Buscando el gris del acuerdo

Buscando el gris del acuerdo

La columna de Fernando Santullo

7 minutos Comentar

Nº 2200 - 17 al 23 de Noviembre de 2022

El lunes pasado fue la última emisión del ciclo 2022 del programa de debate político televisivo en el que participo. Como en casi todos los programas del ciclo, el eje de la conversación se rigió por la misma lógica: por un lado el gobierno, por otro la oposición. Quienes representan las posturas del gobierno fueron a decir que este hizo todo bien, quienes representan a la oposición fueron a decir lo contrario: que se hizo todo mal. Hasta ahí, nada raro, todo muy uruguayo, muy celeste, muy “acá las cosas se han hecho así siempre”. Nada nuevo debajo del sol con ojos, nariz y boca que ondea en los patios escolares del país.

Como en muchos otros programas, claro, eso fue lo que se dijo al arranque, no a lo que se llegó después. Es como si en ese arranque cada una de las facciones se pusiera a cavar su propia trinchera, el reducto desde el que puede tirar a gusto y no recibir tantos tiros del enemigo. El lenguaje bélico no es casual: cada vez nos acostumbramos más a que el adversario político no es tal sino un enemigo. Algunos incluso fogonean esa visión de la política como extensión de la guerra confiando, supongo, en que una vez despejado el humo y contabilizados los muertos, sean ellos quienes manden sobre lo que quede.

Una de las varias preguntas del programa fue si ya había comenzado la campaña electoral para el próximo periodo. Mi respuesta fue que la campaña electoral no ha cesado ni un instante desde la elección pasada. Que en ningún momento ni gobierno ni oposición han dejado de mirar ese horizonte futuro. Y es que si nos regimos por la lógica de la competencia electoral partidaria, que es la que domina a los partidos, eso es perfectamente coherente. Los partidos intentan lograr representar una porción suficiente como para gobernar y ese es su trabajo primero: obtener esa porción elección tras elección.

Harina de otro costal es si eso le sirve a la ciudadanía, sea esta votante del gobierno o de la oposición. Mi opinión es que no siempre es así. No siempre la lógica de la competencia partidaria, la agenda que emana de esa “necesidad” de votos futuros, es leal con las necesidades de la ciudadanía. Ni logra, creo yo, representar cabalmente el cúmulo de intereses cruzados que carga, cual mochila, esa ciudadanía. Esto es, los partidos son indispensables como herramientas articuladoras de esas preferencias e intereses, pero la política no se agota en lo partidario.

En un país como Uruguay, donde los partidos fundacionales preceden o casi al propio Estado nación, esto puede sonar como una tontería, una especie de boutade, una delicadeza inútil. Y un poco es verdad, en Uruguay las herramientas que tradicionalmente la sociedad civil desplegó para articular determinadas demandas están, efectivamente, pegoteadas a los partidos: sociedades rurales con el Partido Nacional, asociaciones empresariales con el Partido Colorado, sindicatos y ONG con el Frente Amplio. Obviamente esta no es una clasificación científica ni nada parecido, pero es un hecho que existen más o menos “vasos comunicantes” entre esas organizaciones y el sistema partidario.

Esto no es malo en principio: de determinadas definiciones ideológicas se suelen desprender afinidades. Pero tener afinidades es una cosa y otra, muy distinta, reducir lo uno (la ciudadanía) a lo otro (los partidos). Y esto es problemático porque, volviendo a la pregunta del programa, los partidos pelean entre sí por asegurarse el favor del votante. Quienes gobiernan, intentado exhibir su gestión como logro y recordándole al cliente, perdón, al votante, que si renuevan su confianza para el periodo próximo, todo lo que aún no se hizo, podrá finalmente hacerse. En la vereda opuesta, quienes se oponen lo hacen señalando que esos logros son magros y no sirven al colectivo. Que ellos tienen un mejor plan y que por eso necesitan el voto del ciudadano en la próxima elección.

Una broma recurrente en ese programa es que soy un fetichista de las “políticas de Estado”, que apelo a ellas como tótem cuando el debate se pica demasiado. Más que fetichista de las políticas de Estado, que en general me parece representan un estado de salud democrática y una visión de Estado más elaborada que lo que tenemos por aquí, lo soy de la política como búsqueda del entendimiento entre distintos. Es decir, partidario de que los esfuerzos para transformar a mejor la realidad no dependan en exclusiva de la voluntad de una parte (la palabra partido contiene esa idea), sino de una mirada más amplia. Esto choca, claro, con la señalada necesidad de diferenciarse que tiene cada uno de los bloques existentes en Uruguay, a la hora de intentar arrimar votos elección a elección.

En ese sentido es elocuente que tras un comienzo afilado, en donde los progobierno defendieron a capa y espada la bondad de lo hecho y los prooposición rechazaron de manera radical esas mismas acciones, la charla del lunes fue encontrando matices. Sí, el gobierno hizo algunas cosas buenas, pero no siempre fue efectivo en su realización y le quedan unas cuantas por hacer. No, no es verdad que todo lo heredado de los gobiernos del Frente Amplio sea una porquería y, de hecho, mucho del accionar del presente gobierno se basa en lo realizado en esos periodos de administración de la izquierda. No, al final no era verdad que se estaban juzgando intenciones (esto lo dijo de manera específica el senador Alejandro Sánchez) sino resultados. Sí, el gobierno está lejos de cumplir con todas sus promesas, pero trabaja en ello (esto lo dijo el senador Gustavo Penadés).

Lo interesante es que esto último, los matices, el reconocimiento del otro como adversario político que piensa distinto pero que no está ahí para arrasar con todo, fue algo que se dijo casi a la pasada. Es decir, la zona más interesante del programa y del debate, que es la zona en donde se pueden buscar acuerdos, pasó casi desapercibida. ¿Por qué? Porque no es espectacular, es gris. No proporciona ni titulares de prensa ni carbón para la maquinaria electoral que nunca deja de estar activa. No sirve como herramienta del marketing político en una democracia de mercado como las nuestras. No sirve ni a la dinámica partidaria ni a un electorado que cree en la política como espectáculo. No le interesa a casi nadie.

Pero es justo ahí donde se hace la gris política real. Una en donde no todas las posiciones estén prefijadas por un corsé ideológico rígido, como en aquellas viejas asambleas universitarias en donde todos entraban con el brazo con yeso en alto, a votar. No se trata de buscar siempre “consensos” ni de que todo deba convertirse en una política de Estado. Hay zonas en las que gobierno y oposición nunca se van a poner de acuerdo y eso está bien. Pero hay otras zonas, la educación, por ejemplo, en las que tener una mayoría simple durante cinco años no basta para resolver el inmenso problema que tenemos. Por eso es allí, en esas zonas que son clave para poder tener un país más justo y más próspero, en donde convendría que dominara el gris del acuerdo por sobre los colores llameantes de las banderas partidarias. Incluso aunque no rinda electoralmente.