete de gobierno, ¿cómo vivió los escándalos en torno al pasaporte entregado a un narco, con el canciller diciéndole a la vicesecretaria de su cartera que destruya evidencia o los delitos cometidos por el custodio presidencial?
—Algunas cosas me incomodaron. Otras me parece que se magnificaron totalmente.
—¿Cuáles?
—Cuando se hacen afirmaciones generales acerca de que hubo corrupción y cosas por el estilo. Para que haya corrupción tiene que haber alguien que corrompa, alguien que se deje corromper y alguna clase de premio. Nadie identificó nunca nada parecido a eso en alguno de los casos más sonados.
—“Caso Astesiano”.
—No, estaba pensando más en el “caso Marset”. Creo que ha habido una explotación política y una tendencia a hacer afirmaciones muy sonoras sin que haya elementos concretos que nos permitan saber exactamente de qué estamos hablando.
—Es conocido que no ha tenido un vínculo “óptimo” con su viceministra Ana Ribeiro. ¿Por qué?
—¿De dónde sale esa idea?
—De varias fuentes.
—¿Qué conflicto hubo? ¿Qué episodio hubo que permite afirmar eso?La pregunta es por qué se da eso como un hecho sin que haya habido ningún episodio reconocible que diga eso.
—¿Usted lo niega?
—No contesto sobre especulaciones.
—Como persona clave del gobierno de Lacalle Pou, ¿cómo piensa que será recordada su gestión?
—Ha sido un gran gobierno que ha tenido enfrente a un gran presidente y que, cuanto más pase el tiempo y más perspectiva haya para ver la dimensión de los desafíos que tuvo que enfrentar y el modo en que lo hizo, más se va a valorar la gestión.
—Haber participado de la elaboración del programa de gobierno le da credenciales para ocupar un rol similar en esta campaña del precandidato blanco Álvaro Delgado. ¿Se ve allí otra vez?
—Yo decidí que no iba a repetir ese rol que ya desempeñé otras veces —en las elecciones internas y nacionales de 2014 y 2019 y luego en el Compromiso con el país—. Conozco bien esa tarea. Pero es muy demandante, desgastante. Lo que yo planteé en la interna es que no puedo hacer bien las dos cosas. No puedo dedicarme al ministerio y al mismo tiempo asumir la conducción de la tarea programática. Y este planteo se entendió razonable.
—¿Cuál será su rol? ¿Vuelve al mundo académico o sigue en política al dejar el MEC?
—Esa es la gran tensión de mi vida (sonríe). Estoy apoyando la tarea programática, pero no con el rol de conducción general que tuve.