Un problema de relatos

Un problema de relatos

La columna de Andrés Danza

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Nº 2273 - 25 de Abril al 2 de Mayo de 2024

Leer al historiador israelí Yuval Noah Harari es, además de un placer, un sacudón de humanidad. No porque sea muy optimista sobre el pasado, el presente y menos sobre el futuro de nuestra especie, sino porque se encarga de reconstruir al detalle los siglos de construcción de lo que hoy somos y de esa forma evidencia que cada paso, siglo tras siglo, fue en un sentido evolutivo.

De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad. Ese es su libro más vendido, publicado originalmente en 2011 en hebreo y traducido a más de 30 idiomas. Es también el camino que recorre: del inicio del Homo sapiens como un animal más a colocarse por encima de todas las especies. Tan claro y necesario es su trabajo que a partir de allí Harari se transformó en uno de los principales referentes intelectuales de la actualidad. Y tan didáctico es que lo adaptó para niños y la versión infantil también está arrasando en ventas en distintas partes del mundo, Uruguay incluido.

¿Cuál es su hipótesis central? Que lo que hizo y hace la diferencia entre el Homo sapiens y los demás animales son las historias. Poder construirlas, contarlas y creer masivamente en ellas. Eso fue lo que motivó que los primeros humanos se organizaran en grandes grupos, de cientos o miles de individuos, y que empezaran a convivir en algo parecido a una sociedad. Todo fue gracias a los grandes relatos compartidos, sostiene el historiador contemporáneo y lo justifica.

En definitiva, argumenta, se trata de ficciones colectivas que permiten que individuos que no se conocen cooperen entre sí y juntos puedan sumar fuerzas y vivir en una civilización. Por eso el Homo sapiens es el que gobierna el mundo y pudo superar a todas las demás especies originales por ser el único que cree en cosas que existen solo en su imaginación, como el dinero, los Estados, los derechos humanos, las leyes y los dioses, por poner solo algunos ejemplos.

El origen está en las historias, no hay nada más potente que eso. A través de ellas se desarrolló la inteligencia, que permitió la convivencia y la construcción del mundo contemporáneo. No asumirlas sería como negar nuestra propia existencia. Pero igual esos relatos varían con el transcurso del tiempo, como todo lo vivo. Unos van sustituyendo a otros, se terminan imponiendo los más fuertes o los más creíbles o los más eficientes. Los poco elaborados quedan por el camino y solo sirven para estancar el crecimiento. Los termina derribando la realidad, como las olas a un castillo de arena.

Salvando las obvias y enormes distancias, ese parece ser uno de los problemas de la actual campaña electoral: se ha transformado en un concurso de relatos un tanto vacíos de verosimilitud. Las historias están mal contadas. Todavía no hay un contenido realmente convincente para ese grupo de votantes más independientes, que permanecen un tanto indecisos y que son los que terminan definiendo la elección. Las dos partes en disputa les están hablando a los suyos y construyen un cuento muy atractivo para ellos mismos pero que poco sirve para sumar a los que de verdad necesitan, con el objetivo de hacer esa diferencia que les dé el triunfo.

Que el gobierno fracasó es un relato inconsistente. El Frente Amplio ha insistido durante las últimas semanas en instalar ese concepto y lo está usando como uno de los principales de su campaña. Lo ha transformado en frase de pasacalles, folletos, publicidades, gigantografías y ese no parece ser el camino más indicado para convencer a la mayor cantidad de personas posible, como ocurre con las historias que terminan vistiéndose de realidad.

La explicación es muy concreta: no es creíble decir que el gobierno fracasó. Eso no quiere decir que haya sido especialmente exitoso ni que una mayoría significativa de los uruguayos esté muy satisfecha con sus logros. Pero la percepción generalizada no es que fracasó. Más bien lo que prevalece según los estudios de opinión pública es algo intermedio, la imagen de una administración con luces y sombras. Así lo evidencian la popularidad del presidente Luis Lacalle Pou y de su gestión y también la intención de voto que recibe el oficialismo, que no se ha movido mucho desde 2019. Si realmente hubiera fracasado, la batalla electoral de octubre y noviembre ya estaría mucho más definida.

También es un relato muy poco sólido el de que el Frente Amplio se ha transformado en un lugar en el que solo se puede elegir entre tupamaros y comunistas. Ese es un concepto repetido desde hace un tiempo por algunos dirigentes oficialistas, pero que ahora se extendió mucho más desde que el exministro de Economía Mario Bergara desistió de ser precandidato y se sumó a la postulación de Yamandú Orsi. Ya no son solo los legisladores oficialistas más guerreros los que lo dicen o que lo agitan en las redes sociales. Ahora se transformó en un discurso generalizado.

Está sustentado en hechos concretos. Orsi siempre fue militante y luego dirigente del Movimiento de Participación Popular y también del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y es el elegido del expresidente José Mujica, líder histórico de esas organizaciones. No hay duda posible sobre su estrecho vínculo con los tupamaros. A su vez, a su principal competidora en la interna, Carolina Cosse, la apoyan varios sectores dentro del Frente Amplio pero el de mayor peso es el Partido Comunista. También es indudable que los comunistas están en los cimientos de su candidatura.

Pero de ahí a decir que el Frente Amplio se transformó en un lugar en el que solo tienen cabida tupamaros y comunistas hay una distancia muy importante. Según todas las encuestas, la intención de voto del Frente Amplio ronda el 40% y en las últimas elecciones se acercó al 50% en la segunda vuelta. Pensar que casi la mitad de los uruguayos son tupamaros o comunistas es un despropósito, una idea que se desintegra ante la más mínima brisa que entre por la ventana.

Los que van a definir las próximas elecciones son los que se encuentran en el medio del espectro ideológico, los descreídos, los que no se convencen de una manera muy simple o esquemática. Ambos relatos no parecen ser lo más eficientes para sumarlos. No hay registros al respecto, pero es evidente que ninguno o casi ninguno de los indecisos piensa que estamos ante un gobierno que fracasó estrepitosamente o que del otro lado lo único que hay es una división entre comunistas y tupamaros, digna —hasta por los términos utilizados— de otra época.

Si esa va a ser la tónica, el resultado va a ser cada vez más incierto. Y no porque las dos partes estén resultando muy convincentes, más bien todo lo contrario.