Nº 2136 - 19 al 25 de Agosto de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay que desconfiar de las personas que hablan mucho. Nadie, en buen uso de su inteligencia, tiene necesidad de decir algo todo el tiempo. Lo importante es solo para algunos casos, lo necesario para llevar adelante las rutinas de la mejor manera y algunas otras palabras para aliviar un poco los momentos más áridos del día a día. Con eso es suficiente. Lo demás suele ser un relleno innecesario, que solo engorda el espacio y golpea la paciencia. Además, el exceso de discurso favorece a las equivocaciones porque aumenta la exposición: cuanto más se diga, más se erra.
Por eso es preferible prestar más atención a los que optan por hacer antes que por decir todo el tiempo. Los que están concentrados en ejecutar sus planes no tienen tanto tiempo como para explicarlos una y otra vez. Buscan el camino más directo y efectivo: actuar. Después son los resultados los que hablan por ellos. A veces bien, a veces mal, pero queda todo mucho más claro. No es necesario darle tantas vueltas.
En política los que hablan son más que los que hacen. Eso atraviesa a todos los partidos y los tiempos históricos. Por algo son tantos los que asocian a los políticos con charlatanes. Es cierto que tienen que tener un buen discurso, atractivo, como para convencer y de esa forma sumar votos. Está bien que así sea. El cuestionamiento no es a los que se lucen con una oratoria privilegiada. El problema llega cuando es solo eso lo que tienen para ofrecer.
Hace más de 20 años, trabajando como periodista en la cobertura de uno de los partidos fundacionales, me enteré del significado de la teoría del hecho consumado, una denominación utilizada por algunos políticos para referirse a los que hacen y luego preguntan. En esa oportunidad estaba enmarcada en una disputa entre dos listas importantes dentro del Partido Nacional, ambas en apoyo al entonces líder Luis Alberto Lacalle Herrera. Una era la 71, encabezada por el hoy ministro del Interior, Luis Alberto Heber, y otra la 400, que conducía Julia Pou, madre del actual presidente Luis Lacalle Pou. Julita, como todos le decían, avanzaba a toda velocidad en la carrera política, junto con su hijo y la actual vicepresidenta, Beatriz Argimón, y lo hacía sin consultar demasiado. “Nos pasa por arriba con la teoría del hecho consumado”, se quejaba por entonces uno de los principales referentes de la 71.
Julita obtuvo una votación importante en las elecciones de 1999, fue electa senadora y Lacalle Pou y Argimón, diputados. Cinco años después resolvió alejarse de la política activa, pero tiene el mérito fundamental de haber sido la que dio el primer empujón a la que luego sería una fórmula presidencial ganadora y que hoy tiene a cargo el gobierno. Claramente, con el diario del lunes, la famosa teoría del hecho consumado tuvo buenos resultados.
Lo extraño es que, desde el gobierno, solo se aplica en muy pocas ocasiones. En la mayoría de los casos se opta por actuar luego de meses de intentar convencer a los que nunca van a estar de acuerdo y pedir permiso donde no es necesario hacerlo. Es cierto que la política, en especial la ejercida con altura, se basa en la negociación. Pero eso no corre para todos los casos. A veces es preferible concretar primero y luego sí buscar amortiguar el impacto, aunque sobre la base de algo que ya se logró.
La lista de ejemplos a citar es larga, pero hay dos que son muy evidentes y tienen plena vigencia en estos días. El primero es el referido al posicionamiento de Uruguay en política exterior. Hace décadas que el país optó por el camino de actuar en conjunto con sus socios regionales del Mercosur. Desde la creación de ese bloque, a fines del siglo pasado, la opción elegida por los gobiernos de turno —y los hubo de los tres partidos políticos principales— fue pedir permiso para concretar cada uno de los movimientos referidos a las relaciones exteriores o similares.
No funcionó. La realidad muestra que Uruguay ha dejado pasar oportunidades muy importantes de mejora en su comercio exterior con tal de no disgustar a sus vecinos. La más grande fue un tratado de libre comercio con Estados Unidos ofrecido por George W. Bush a la primera administración de Tabaré Vázquez, pero hay muchos otros. Por eso, llegó la hora de actuar sin pedir permiso. Lo más lógico parece ser avanzar bilateralmente con algunos países y después avisar a los vecinos por si se quieren sumar. En otras palabras, aplicar la teoría del hecho consumado.
El actual gobierno ha dado alguna señal en ese sentido. Es más, el canciller Francisco Bustillo se encuentra ahora de gira por países de Asia y su objetivo es profundizar los vínculos comerciales con ellos. También hay intentos con algunos otros países o bloques regionales. El tema es concretar. Porque hace mucho tiempo que las intenciones son compartidas por casi todo el espectro político, pero luego se diluyen en la gigantesca resistencia de Argentina o de Brasil, según quien gobierne esos países. Y eso no va a cambiar. No parece tener sentido seguir hablando. Hay que hacer.
El segundo ejemplo es el referido al Estado y sus cada vez más postergadas reformas. Unas cuantas ya se hicieron pero hay otras, centrales, que todavía están por el camino. La principal es la de gestión y de funcionamiento. La burocracia sigue siendo la gran reina de la administración pública y parece ser algo intocable. Algunos organismos están en mejores condiciones que otros, pero sobran problemas por todos lados y muy especialmente en los ministerios y las intendencias, sean del color que sean.
Allí se terminó hace mucho tiempo la hora de hablar. Ya todos saben cuál es el diagnóstico y la mayoría coincide en que es necesario armar una estructura mucho más eficiente. Sobran los discursos al respecto, ya cansa tanto palabrerío. Es momento de hacer. El “costo político” puede ser alto, es un riesgo. Pero mucho más alto será si los problemas se siguen postergando por años. Así que es preferible también en esa área recurrir cuanto antes a la teoría del hecho consumado. El tiempo será el gran juez.
Y que se enojen los que se tienen que enojar. Igual, esos siempre van a estar del otro lado, un lugar muy ruidoso pero minoritario. No deberían seguir ganando siempre.