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    Cuando la suerte acompaña

    Nº 2173 - 12 al 18 de Mayo de 2022

    En octubre del año pasado enfrentábamos un panorama decepcionante. Los modelos climáticos vaticinaban el apocalipsis para el verano de la mano de un año Niña que ya hacía sentir sus efectos con despiadado rigor y las consecuencias se veían por doquier. Entre el golpe de calor de octubre y la falta de lluvias, los rindes y la calidad de la cebada y el trigo acusaron el impacto.

    Se sembró con poca agua y en enero nos encomendamos a cuanta deidad había para que nos trajera las lluvias salvadoras. Y, contra todo pronóstico, las lluvias llegaron en enero y febrero y hoy el grueso de los agricultores saborea el éxito de lo que ocurrió. Rindes récord, hijos de esas aguas salvadoras y también de una audacia solo presente en quien tiene el corazón (más que la razón) puesto en la agricultura. La apuesta salió bien, le embocamos al pleno en la ruleta.

    La semana pasada, en una charla con un climatólogo vinculado al sector agrícola discutíamos un poco sobre el excelente resultado que había tenido Uruguay en comparación con Paraguay y con Brasil. ¿Cómo explicar que por ser chicos y tener suerte nuestros resultados productivos son tan diferentes con tan pocos kilómetros de distancia entre unos y otros?

    No solo eso, sino también los pronósticos: aparentemente vamos hacia un tercer año Niña (cosa que nunca ha pasado hasta ahora). En ese punto la polémica es impostergable: pero si en 2021-2022 tuvimos un verano Niña y logramos rindes récord, ¿qué nos garantiza que el 2022-2023 no correrá con la misma suerte? Mi amigo el climatólogo insistía en que los modelos son probabilísticos y que tienen su margen de error. El viejo cuento que se habla de distribución de probabilidades, que no es algo labrado en piedra y que puede cambiar. Nadie discute que la sequía existió, solo que su foco tal vez fue en la primavera y el inicio del verano y no en pleno verano.

    Las consecuencias de estas lluvias favorables y de unos rendimientos muy buenos llevan a sacar conclusiones sobre qué explica nuestros resultados, lo que es fundamental pensando en el futuro. Si es verdad que vamos hacia otro año Niña, ¿cuál es la probabilidad de que tengamos la misma suerte que en el año pasado, es decir, que en un año seco tengamos lluvias por encima del promedio en verano? Un viejo profesor de estadística me decía que el pasado no predice el futuro.

    La agricultura uruguaya ha evolucionado mucho desde el anterior pico de precios, que provocó un furor en la producción. Empezando por sistemas de producción más diversos, que no son solo agrícolas sino más integrados con la ganadería, y siguiendo por empresarios que aprendieron a manejar mejor los riesgos (tanto de precios como productivos), hoy el panorama es mucho más estable y al menos tenemos mejores herramientas para gestionar lo que se viene. Lo mejor que nos puede pasar es que los pronósticos se vuelvan a equivocar o incluso que cambien a favor de un clima más benigno para los cultivos.

    Hoy tenemos a muchos empresarios pensando de forma más estratégica: si los costos de la producción invernal no hacen cuadrar el negocio, simplemente pasan. El buen resultado precedente les da la espalda de no estar forzados a una nueva apuesta con márgenes muy ajustados o vidriosos. En el Excel siempre dan las cuentas, pero al final la realidad se impone. El peor escenario es caer en creer a ciegas que el año en curso será igual que el anterior, donde los precios seguirán subiendo y el clima hará una excepción en los pronósticos como para perdonarnos errores productivos. En el agro nadie habla de los riesgos de la estanflación, de una recesión global ni mucho menos de una caída de los precios. Hemos aprendido que el tradicional “a mí me parece que” suele ser la tumba de los crack cuando no se evalúa correctamente el entorno y se hace un plan para mitigar las adversidades.

    (*) El autor es ingeniero agrónomo (Dr.) y asesor privado.