Como arena entre los dedos

Como arena entre los dedos

escribe Fernando Santullo

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Nº 2271 - 11 al 17 de Abril de 2024

Aunque no siempre resulte visible a primera vista, todas las políticas públicas parten de algún supuesto teórico. A esa suerte de invisibilidad contribuye que quienes planean y ejecutan esas políticas muchas veces las venden a la sociedad como el resultado de simplemente aplicar el sentido común y que, por lo tanto, es natural hacer las cosas en la dirección y forma en que se hacen. Y en algún punto eso tiene sentido: si cada vez que se va a aplicar una medida desde el Estado se explicaran en detalle los antecedentes teóricos, los conceptos base desde los que se parte, los funcionarios se pasarían la vida explicando cosas que al final no tendrían tiempo de aplicar.

Lo interesante, sin embargo, es que a veces quienes conciben y aplican políticas públicas en efecto creen que su opción, su mirada, resume de verdad el sentido común y es realmente la única forma de hacer las cosas. Y que, siendo ese el estado de las cosas, cuando la realidad no reacciona a sus acciones como su marco teórico preveía, el problema lo tiene la realidad, con su terquedad. O, en el caso de políticas públicas que inciden en las relaciones sociales, el problema son las personas que se obstinan en hacer las cosas mal.

Recuerdo un debate que tuve hace unos años en donde un conocido que trabajaba en el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) me decía que X asunto simplemente no tenía solución y que lo único que se podía hacer al respecto era intentar paliar sus aristas más dolorosas. A mí me resultaba violento que quien tiene la responsabilidad pública de intentar encontrar soluciones dijera eso, así que le pregunté si era cierto que el problema no tenía solución o si eran las herramientas que usaba para intentar solucionarlo las que fallaban. El hombre se ofendió con profundidad y cortó el intercambio: ¿cómo me atrevía a cuestionar la calidad de sus herramientas si él había estudiado años para adquirirlas?

Calculo que el margen de error y el espacio para el debate entre distintas escuelas teóricas debe ser menor en las ciencias más “duras”. Cuando se trata de calcular una estructura o la posibilidad de que un puente entre en resonancia, la teoría de moda debe pesar poco y nada. Lo mismo ocurre en buena medida con la biología, aunque en los últimos tiempos parecemos empeñados en borrar su importancia. Es más complejo cuando se trata de zonas más “blandas”, como las ciencias sociales. Y de esas ciencias en particular es de donde surgen las ideas fundamentales de buena parte de nuestras políticas públicas en el ámbito de las relaciones humanas y el respeto de los derechos ciudadanos.

Supongamos que quiero levantar un muro que me proteja del viento. Decido usar arena para hacerlo, ya que arena es lo que se viene usando por lo general. Levanto el muro pero a la mañana siguiente el viento se llevó buena parte de la arena. Pienso entonces que lo que hace falta es más arena. Una persona que pasa por ahí me comenta que quizá la arena no es el material más adecuado para detener el viento, que quizá lo mejor sea usar ladrillos, que aunque da trabajo hacerlos seguramente sean más firmes. Como yo estudié varios años la arena, me siento ofendido por la propuesta. Lo que hace falta es más arena, le digo al transeúnte, si ponemos suficiente arena se arregla el problema. Sin embargo, aunque puse más arena, a la mañana siguiente el viento volvió a llevarse buena parte de esta y mi muro está otra vez desmoronado.

El ejemplo viene a cuenta de una frase leída en el más reciente Informe de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo: “Los índices de violencia basada en género no presentan reducciones sustantivas durante el período que comprende este informe”. El material, que es exhaustivo y meticuloso, destaca que esto se debe a que son “insuficientes los recursos humanos y económicos con que cuentan los organismos que conforman el sistema de justicia para atender estas situaciones (Ministerio del Interior, Ministerio Público, Poder Judicial). Es indispensable mejorar la asignación presupuestal acompañada del compromiso de reforzar los mecanismos de transversalización de género para erradicar los estereotipos que naturalizan las situaciones de violencia, revictimizan y debilitan las respuestas”.

Viendo cómo suelen ser asignados los recursos públicos (escasos por definición), es probable que buena parte de la respuesta esté realmente allí y que, gracias a esa pobre asignación, los números de violencia basada en género sigan incambiados. El informe puntualiza que “no se han incrementado significativamente la cantidad de fiscalías y juzgados especializados ni la asistencia jurídica gratuita” y que “se requiere destinar más recursos para las políticas de prevención y programas de detección temprana en los sistemas educativo y de salud y de atención especializada a situaciones de violencia de Inmujeres”.

Sin embargo, algo que no aparece en el informe es la posibilidad de que no sea solo un problema del volumen de arena que se emplea en construir el muro. Que es posible que el material mismo del muro o de la política en cuestión (los estereotipos como fuente del problema, por ejemplo) no sea el mejor o el más adecuado para solucionar aquello que se intenta solucionar. Eso implica que quienes llevan a cabo esas políticas deben meterse a mirar las herramientas que están usando en la materia y eso puede cuestionar una parte de sus propias biografías. Como mínimo, aquellos años en que estudiaron y aquellos que llevan trabajando en estas problemáticas. Como en el caso de mi conocido del Mides, ese proceso puede resultar ofensivo para los técnicos involucrados.

Dicho esto, es claro que el objetivo de una política pública no es dejar tranquilos o intranquilos a los funcionarios encargados de aplicarla sino intentar solucionar aquellos problemas que fueron detectados y para los que destinan recursos. Por eso, cuando vemos que después de años de aplicar medidas específicas no aparecen los resultados, es legítimo preguntarse si no serán necesarios otros materiales para lograr esos cambios que no llegan. Ya es bastante largo el trayecto que lleva a las ideas desde la academia hasta las políticas a pie de calle como para volver lento también el análisis de los resultados.

En su clásico libro La estructura de las revoluciones científicas, el filósofo de la ciencia Thomas Kuhn decía (cito de memoria) que la mayor parte de la ciencia que se produce es “ciencia normal”, es decir, aquella que no cuestiona los límites del paradigma colectivo en que esa ciencia se produce. Y que, al revés de las revoluciones, se limita a confirmar los presupuestos de lo que ya existe en la ciencia en ese momento. La urgencia y la necesidad de lograr cambios en algunos temas deberían pasarle por arriba a la posibilidad de que alguien se ofenda cuando se cuestionan sus limitaciones o problemas. Quizá el problema no sea solo de recursos sino de los materiales que usamos para intentar resolver los conflictos. Revisar la teoría debería ayudarnos a que la solución no se nos escape como arena entre los dedos.