Sr. Director:
Sr. Director:
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa política exterior brasilera es muy relevante para nosotros. Lo ha sido a lo largo de toda su historia.
A la vez, Brasil ha sido uno de los pocos países que elaboró tempranamente una visión geopolítica de sí mismo, y la mantuvo por mucho tiempo.
El primero en formular sistemáticamente cuál debería ser la política exterior del Brasil fue el Barón de Río Branco, canciller entre 1902 y 1912. Reconocido como el padre de la diplomacia brasilera.
En sus comienzos, esta se concentró en dos preocupaciones: la consolidación de las fronteras y el ejercicio de la soberanía sobre el territorio y las relaciones del país con Europa, buscando afianzar su autonomía. Alcanzados esos objetivos, Brasil pasó a verse como un actor de primera línea en el concierto mundial y a esforzarse por ser reconocido como tal. Reconocimiento simbolizado en la conquista de una silla permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (tema mencionado por el propio Lula en su reciente paseo latinoamericano).
Con Getulio Vargas, la aspiración geopolítica se concretó en apostar por los aliados cuando acontenció la Segunda Guerra (movida particularmente significativa, viniendo de un integrista). Brasil fue el único país latinoamericano que envió tropas a Europa.
A partir de ahí, Brasil se convirtió en el socio dilecto de los EE. UU. en el continente. La relación fue muy estrecha, diplomática, financiera y militar.
Pero no obtuvo el premio deseado. Probablemente fue eso, unido a sus afinidades culturales, lo que llevó a Fernando Henrique Cardoso a intentar la carta europea.
Hasta ahí, la política exterior brasilera no perdió su coherencia, encarnada en dos instituciones: Itamaraty y las fuerzas armadas.
La cosa empezó a borronearse en la primera presidencia de Lula, con las dos personas a quienes confió la política exterior: Marco Aurelio García, hoy fallecido, y Celso Amorín, excanciller y ex Ministro de Defensa, respectivamente, con Lula y con Dilma y hoy número puesto en cualquier fotografía en la que aparezca Lula. Bajo la presidencia de aquella, Itamaraty terminó perdiendo su carácter de custodio de la diplomacia brasilera que, a su vez, perdió coherencia al influjo de ingredientes ideológicos. Las esperanzas de que las cosas volvieran a su cauce con Bolsonaro duraron poco.
Ahora vuelve Lula y, entre tantas incógnitas, corre en punta la de cuál será su política exterior: ¿Volverá a la línea del Barón de Río Branco o continuará oyendo los consejos del fiel y omnipresente Amorim? Hay un abismo entre una y otra.
La designación como canciller de un veterano de Itamaraty (Mauro Vieira) fue visto como una buena señal, pero el nombramiento simultáneo de Amorim como guardia pretoriano de la diplomacia aumentó la incertidumbre.
Sucesos recientes coadyuvan a esa incertidumbre: la entrevista dada por el canciller a Folha, en vísperas del viaje presidencial a la Argentina y el Uruguay, hundiéndole a Lacalle la boya de una negociación con China, sumado a la defensa del Mercosur actual y a una posible revisión del acuerdo Unión Europea-Mercosur. Y los discursos del presidente brasilero, antes, durante y después de la kermesse de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, imbuidos de paternalismo y caramelos surtidos, dejan muchas incógnitas.
Los gestos pro Fernández, pro Frente Amplio (Carolina lo empaquetó) y pro Mujica ¿son señales de que la política exterior brasilera va a estar cargada de ideología, o fueron cariñosos saludos de despedida?
La charlatana exposición de Lula en Suárez, más allá de algunas platitudes (te voy a dar el puente y eso otro que me decís que cuesta poco, te quiero y te comprendo…), dejó claro algunas cosas: vamos a analizar muchos temas, China, UE, Comercio…, pero todo de la manito (“por ser el país más grande de América Latina y el más poderoso”). En cuanto al Mercosur, “tenemos que sentarnos, primero con nuestros técnicos, después con los ministros y después…”. O sea, vamo’a ver, no te me apures. Pero no queda para nada claro hacia dónde pretende apuntar: ¿Río Branco o Amorín?
Hay que recordar que todo este show de Lula se da aparte de la realidad política interna: ganó apenas, cuestionado, atomización partidaria, corporativismo…etc.
Un panorama muy entreverado, difícil para el Uruguay posicionarse.
No debemos esperar que la simpatía discursiva de Lula vaya a transformar cosas concretas, favorables para nuestro país. Brasil no ve necesidad de cambiar la estructura del Mercosur: ya comercia con todos los países del continente, la inseguridad jurídica (provocada en buena medida por él), le concede ventajas a la hora de radicarse la inversión extranjera y si aparecen restricciones comerciales, las resuelve unilateralmente. Si no avanzan dentro del país intereses económicos que se favorezcan con una mayor apertura –lo que comienza a aparecer– Brasil no va a acompañar cambios pensando en el Uruguay.
¿Tonces? ¿Qué hacemos?
Debemos mirar la relación con Brasil de una manera algo diferente. Por ejemplo, aprendiendo bien cómo son: las relaciones de poder, gobierno –Itamaraty–, los equilibrios económicos entre el nuevo peso de los sectores agroexportadores y las estructuras industriales tradicionales, sin descuidar la realidad política y su juego de partidos y corporaciones y tenemos que buscar posibles apoyos dentro de Brasil.
Internacionalmente estamos muy solos (habría que ver si la murga de la CELAC avivó un poco al gobierno americano), por lo que debemos tratar de encontrar otros puntos de apoyo.
Antes que Celso salga con la suya.
Ignacio De Posadas