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    ¡Sorpresa!, las clases sociales existen

    En el universo de series de Netflix es cada vez más difícil encontrar una que no responda a la reciente cuotificación de temáticas y personajes: todos los protagonistas pasan el 80% o 90% del tiempo con los ojos llorosos de tan sensibles que son, todas las minorías están correctamente representadas, todos, salvo los malos, tienen las preocupaciones sociales que se deben tener, todos explican al espectador qué cosas debe pensar y cómo las debe pensar. Una suerte de nueva reforma vareliana que uno paga mes a mes para saber qué cosas tiene que pensar so pena de atrasar.

    En ese sentido, buena parte de la producción de Netflix apenas se distingue de la propaganda ideológica de la guerra fría, en donde los rusos eran presentados como maníacos malvados sin corazón a quienes se enfrentaban dulces y al mismo tiempo recios muchachitos con pinta de marine recién salidos de la academia. Ese pensamiento binario de guerra fría, que separaba buenos y malos de manera didáctica y en donde el bueno estaba habilitado a pegarle un par de tiros al malo porque era… malo, encuentra su versión especular en la ideología woke que, como muchas otras multinacionales, impulsa Netflix. Llorando mientras hace justicia, el bueno de hoy educa al malvado, quien, llorando, asume su culpa sistémica y desaparece de la escena. Y si el llorante uno no logra convencer al llorante dos de esa culpa sistémica, siempre tiene la opción de pegarle un par de tiros y sacarlo de la escena igual. Todo es válido cuando se trata de educar al espectador en las bondades de las nuevas teorías sociales pop.

    Por supuesto, las cuestiones de clase resultan por completo ajenas a la ideología woke. ¿Cómo iba a ser de otra manera si esa ideología es el relato supuestamente emancipador que la clase media y alta de EE.UU., especialmente su sector universitario, ha construido sobre sí misma? Los conflictos de clase los miramos otro día, no hay apuro, acá en la universidad andamos bien de plata y de capital social. Por eso es interesante cuando esa cuestión, hoy abandonada por casi todos aquellos que la colocaron en el centro de la escena política durante décadas, aparece de manera diáfana e impecablemente bien presentada en una serie de Netflix. Seguramente el que cometió el error de no filtrarla esté pagando el pecado en alguna mazmorra de la cancelación woke, pero en todo caso tenemos la suerte de poder ver Maid, traducida como Las cosas por limpiar.

    En las primeras escenas vemos a la joven Alex Russell escapar con su hija en medio de la noche de la casa rodante que comparte con su pareja. En un par de breves flashbacks vemos que se trata de un hombre que cuando bebe se pone violento y la maltrata psicológicamente. Alex y su pequeña hija Maddy pasan la primera noche en el coche para acercarse al día siguiente a las oficinas de la seguridad social y allí intentar encontrar una solución de vivienda. El gran problema que enfrenta la joven tras escaparse de su pareja abusadora es que es pobre y desempleada. Ahí descubre que para poder aplicar a una casa estatal que le dé cobijo, necesita presentar una prueba de que está trabajando. El único empleo que encuentra es como limpiadora en Value Maids, en donde cobrará un salario de miseria pero que le permitirá acceder a algunos de los “beneficios” (entre enormes comillas, llamar beneficios a esos mínimos es una falta de respeto) que el Estado concede a quienes se encuentran en una situación desesperada y límite como la suya: con un empleo mal pagado y de pocas horas, sin casi apoyo familiar, con una hija pequeña a cargo y sin hogar.

    A pesar de que la serie está ambientada en el estado de Washington, con sus hermosos e impactantes bosques y espacios abiertos, los primeros capítulos solo transmiten una abrumadora sensación de claustrofobia. Atrapada dentro de una economía en donde cada dólar cuenta de manera radical, una burocracia que si bien no tiene mala intención (o intención alguna) plantea unos trámites que resultan casi imposibles de superar y el eventual peligro ante la reacción de su expareja respecto a la niña, Alex pasa unos días de pesadilla tan tangibles que el espectador se siente casi igual de atrapado que ella y debe recordar que esto es ficción y que difícilmente todas esas cosas malas le puedan ocurrir a alguien en tan poco tiempo. Lo cierto es que, detalles más, detalles menos, lo que muestra la serie es la experiencia real de la escritora estadounidense Stephanie Land, quien durante seis años trabajó como limpiadora precisamente en Washington. Es decir, el infierno de vivir en EE.UU. por debajo de la línea de pobreza y depender de las ayudas estatales para sobrevivir, que la serie resume en un solo año, fue el pan de cada día de Land durante seis.

    Más allá de esto, es notable cómo la serie es capaz de dar a todos sus personajes una cantidad de matices que los vuelven más realistas y atractivos. Allí donde generalmente vemos figuras de cartón sin densidad ni vida, Las cosas por limpiar dota a sus personajes de ambigüedad, dudas, capacidades, resistencias y resiliencias. No incurre nunca en la tontería de construir una galería de buenos y malos que resulten educativos o pedagógicos y el espectador es tratado como un adulto capaz de entender la complejidad sin necesidad de una guía moral escrita por un tercero.

    Así como la serie trata de lo que implica ser pobre en un país rico, trata al mismo tiempo de cómo se construyen los vínculos personales y afectivos entre gente de muy distintos orígenes y trayectorias, algo que parece ir en contra de las ideas identitarias dominantes, que tienden a entender la sociedad como un archipiélago donde cada pequeño grupo vive en su isla. Así, Alex construye un vínculo poderoso con Denise, la responsable del refugio para mujeres víctimas de la violencia en donde se aloja durante unos días. Siendo ella misma una víctima de la violencia que logró reconstruirse como la mujer sólida que es, Denise ofrece a Alex una suerte de espejo positivo y contundente en el que mirarse. Un espejo que le dice que ser víctima no es una condición eterna de la que no se puede escapar sino lo contrario: las decisiones que tomamos en dirección de nuestra autonomía nos alejan cada vez más de nuestro rol de víctimas. Ser víctima, parece decir Denise, no es una condición permanente sino una situación de la cual se puede salir y vivir una vida plena.

    Lo mismo ocurre en el vínculo de Alex con Regina, la rica y por momentos insoportable dueña de una de las casas que Alex limpia. Tras un comienzo digno de la mejor comedia negra (con secuestro de perro incluido), Regina revela ser mucho más que ese personaje clasista y arrogante que parecía ser. De hecho el elemento humorístico, muchas veces resumido de manera angustiante en la presentación visual de las siempre mermantes finanzas de Alex, es una de las claves que mejor hacen funcionar la serie. Y eso sin entrar en las excelentes interpretaciones de sus protagonistas: Margaret Qualley es impresionante como Alex, Nick Robinson entrega un convincente y complejo Sean, el ex de Alex. Por su parte Andie Mac Dowell (madre de Qualley en la vida real) es muy buena como Paula, la volátil y delirante mamá de Alex. Hasta la pequeña Rylea Nevaeh Whittet como Maddy lo deja a uno preguntándose quién fue el maestro que hizo el casting: la pequeña es tan vivaz y adorable que es imposible sentirse ajeno a su delicada circunstancia.

    Rica, compleja, matizada, sin casi hacer concesiones a la lógica del showbussines, la serie, basada en el libro de Land, Maid: Hard Work, Low Pay and a Mother’s Will to Survive, es uno de los mejores ejemplos de cómo presentar unos personajes en una situación socialmente crítica sin subestimarlos ni considerarlos simplemente carne de teorías imaginadas por la academia y desparramadas de manera burda por las multinacionales del entretenimiento. Si uno aplicara una mirada marxista a Las cosas por limpiar, diría que es una serie con una firme conciencia de clase. Si uno elige no usar ninguna perspectiva sociológica, igual puede decir que es una serie con un profundo sentido humano de las personas y procesos que muestra, con la habilidad de encontrar belleza y redención en donde otros solo verían víctimas y dolor. De lo mejor en Netflix.