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Dura poco más de diez minutos. Vemos a Matt Dillon comer un huevo duro en su casa, salir con su chelo, ensayar con la orquesta y volver al hogar en metro. Pero esa salida rutinaria, de todos los días, cambiará su vida. Durante el viaje en metro, bajo esa inconfundible luz blanca, se le ocurre preguntarle la hora a una pasajera que se sienta enfrene. La mujer le responde con la misma pregunta y acto seguido lo sigue por las calles hasta su casa. A partir de allí se instala un juego inquietante que incluye los tópicos de la identidad, el sexo, los afectos reconocidos e incluso el arte, esto es: el espacio que uno ocupa en el mundo. La banda sonora es envolvente, un juego de cuerdas que tienen que ver con la propia música que Dillon interpreta (la Sinfonía simple de Benjamin Britten) y ruidos ambientales. El tono sobrepasa la extrañeza y bien podría tratarse de un thriller o de un breve relato fantástico con el tema del Otro, como en William Wilson, de Poe.
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Caben muchas interpretaciones y posibilidades. Dillon y la extraña mujer, la actriz belga de 28 años Daphne Patakia, apenas gesticulan, lo que vuelve más fría e inquietante la historia, siempre fiel a la estética del griego Yorgos Lanthimos, un cineasta capaz de incomodar en todas sus películas y empujar al espectador en una suerte de pesadilla que por lo general no tiene una resolución clara, lo que no quiere decir que no tenga un buen remate. Lanthimos también hizo teatro e integró el equipo responsable de las ceremonias de apertura y cierre de las Olimpíadas en Atenas en 2004.
Nimic (2019, estreno de Mubi) fue rodada en Ciudad de México. Dirigida y escrita por Lanthimos junto con su habitual guionista Efthymis Filippou y basada en una idea de David Kolbusz, es una coproducción entre Alemania, EE.UU. y Gran Bretaña. El español que se escucha por lo bajo en los ensayos y se lee en algunos letreros, el inglés que hablan los protagonistas y las calles inconfundiblemente hispanas ubican este curioso acontecimiento como un desajuste universal que a todos y donde sea nos puede ocurrir. El director de fotografía es Diego García (Boi Neón y Divino amor, ambas del brasileño Gabriel Mascaro), cuya paleta de colores calza a la perfección con la visión de Lanthimos.
No es la primera vez que Mubi estrena el corto de un gran realizador. Hace poco exhibió la brevísima The Fall(2019), del británico Jonathan Glazer (Reencarnación, Bajo la piel), siete minutos de horror vertiginosos en los que unos demonios arrojan a su víctima a un pozo sin fondo.
Toma por toma, Nimic es un corto perfecto, ajustadísimo, medido. Se podría desgajar y estudiar en una clase de cine. Pero a uno le deja gusto a poco. Es tan sobrecogedor el clima conseguido y tan abarcativo el misterio, que uno se pregunta: ¿por qué no hizo un largo? Es que las actuaciones, la ambientación y la propia historia, todo es tan adictivo que pide un mayor desarrollo. Nos deja gusto a poco si un maravilloso solista ejecuta un solo dos minutos. No, por favor, ahora que nos llevaste hasta aquí, por favor seguí, queremos más. Queremos más Dillon, que a esta altura del partido —y más aún después de haber trabajado con Lars von Trier en La casa de Jack— todo lo hace bien. Queremos más Patakia, capaz de meter miedo solo con la ingesta de un huevo duro. Y queremos más Lanthimos, un artista que sumerge de cabeza al espectador en aguas profundas, donde siempre habrá una alta cuota de peligro.
Queremos más de esa incomodidad que ya mostraba en Canino (2009), cuando lo conocimos por primera vez, un drama de encierro, una furibunda alegoría más pesadillesca que El ángel exterminador de Buñuel, porque para Lanthimos una alegoría puede también tener el reverso de ser sencillamente una brutal realidad.
Queremos más de esa incomodidad si se quiere asordinada que había en La langosta (2015), una clínica para que la infelicidad desaparezca y puedas elegir tu pareja, tu futura reencarnación, si sos capaz de sobrevivir a una cacería.
Queremos más de esa incomodidad que se instalaba en el cirujano interpretado por Colin Farrell en El sacrificio del ciervo sagrado (2017), cuando un inquietante niño, el hijo de un paciente muerto, irrumpe en su vida y en la de su perfecta familia, con la bella Nicole Kidman al frente.
Queremos más de esa incomodidad que a pesar de las apariencias de amabilidad y etiqueta también estaba en La favorita (2018), su película más conocida porque tuvo varias nominaciones al Oscar incluyendo Mejor película, dirección y guion (y ganó el de Mejor actriz, para Olivia Colman), que se ambienta en el siglo XVIII porque es más fácil despistar al espectador con peluquines, corsés, castillos y reinos, pero en el fondo seguimos en ese mundo de disfuncionalidades, juegos de poder, extrañeza y misterio que es el cine de este griego tan particular.
Está claro: hay algo que no funciona, que está desajustado y fuera de lugar en el género humano. Y es tarea de Lanthimos acercarnos una pista sobre este teatro del malentendido. No vamos a poder solucionarlo, pero será mejor tenerlo en cuenta.