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    El artista más caro y explícito del mundo

    Jeff “Superlargo” Koons

    A fines de los 80 se convirtió en un fenómeno mediático. Se casó con Ilona Staller, la entonces famosa Cicciolina. Ella, una actriz porno húngaro-italiana, figura emblemática de la industria europea triple equis. Llegó a actuar con el famosísimo John “Superlargo” Holmes y otras estrellas reconocidas del mundo explícito, entonces en gran expansión gracias al auge del video. La Cicciolina vino a Uruguay. Era linda, rubiecita, delicada. Vino porque de a poco dejó la actuación para convertirse en ícono pop y posmoderno con sus senos al aire, su aire angelical y una coronita de flores que usaba en la cabecita rubia. Dio una conferencia de prensa en Punta Gorda y cantó y bailó en el Parador del Cerro, semidesnuda. Un delirio. Fue diputada y una reconvertida líder feminista y luchadora contra la explotación sexual. Una adelantada. La boda fue un golpe publicitario de primera. Duró un par de años y dejó una serie de pinturas, esculturas y otros trabajos que su autor tituló Made in Heaven. El esposo, un joven atractivo y figura rutilante del mundillo pop neoyorquino, se convirtió también en actor porno. Desde el arte. Se llama Jeff Koons (1955) y por esta y otras acciones, recogió la antorcha de Andy Warhol. Desde hoy jueves 14 está en Buenos Aires para inaugurar una de sus obras paradigmáticas, pos Cicciolina.

    Se trata de Ballerina, una escultura de una chica en acero pulido que refleja el entorno y la luz como un gran espejo multicolor. Inspirada en una Venus de Botticelli, es una obra monumental, enorme y cara. Cuesta varios millones de dólares. La compró el no menos famoso y mediático Eduardo Constantini, uno de los millonarios más interesantes que se pueda encontrar por esta región. No apareció en los Panamá Papers. Tan interesante y millonario que tiene una colección formidable de arte contemporáneo latinoamericano. Es coleccionista, mecenas, hizo el puente de la Laguna José Ignacio y además tiene el Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), visita ineludible­ de turistas de todo el mundo. En su jardín se inaugura este jueves la superlarga escultura de Koons.

    Hay que verla de cerca. Es interesante, de una realización perfecta, de una presencia cautivante. Tan interesante como el Greetingman del coreano Yoo Young-ho­ ubicado en la rambla del Buceo. Es interesante, solo que está mal ubicada. Tendría que estar al borde del mar. Pero es otro tema, aunque hay un cierto encuentro entre ambos artistas. Koons inauguró­ el estilo neo pop o algo o así. Esculturas gigantes en lugares públicos, lúdicas y construidas con materiales livianos, de superficies lisas, pulidas, coloridas. Figuras del cómic, simpáticos animales, peluches de acero o de flores, como la que construyó en los jardines de Versalles en una famosa exposición gracias a un ejército de jardineros. Su legendario perro de globos como los que hacen los payasos, sus grandes y divertidas imágenes del mundo infantil, su apropiación de la cultura fin de siglo y del arrasador mundo del consumo para generar un producto impactante, es su marca registrada.

    Es un buen escultor, pero mejor vendedor. Como escultor y artista plástico, pasó por la pintura y el trabajo en vidrio, madera, látex, acero. Diseña en computadora, se obsesiona con el detalle y los colores. Como vendedor es un gran artista. De hecho, fue agente de la Bolsa antes de dedicarse al arte. Se dice que fue uno de los primeros artistas en contratar una agencia de publicidad para vender su obra. Y a sí mismo, un concepto único para los artistas pop que se precian.

    Como la performance pornográfica y sentimental que armó con la Cicciolina. Ese período lo insertó decididamente en el mundillo del arte internacional. Se presentó en la Bienal de Venecia y obviamente fue un escándalo. Las obras son increíbles: sexo puro, explícito, pornográfico. Igual al cine, aunque Koons no es “Superlargo” Holmes, en ningún sentido. Lo une la mirada cruda, atrevida, contemporánea sobre el cuerpo y la pasión. Su obra se inscribe en una larga tradición artística de desnudos, Venus y maravillosa metafísica erótica, si es que tal cosa existe. Del barroco al arte moderno y referencias directas de Jean-Honoré Fragonard, Gustave Courbet, Edouard­ Manet.

    Koons copia, recicla, explicita en el estilo bien posmoderno. Expone la desorbitada vida contemporánea en extremos chocantes y en el límite con la nada, con el juego, con la borrosa visión de un arte que ya no es. Cuestiona todos los límites posibles, con estilo y una técnica exquisita. Cuesta aceptarlo. Cuesta entender que una escultura que se cotiza en millones de dólares y se posiciona en un jardín como culto al glamour­­ y la belleza vacía, exterior, pura superficie, sea una obra de arte. Es así. Es el interesante debate que propone la obra y vida de este artista que hoy es un bon vivant veterano, ex marido, padre de un hijo que la Cicciolina no le permitió ver más, bien trajeado, con cara de buenito, siempre sonriendo. Hace millones. Con una fábrica de hacer obras. De verdad, una fábrica. Al estilo de los viejos talleres de artistas renacentistas. Tiene muchos empleados que construyen sus ideas o diseños, que le hacen los colores, pintan. El autor ya no existe, es un proceso colectivo, una herencia de la fábrica de Warhol, del trabajo en serie, de la revolución industrial. De hecho, Koons no hace nada, salvo pavonearse por el mundo del arte como un embajador de la belleza. Así y con actitudes cada vez más conformistas y repetitivas, logra mantenerse entre los artistas contemporáneos mejor pagos. Quién pudiera. Detrás queda la duda, el eterno debate sobre el arte y la mirada atónita del público. Y en Buenos Aires, algo que va a llamar la atención, recurso esencial de la contemporaneidad.