El ciudadano como unidad de medida

El ciudadano como unidad de medida

escribe Fernando Santullo

6 minutos Comentar

Nº 2088 - 9 al 15 de Setiembre de 2020

En un artículo publicado recientemente por El País se comentan los datos de un informe del Banco Mundial que señala que, aun cuando Uruguay es el país menos injusto de la región, existen grupos que siguen siendo relativamente excluidos de ese crecimiento de la justicia. En el artículo se apunta que son cuatro los grupos entre quienes persisten los mayores niveles de exclusión: afrodescendientes, trans, mujeres y discapacitados.

La conclusión que se podría extraer es que son necesarias más políticas focalizadas en los colectivos y menos políticas universales, de esas que tienen al ciudadano sin más como centro. Desde que crece la idea de que la universalidad no existe ni sería algo deseable (lo deseable sería preservar y desarrollar las pertenencias a colectivos específicos), si el combo de políticas focalizadas y universales que se viene aplicando no funciona tan bien como debería, lo que hay que hacer es reforzar las políticas focalizadas. Creo que esa es una idea discutible y que pensar que existen elementos en común que pueden explicar la situación de esos individuos que pertenecen a esos colectivos, no es disparatado. Tan poco disparatado que esa idea fue el centro de las políticas sociales del Uruguay durante toda la primera mitad del siglo XX: es el desarrollo de los derechos universales lo que construye una sociedad de ciudadanos libres e iguales.

Lo primero: que haya más individuos de un grupo dado que se encuentren en una posición de desventaja no quiere decir necesariamente que la unidad de medida para hacer políticas que corrijan eso, deba ser el grupo. Lo segundo: es razonable desarrollar medidas específicas si las medidas universales no afectan de igual modo a todos los individuos. Lo tercero: no es razonable abandonar al individuo como centro de esas medidas dado que los colectivos no son homogéneos en su interior. Trataré de explicar esto.

¿Cómo llegamos al punto en que se mira de reojo la posibilidad de desarrollar políticas universales y se cree casi a ciegas en políticas focalizadas que, viendo los números de la nota de El País, no parecen estar dando demasiado resultado? Entiendo que lo que comenzó siendo una necesaria crítica al dogma racionalista imperante, con el paso del tiempo se fue transformando en un abandono. El abandono de la posibilidad de concebir los asuntos comunes en términos, vaya, comunes. En cierto momento, el cuestionamiento a esa forma de entender el saber (que es al mismo tiempo una forma de entender la política), termina por dinamitar la idea del espacio común. La voladura de puentes llega hoy al punto en que casi nadie concibe lo colectivo más que como una suma de cuotas y acciones afirmativas que deben aplicarse a rajatabla para que el mundo sea mejor.

Un problema que tienen las políticas concebidas de manera específica para los colectivos (frente a las políticas universalistas, que tienen como centro ser para ciudadanos como libres e iguales) es que no parecen estar dando aquello que prometen. ¿Cómo explicar que tras lustros de políticas focalizadas desarrolladas tanto o más que las políticas universales, existan personas de ciertos grupos que sigan siendo excluidas? A veces pareciera que quienes implementan las políticas públicas estuvieran más preocupados por confirmar una teoría que por los resultados medibles de su aplicación y que por eso pueden darse la cabeza contra la realidad de manera indefinida. Pero las personas que se encuentran en mayor desventaja no tienen ese tiempo del que disponen los técnicos y los políticos: su vida es esta. El centro de una política pública debe ser siempre la calidad de vida del ciudadano, no la confirmación de una teoría, por bella que sea.

Un problema adicional que parecen plantear las políticas focalizadas es que así como asumen que no existe un espacio común que valga la pena cuidar (después de todo, ese espacio común no hizo demasiado por los afrodescendientes, se nos dice), asumen también que dentro de los colectivos todo es pura homogeneidad. No es así: al interior de los colectivos se reproducen muchos de los conflictos y diferencias que afectan a la sociedad. Si entre los afrodescendientes es mucho más alta la posibilidad de ser pobre, eso no quiere decir que todos los afros sean igualmente pobres. Si el desempleo en el colectivo trans es mucho más alto que la media de la sociedad, eso no quiere decir que todos los trans sean desempleados.

¿Cómo explicarle a un uruguayo blanco que vive en un asentamiento que lo suyo no es ni específico ni urgente porque estadísticamente no pertenece a uno de los grupos más vulnerables? Porque esa es la posición en que ese ciudadano queda colocado ante el recetario de políticas que se viene aplicando en medio mundo: un tipo que es pobre de solemnidad y que tiene las mismas casi nulas posibilidades de salir de pobre, sería, dado su color de piel, un privilegiado respecto a otro pobre de solemnidad que vive al lado suyo, pero que tiene otro color de piel. Y viceversa, que una mujer que vive en Malvín y es directiva de una multinacional es, por esas mismas razones colectivistas, miembro de un grupo que merece todas las atenciones estatales.

Yo diría que lo que falla allí es la herramienta y el corte que esa herramienta propone. Los derechos pertenecen a los ciudadanos, porque no existe la menor duda de que uno mismo es la unidad mínima de decisión, titular de derechos y obligaciones. Lo dice nuestra ley suprema. Ojo, con esto no estoy diciendo que no deban imaginarse e implementarse soluciones específicas para problemas específicos. Estoy diciendo que la unidad de medida de esas políticas tiene que ser siempre el ciudadano, no el colectivo. Porque dentro de cada colectivo se reproducen las dinámicas de la sociedad en general: si bien hacia afuera del colectivo los afro tienen indicadores sociales por debajo de la media social, al interior del colectivo hay afros con más ventajas que otros. Los colectivos no son homogéneos, salvo en algunas teorías sociales.

Ahora, ¿qué elemento en común tienen los ciudadanos de esos grupos que siguen siendo excluidos? No está de moda pero quiero recordarlo: son pobres. Y lo son más allá de su pertenencia al colectivo que la teoría que orienta las políticas sociales considera relevante. El informe del Banco Mundial apunta que las políticas focalizadas que se han aplicado sobre estos colectivos pueden estar fracasando porque casi nunca se convierten en una constante a lo largo del tiempo. El asunto es que eso mismo puede decirse de las políticas sociales universalistas que estamos descartando: muchas de ellas no se han implementado de manera constante a lo largo del tiempo y en este momento no veo a nadie gritando por eso. En todo caso, uno no debería enamorarse de su teoría al punto en que no le importe si funciona bien o mal. Sobre todo cuando son las vidas y trayectorias de muchos ciudadanos lo que está en juego.