Apología del humor negro

Apología del humor negro

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2146 - 26 de Octubre al 1 de Noviembre de 2021

Íbamos en un auto negro detrás del que llevaba al muerto. El muerto era mi padre, y los vivos lagrimeábamos o teníamos la garganta apretada. Uno de nosotros hizo una broma, cuatro palabras que capturaron el lado más ridículo de la solemnidad del momento, y los demás largamos la carcajada, nos aflojamos, nos distendimos. El muerto habría hecho lo mismo: era muy hábil haciendo equilibrio en la cornisa del humor negro.

Dicen que la risa en el momento adecuado puede provocar la liberación de dopamina, una sustancia relacionada con el placer que reduce la tensión muscular y la ansiedad, además de disminuir momentáneamente sentimientos de ira o de tristeza. Yo no lo sé, apenas sé que ayuda a sobrellevar la vida cuando se pone muy pesada.

Sin embargo no faltan quienes creen que el humor es incompatible con determinados temas que, faltaba más, ellos mismos enumeran: la enfermedad, la muerte, el racismo, la discapacidad, la guerra o las religiones; pedagogizan, nos enseñan que esas bromas son chabacanas, frívolas, ofensivas, de mal gusto, que el humor está bien, pero que todo tiene un límite. Son los que siempre se ofenden, y si se ofenden es porque tienen razón, infieren ellos mismos, los ofendidos. Son la contraofensiva de la dopamina y el placer de la risa, la censura sobre el devaluado humor negro. Son las voces de los guardianes de la moral y las buenas costumbres, los que nos dictan sobre qué tenemos permitido reír. Una especie de club de buenas personas que emite discursos llenos de palabras lindas: respeto, convivencia, solidaridad.

Y como no queremos quedar del lado de los malos, vacilamos y nos preguntamos ¿cuál es el límite del humor? ¿Quién lo establece, quién decide con qué se hace humor, cuándo y hasta dónde?

A una semana de los atentados del 11 de septiembre de 2001, un humorista norteamericano, Gilbert Gottfried, actuaba en un club, precisamente de Nueva York. Todavía flotaba el polvo en el aire y todo olía a quemado.

—Esta noche tengo que irme pronto. Tengo que volar a Los Ángeles. No he podido conseguir un vuelo directo y tendré que hacer escala en el Empire State.

Al largo silencio que sobrevino, le siguieron los abucheos y los gritos. No faltó quien dijera: “¡Todavía es muy pronto para bromear sobre eso!”. ¿Era muy pronto? ¿Hasta cuándo es muy pronto? ¿Qué día se puede empezar a bromear con una tragedia?

El humor, especialmente el humor negro, es cultural, y así como cada individuo tiene su propio umbral de dolor, también tiene su umbral de tolerancia a las bromas y reacciona de manera diferente cuando alguien lo cruza. Y hablando de reaccionar, el 7 de enero de 2015 los hermanos Said y Cherif Kouachi irrumpieron en las oficinas de Charlie Hebdo y abrieron fuego indiscriminadamente. El brutal ataque a las oficinas de la revista satírica francesa, en el que murieron 12 personas y que marcó el comienzo de una ola de atentados yihadistas en Francia, fue motivado por los dibujos del profeta Mahoma publicados en el medio. Solo seis días después del atentado, con una tirada de 3 millones, el semanario volvió a salir con este título en portada: “Todo está perdonado”. Y Mahoma que sostiene un cartel: “Je suis Charlie”.

Sí, la sátira se basa en una operación de censura o de ridiculización de alguien o de algo, y nos reímos o no nos reímos porque es cómica o perversa, según el lugar del receptor. En definitiva, el chiste es un contrato entre emisor y receptor, y es este el que decide si le hace gracia o no. Dice Hugo Carretero Dios, profesor del departamento de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Granada, que el humor negro “ha sido objeto de control a lo largo de la historia. Es más: la distinción entre un humor ‘adecuado’ e ‘inadecuado’ ha estado presente igualmente a lo largo de los tiempos”. Y agrega: “Si algo define al humor es, precisamente, su falta de límites, y es ahí donde surge el humor negro”. En cualquier caso parece haber una reivindicación al derecho a poner en duda lo que nos dicen que es intocable.

Como contrapunto a su demonización, un estudio dirigido por investigadores de la Universidad de Viena y publicado por la revista Cognitive Processing, dice que la atracción por el humor negro podría ser un efecto secundario de la inteligencia. El estudio señala que las personas que disfrutaron el humor negro tendían a destacar en las pruebas que miden la inteligencia, tenían más probabilidades de tener niveles altos de educación, una baja agresividad y un estado de ánimo estable. Por otro lado, la comprensión baja o moderada de las bromas se asoció con la inteligencia promedio, una alta agresividad y altos trastornos en su estado anímico.

Pero volvamos a la duda inicial, ¿podemos trazar un Rubicón del humor, una frontera que no se pueda cruzar? Algunos dicen que podría ser útil analizar el contexto: tal vez un nazi no debería hacer un chiste sobre el holocausto, aunque sí podría hacerlo una víctima; tal vez un político electo no debería burlarse de quienes lo eligieron, aunque sí los electores de sí mismos o del político. Me animaría a sostener, con el filólogo Javier Pérez Andújar, que “el humor negro es el del que sabe que su broma le va a costar el cuello y no le importa. Por eso se parece tanto a la libertad”. El humor rompe las normas, es indomesticable, es una elección personal que traspasa las barreras de la moral y las buenas costumbres. Ejercerlo es ser libres con las palabras, es pasar de largo frente a los discursos solemnes y aleccionadores que pretenden leer todo en clave binaria de feminismo o patriarcado, de derecha o izquierda, de bien o de mal, es hacer caso omiso de esas reglas de conducta que nos someten e infantilizan a fuerza de corrección, de miedo, de autocensura.