En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
No es difícil criticar el mundo del arte. Coleccionistas que compran cuadros por millones de dólares, museos que presentan obras que parecen más el capricho de un artista que el resultado de un trabajo elaborado, performances o acciones que desorientan al público desprevenido y que parecen pensadas para los espectadores más informados o que pertenecen a las sectas. Hace poco la señal Star plus puso en el aire la serie Bellas artes, de la dupla Cohn-Duprat, que está muy productiva y que ya entregó en poco tiempo dos series de muy buen nivel: El encargado, protagonizada por Guillermo Francella, y Nada, con Luis Brandoni y Robert de Niro. No es la primera vez que la dupla se asoma al mundillo del arte: en El hombre de al lado (2009) la historia giraba alrededor de la única casa que Le Corbusier diseñó en la Argentina y en El artista (2007) hasta había un cameo de León Ferrari, uno de los artistas más relevantes del arte argentino del siglo XX (también homenajeado en Bellas artes). Mi obra maestra (2008), otra de las películas de la dupla, es sobre las relaciones entre un artista y un galerista.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Con una mirada entre cínica y divertida que sostienen a lo largo de todas sus producciones, Bellas artes transcurre en un museo (el ficticio Museo Iberoamericano de Arte de Madrid) y cuenta los avatares de su director, Antonio Dumas, interpretado por Oscar Martínez. Hombre ya en el final de su trayectoria, Dumas la emprende contra la corrección política y se propone hacer del museo “un foro de discusión social”, algo que en estos tiempos no es una tarea sencilla y bien puede ser considerado una hazaña. Los adversarios de Dumas son varios. Uno es el arte conservador de Julián Martínez Sánchez (interpretado por José Sacristán), un autor de naturalezas muertas que él mismo se convierte en una obra de naturaleza muerta porque fallece durante la muestra y es velado en el museo.
Otro adversario es la gestión de política cultural oficial que recurre a consultoras, a las encuestas y al marketing para determinar qué hacer y realiza talleres de capacitación de sus funcionarios que bordean el ridículo. También cae bajo su mirada impiadosa la cultura woke, los grupos radicalizados progresistas que se proponen impedir expresiones o manifestaciones que consideran ofensivas con los grupos subalternos. Así, el monumento que está en la entrada del museo, y que no casualmente se llama La ilustración (porque se trata en definitiva de un movimiento antiiluminista), es atacado porque homenajea a un personaje “misógino, abusador y machista”.
Y por último, el otro contrincante es la disidencia cuando se convierte en corrección política y trata de imponerse como moda y dogma, lo que se ve claramente en el concurso para el puesto de director del museo. El hecho de que Dumas acepte la obra de un colectivo africano indica que el director también está dispuesto a seguir la agenda y las expresiones disidentes, pero el desarrollo de la historia (al final los africanos resultan ser unos farsantes) sugiere —como todo en el mundo de Cohn y Duprat— que todos escondemos intereses inconfesables. La pregunta provocativa de en qué momento lo disidente se transforma en conservador por momentos parece clausurar la posibilidad de un arte disidente y uno se pregunta sobre si hay excepciones al sarcasmo de los realizadores. En respuesta, la serie privilegia la obra de la artista argentina Graciela Sacco (1956-2017), con las bocas abiertas de su Bocanada, y tal vez la idea es que hay que rebelarse contra el orden constituido pero también contra la agenda como imposición. Sin embargo, la obra de Sacco también podría ser parodiada y tal vez entonces lo que esté en la serie es el carácter terapéutico de la risa, que en el cine viene desde Chaplin, Lubitsch y Preston Sturges.
Una de las peculiaridades de la serie es que su guionista es Andrés Duprat, hermano del director, que ha trabajado mucho con la dupla y que, en la actualidad, es el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (las iniciales de su nombre coinciden con las del protagonista, Antonio Dumas, además del guiño de que se trataría de un mosquetero). Así, uno supone que hay mucho de experiencias personales que están ficcionalizadas. Por ejemplo, el velorio del artista conservador que se hace en el museo por orden de la ministra de Cultura está inspirado en un caso real, ya que efectivamente Rómulo Macció, el artista de la Nueva Figuración, fue velado en las salas del Museo Nacional de Bellas Artes, creando un precedente por lo menos problemático. Después de eso, cualquier artista difunto podría sentirse ofendido —si no estuviera ya muerto— por no ir con su cajón a una sala de tan prestigioso museo.
Con la participación de Andrés Duprat, la serie adquiere otro matiz porque se trata de una burla al mundo del arte de alguien que participa en él y nada menos como el director del museo más importante de arte de la Argentina. Burlarse del mundo del arte —como escribí más arriba— es fácil pero también riesgoso: el burlador puede ser burlado. Puede quedar o como un neófito que no entiende la genialidad de un nuevo Picasso o como un cínico que no cree en aquello que hace. De hecho, el mismo Duprat es el curador de una excelente muestra que se exhibe actualmente en la Fundación Proa (Lo que la noche le cuenta al día), pero que no deja de seguir las reglas de la curadoría tal como se la ejerce actualmente. ¿Cómo entender o valorar entonces la mirada crítica de Bellas artes?
Cohn y Duprat siempre la emprendieron contra lo que Nietzsche llamó “almas bellas”, aquellas personas que creen encarnar la perfección moral, que juzgan el mundo desde su superioridad y que al final son, como todos, demasiado humanos. El personaje de Lucila Morris, en El encargado, es uno de los más logrados: directora de una ONG que ayuda a los pobres, toda su organización oculta un negocio en provecho propio. En Bellas artes, todo el sistema del arte parece ser un buen refugio para las almas bellas y en ese medio el protagonista (que es mostrado como un malhumorado, a menudo con un estilo paternalista y con varios bloqueos afectivos, sobre todo con su nieto) trata de entrar en el juego y a la vez desarmarlo o impugnarlo. Es lo que sucede, por ejemplo, con el artista chileno selknam en su obra para la muestra Del Antropoceno al bioceno (señal de que la agenda y las modas parecen ser inevitables). El artista chileno es, en realidad, hijo de un banquero de la elite chilena, pero se propuso reivindicar a un lejano antepasado indígena de la tribu selknam y colocar en la sala una beluga muerta, un pescado de grandes dimensiones que comienza a pudrirse y larga mal olor, al punto que el museo debe ser clausurado. Según el artista, esa reacción de rechazo y el mal olor también forman parte de la obra, que, según sus palabras, “así hace su recorrido”. El director entonces decide mandarle la beluga a su casa con un mensaje por celular: “La obra sigue su recorrido”. El conflicto se soluciona pero fuera del museo. ¿Es posible una solución al dilema del esnobismo y de la presión de la agenda dentro del museo, en el mismo campo del arte?
El director del museo, Antonio Dumas, dice que quiere un museo “lejos de la frivolidad y el esnobismo”. Pero el estilo canchero de los directores a veces los pone en el lugar de la frivolidad y el esnobismo, sobre todo porque también son beneficiarios de aquello que critican. Pero antes que juzgar, tal vez haya que reflexionar sobre las raíces de esta frivolidad cómica. En su hermoso libro Orfeo en París, sobre Jacques Offenbach, el creador de la opereta, Siegfried Kracauer, distingue dos tipos de frivolidad: por un lado, una frivolidad que echa raíces en el cinismo y que cree necesaria la hipocresía social dada la naturaleza malvada del hombre. En oposición a este tipo, se encontraba la frivolidad de Offenbach, que “se basa en la ironía, que, a su vez, se sostiene en la creencia de que el paraíso se ha perdido”. En Bellas artes están las dos opciones: la primera la hacen aún con el riesgo de quedar ellos mismos como unos hipócritas (de otro modo también serían “almas bellas”). La segunda, en la construcción del personaje del nieto Lucas, que vandaliza una obra escribiendo en la pared del museo “esto es una caca”. Aunque el abuelo hace borrar la leyenda, le regala al nieto un libro de Marcel Duchamp. “Duchamp is innocent” dice un imán que tengo pegado en la heladera y esto es así porque su propuesta fue que se podía hacer arte con cualquier cosa y no, como entendieron algunos, que cualquier cosa podía ser arte. La diferencia es sutil pero clave y explica el comentario del niño. El nieto Lucas es tal vez esta mirada paradisíaca perdida: no porque sus juicios artísticos sean buenos o malos sino porque mira sin prejuicios y con las preguntas infantiles que descartamos por ingenuas.
El conflicto de la serie Bellas artes es similar al que planteó Pierre Bourdieu en su libro Las reglas del arte. El sociólogo francés creó el concepto de illusio para referirse a la mezcla de creencia y deseo que produce un campo determinado. Si uno es arquitecto o abogado, por poner dos ejemplos, va a tener que aceptar ciertas reglas, creer en ellas (aunque sea para modificarlas) e invertir su libido en aquello a lo que se dedica. Bourdieu, de un modo muy corporativo, le asigna la función de despejar y cuestionar la illusio a la sociología, que tendría ese poder desmitificador. Sin embargo, las deconstrucciones más duraderas y geniales de la illusio artística vinieron en realidad del propio arte: Édouard Manet, Marcel Duchamp, los brasileños Lygia Clark y Hélio Oiticica. La relación de una comedia como Bellas artes con la illusio está cargada de ambigüedad: no es una sátira (no impone un punto de vista correcto), por momentos es paródica, y tal vez lo que busca es la perplejidad, aun a riesgo de ser un poco esnob. Mientras, uno puede ver la serie, reírse a carcajadas (más aún si conoce el mundo del arte), por momentos amargarse y después ir al museo, a ver en qué consiste eso que los humanos llamamos “arte” y que tanto reverenciamos.
* Doctor por la Universidad de Buenos Aires, investigador de Conicet, profesor visitante en Stanford University y Universidad de Sao Paulo y escritor de numerosos ensayos sobre el cine argentino y latinoamericano.