—Aunque te sorprenda debo decirte que no pensé en armar este show en vivo hasta el cuarto año de trabajo en el proyecto discográfico Obra completa. Estaba con la cabeza puesta en eso. No solo la cabeza, fueron 2.200 horas de estudio, sin contar el tiempo en la arqueología, la restauración, la adaptación de los diseños originales, que son como mil horas de trabajo más. Solo las reseñas, que son 20, llevaron cuatro o cinco horas de charla cada una. Entonces, a fines de 2018 me vino la comezón. Sentí, de un día para el otro, ganas de volver al escenario para darle un cierre, en vivo, a un proyecto tan extenso. Ese fue el puntapié inicial y el verdadero motivo de este concierto. Nos pusimos de acuerdo con la productora AM y me contrató para hacer una gira de un año. El estreno es en este demorado show pero son 20 shows en Uruguay y el mundo. No es un espectáculo, es una temporada.
—El comunicado inicial hablaba de un show en Argentina después del estreno, y después la gira...
—Sí, en caso de que se pueda lograr ese desafío. En mayo de 2019 dijimos: lo hacemos en invierno de 2020, porque tenía que no solo armar una orquesta, sino todo un andamiaje de producción. Desmantelé mi oficina y mi depósito de instrumentos y me instalé en La Floresta. Entonces me di cuenta de que en 2020 se cumplían 50 años de mi vida profesional, un aniversario coincidente. Justo, quiero hacer este show, que es muy importante para mí, y de ahí esta orquesta tan numerosa, y se cumple medio siglo de que me colgué la guitarra delante de un micrófono encendido. Y encima vivo de eso. Voy a festejarlo. Ahí se me ocurrió ponerle Mediosiglo, que es un juego que hago con (el disco) Mediocampo pero es además una expresión que usé en (la canción) Postales para Mario, en la que digo: “A levantar la copa por otro medio siglo”. Y resulta que Mediosiglo es un buen nombre.
—Esa canción tiene una de esas frases que se vuelven ícono: “El brindis de hoy es con agua sin gas”…
—El brindis de hoy, como verás… (señala el vaso de agua mineral sobre la mesa). Aprovecho para decirte, al margen, que ya cumplí ocho años de brindar solamente con agua sin gas, lo cual para mí es un motivo de alivio, de orgullo, y de otra celebración. El 15 de marzo de 2020 comenzaba nuestra recta final de ensayos para estrenar el 6 de agosto. Y dos días antes se declara la pandemia. Y bueno... (ríe), ahí empezó el periplo, ahí empezaron los problemas.
—¿Cómo te pegó esta seguidilla de postergaciones que es para el Guiness?
—En mi modesto libro de récords, era el que me faltaba. Mirá, he sufrido golpes durante toda mi vida. Y no me quiero hacer la víctima. Ahora, esto fue una sucesión de golpes. Y yo veo que mucha gente se queja, y con razón, porque se siente decepcionada, pero si supieran... Ha sido muy difícil mantenerse en pie, ha habido que manejarse con rienda corta, pelota al piso, y no dejarse llevar por la desesperación. Hace un año y medio que pienso 30 veces por día en el público, en la gente que tiene una entrada. No por lo que vale una entrada, no pasa por ahí. Pasa porque se llegó a un punto donde esto va más allá de un concierto. Es un compromiso afectivo y emocional que tengo con el público. Ni yo ni nadie de la banda nos podíamos dejar caer. Y por suerte he tenido un apoyo tremendo por parte del plantel. Entonces, aquí estamos, y tengo el alivio y la alegría de decir que estamos con más ganas que nunca, que la inspiración está intacta y que nuestra ilusión es tocar lo mejor posible en el Centenario el 17 de diciembre. Es lo único que nos importa en este momento: tocar bien.
—Mentalizados...
—¡Tocar bien! (enfatiza). Yo sé que si tocamos bien, va a estar todo bien. Nada más que eso.
—¿Cómo mantuviste, como líder del equipo, la moral alta en “el plantel” a medida que acumulaban ensayos y se truncaban las fechas?
—Qué querés que te diga… Eso se tiene que dar de una forma natural. No hay fórmula. Hay algo que cuido mucho: no sobrensayar a una banda. Lo dijo Keith Richards una vez: “No hay nada peor que estar sobrensayado”. ¡Se te pasa el asado! En noviembre de 2020 estábamos a punto. Solo necesitábamos un mes de ensayo y estrenábamos. Y en abril de 2021 voló todo en pedazos. En este último tramo puse en marcha la modalidad que he usado siempre de ensayar por sectores. Con la batea de murga por un lado, con el coro por otro, con lo que llamo “el combo”, que es la sección instrumental, los tambores de candombe, por otro. Y en determinado momento se juntan todas las piezas del puzle. Como las escenas de una obra de teatro. Si se tratara de música académica ensayaríamos todos juntos como una filarmónica, puesto que todos tienen el papel asignado. Ahí los que sufren son los que tocan los timbales, que aparecen dos veces en toda la obra (ríe). Ahora, en música de tradición oral, a pesar de que hay ciertas partes que están escritas, por mis músicos o por mí, que llevo al ensayo algunos arreglos escritos para los músicos que son lectores, la mayor parte de la orquesta, teniendo en cuenta nuestro estilo, se ensaya en forma presencial. Finalmente, recién esta semana (la entrevista fue el viernes 19) nos juntamos los 22 en el estudio Tavella, que es una sala bien grande, donde nos han recibido con muy buena onda, cariño y respeto. En teoría, el lunes pasado podríamos haber hecho un concierto. Pero aún nos falta. Este último tramo es alineación y balanceo. Y nos entusiasma mucho el momento en que contamos cuatro y arrancamos al mismo tiempo. Hay mucha admiración entre los músicos de esta orquesta, lo que nos hace bien a todos. Todos admiran a todos, porque son todos profesores y sacerdotes en su instrumento.
—Un puesto clave es el bajo: allí tenés a Gerardo Alonso, un bajista con mucho jazz. ¿Cómo lo describís como músico?
—Está conmigo desde 2013. Lo que pasa es que en 2015 paré. Es un bajista completo que además tiene ese plus que es el swing. ¡Mucho swing! Está bien, tiene mucho jazz, y también tiene mucho rock y mucho funk. ¡Pero mirá que nosotros hacemos candombe y murga! Y a él le sobra lo que los brasileños llaman balanço. Los viejos tangueros argentinos dicen “tiene yeite”. Está en todos lados. Es todo lo mismo. Es ese placer físico que siente el músico al tocar y que, por ende, va hacia la platea. Swing.
—Hablando de murga, armaste un supercoro de siete integrantes. ¿Te dedicaste a ver carnaval para cazar nuevas voces?
—El coro de murga tuvo dos manos de pintura. La primera se la dio Pitufo Lombardo el año pasado, y la segunda se la di yo este año. Agustín Pittaluga había hecho una suplencia fugaz en mi banda y me había gustado mucho cómo cantaba, pero lo había apreciado poco. A Fabricio Ramírez no lo conocía. En 2018 Edén Iturrioz, que canta conmigo hace tiempo, me invitó a ver Saltimbanquis al Teatro de Verano. Y me voló la peluca. Al coro yo le digo “Los Reyes del Tablado”, y ahora lo reforzamos con Ramírez como segundo (voz grave, de timbre semejante al barítono) y Pittaluga como sobreprimo (voz aguda, de tenor). Es curioso: es una enorme diferencia pasar de cinco a siete integrantes. Tenía dos segundos y dos primos, y los llevé a tres. El sobreprimo y la tercia (las voces más agudas) los hizo siempre el Zurdo Bessio, y ahora el Pulpa Méndez. En esta ocasión tenemos la suerte de contar con ambos. El Zurdo está como cantante solista de Si me voy antes que vos y Amor profundo, de las que es la voz original. Además, hace su versión de Brindis por Pierrot, que es extraordinaria y también hace las voces en Durazno y Convención y Tal vez Che Che, que ya grabó en Concierto aniversario. Es una voz que te despeina. Ayer salimos del ensayo y me dice Maxi Pérez, uno de los segundos: “El Zurdo está loco” (ríe).
—Pese a que no hiciste públicos los motivos de la ausencia de Hugo Fattoruso, ¿cómo viviste ese tema desde el punto de vista emocional?
—Prefiero no hablar de cosas personales porque cualquier cosa que diga detona un conventillo. No es mi estilo.
—Su ausencia debe haber sido un terremoto en la banda. ¿Cómo se rearmaron?
—Mirá, nosotros teníamos dos teclados: Gustavo Montemurro y Hugo Fattoruso. Al no estar Hugo, lo lógico hubeira sido convocar a otro tecladista. De ninguna manera: nadie puede sustituir a Hugo.
—Se cuelga la camiseta…
—Se cuelga la camiseta. No tenía sentido cambiar un número 10 por otro número 10. Reformulamos una serie de arreglos con la entrada de Pablo Somma, un excelente flautista, y de Juan Ibarra en percusión. Simplemente, cambiamos de táctica: salimos del 4-3-3 y pasamos al 4-3-2-1. Y funciona perfectamente. Debo decirte no que la banda suena mejor que con Hugo, de ninguna manera, pero suena diferente, y desde el punto de vista estrictamente musical estoy muy contento por cómo está sonando.
—¿La reedición de toda tu obra implicó un reordenamiento de tu vida, con tu mudanza a La Floresta y todo el trabajo de archivo que hiciste?
—Era tal la maraña en la que me encontraba que todo estaba fuera de foco. Y llega un momento en que…, bueno, te comprás unos lentes y empezás a ver cómo están realmente las cosas. Y ahí no sabés por dónde empezar. De todos modos, con algo hay que empezar. Y empecé con cinco cosas a la vez (hace una larga pausa). Fue muy complicado, es muy engorroso de contar; no vale la pena. Pero con respecto a mi obra, me di cuenta, puesto que estoy vivo, de que tenía que participar en esa reedición, en esa puesta en limpio de algo tan importante en mi vida como mi obra. Y que valía la pena: si dediqué 40 años a hacer esta obra, podía dedicarle un 10% de ese tiempo a dejarla como tenía que estar. Hice lo correcto. Estoy convencido. Si no hubiera estado, el barco arrancaba para Punta del Este y terminaba en Buenos Aires. Quiero reiterar mi profunda gratitud a todos aquellos que me ayudaron en la restauración y publicación de este material. Desde Guilherme de Alencar Pinto, Diego Azar, Daniel Báez, el Mono Reyes, Sebastián Pereira y Andrés Torrón, que hizo los textos de los últimos siete ejemplares. Es mucha gente. Lo hicieron con el corazón y sin ellos hubiera sido imposible.
—Este tiempo fue de silencio mediático pero no periodístico, porque diste reportajes para tres libros.
—Fueron 400 horas de entrevistas, eso te da 80 por año, o sea, un reportaje de una hora cada cinco días. ¿Entendés? (ríe). Te cito a Keith Richards de nuevo: cuando en el documental de Netflix (Under the Influence) le preguntan por qué había estado cinco años guardado, el tipo dice: “The book” (en referencia a su autobiografía Vida). Era falso que no estaba haciendo nada. El libro de Milita fue un viaje muy extenso.
—Contame de tus nuevas canciones. ¿Hay planes de nuevo disco?
—Te voy a decir una cosa. El día que me cuelgue los auriculares en un estudio de grabación voy a hablar de un nuevo disco. Si no, es sarasa. Te puedo decir titulares: en estos últimos dos años finalmente tuve tiempo de hacer la introspección de siempre con la guitarra en la mano. Tengo canciones nuevas y la intención de, en algún momento, hacer un disco nuevo. Entonces me dije: hasta que no aparezca una productora interesada en esto ni me inmuto. Y resulta que acaba de aparecer un productor independiente muy interesado. Ahora tenemos un año de shows por delante y después veremos. Ni me corro ni acepto que me corran.
—En Durazno y Convención hay un boliche llamado Ducón, inspirado en tu canción. ¿Alguna vez pensaste en tocar solo, en plan guitarra y voz, en un local íntimo?
—Sí, lo pensé y lo descarté inmediatamente. No me interesa. Compongo algunas canciones que son para mí solo. Y en el resto, desde su nacimiento, me están sonando varios instrumentos en la cabeza. A veces le tengo cierta envidia a aquellos que pueden agarrar una guitarra y subirse a un escenario. Es tan fácil… Pero no hay caso.
—Hay que sostenerse solo en escena…
—Sí, sí, no cualquiera es João Gilberto, no cualquiera es Caetano Veloso. Pero mis canciones piden orquesta.
—En el reportaje a Torrón contaste que te sentías muy bien de salud y que estabas redescubriendo que envejecer no es tan feo ni tan malo…
—Te lo digo con toda humildad: no tengo ganas de probarme. Tengo 68 años. Y como dijo Robert Plant: “Vamos, esta es una época en la que deberíamos estar jugando al bingo”.
Vida Cultural
2021-11-24T23:13:00
2021-11-24T23:13:00