Días después, el Liverpool de Inglaterra enfrentó al Juventus de Italia en Bruselas por la final de la Liga de Campeones de Europa. Antes de comenzar el partido, una avalancha de hinchas ingleses provocó que una de las paredes del estadio se derrumbara, causando la muerte de 39 aficionados italianos.
En 1989, el Liverpool y el Nottingham Forest se enfrentaron en Hillsborough. Ese día, 96 aficionados murieron aplastados contra el alambrado del estadio.
Esos tres hechos llevaron a las autoridades del fútbol inglés a aprobar a principios de los 90 una estricta legislación: incluye la prohibición para los aficionados violentos —llamados hooligans— de concurrir a los partidos e incluso viajar para seguir a sus equipos en el exterior, y fuertes sanciones, que llegan hasta la prisión.
Galilee llegó a Montevideo junto a Martin Girvan, colega de la SGSA, para dar cursos de seguridad —organizados por la Secretaría Nacional de Deporte— entre el sábado 24 y el miércoles 28, a las autoridades del Ministerio del Interior, la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y los referentes en seguridad de los clubes de Primera División del fútbol uruguayo.
Los expertos recorrieron estadios, analizaron hechos de violencia, conocieron las condiciones de seguridad de cada equipo y llegaron a un diagnóstico claro: “No pueden seguir así, algo tiene que cambiar, porque nadie va a querer ir a los espectáculos”.
La Policía y los clubes coinciden con el análisis. “Estamos sentados arriba de un polvorín”, dijo a Búsqueda Celestino Conde, asesor del subsecretario de Interior, Jorge Vázquez, y representante del ministerio en la Comisión Honoraria para la Prevención, Control y Erradicación de la Violencia en el Deporte.
Culpa de la Policía.
Galilee y Girvan visitaron el Parque Central el sábado 24 durante el partido entre Nacional y Sudamérica. Al ingresar lo primero que notaron fue al personal de seguridad contratado, vestido de traje negro y camisa, y luego a los de chaleco naranja, en la tribuna Abdón Porte. “Así debe ser en todas las canchas”, comentaron. Cuando vieron el campo de juego, se sorprendieron. “¿Por qué hay policías adentro?”, le preguntaron a Conde. El asesor les explicó que los policías estaban ahí por disposición gremial de los jueces, que si no tienen esa custodia se niegan a arbitrar. Los inspectores se miraron asombrados.
En Inglaterra eso no podría ocurrir porque los clubes son los encargados de la seguridad dentro de los estadios y la Policía lo hace afuera. Por eso los expertos insistieron a los dirigentes que “la responsabilidad es del organizador” y son ellos quienes deben brindar las condiciones dentro de los estadios, “no la Policía”.
El domingo 25 fueron al partido entre Liverpool y Peñarol en Belvedere. Caminaron por las tribunas de ambas hinchadas y tomaron nota. Lo mismo al recorrer las puertas de ingreso, los baños, vestuarios y demás instalaciones. La diferencia con el Parque Central fue notoria.
Alguna de sus recomendaciones para los clubes son: mejorar las instalaciones de los estadios, colocar molinetes en los ingresos para controlar la cantidad real de espectadores, mantener las escaleras siempre libres, contar con entradas y butacas numeradas, tener como mínimo un funcionario de seguridad cada 250 espectadores (dependiendo del riesgo de cada partido), aplicar un estricto derecho de admisión y sancionar duramente los hechos de violencia.
Cada vez que un equipo argentino viaja a Uruguay para jugar un partido de fútbol, sea amistoso o por un torneo internacional, la Policía Federal argentina envía al Ministerio del Interior una lista de los hinchas que los clubes argentinos consideran peligrosos. El Ministerio quiso imitarlo con los clubes uruguayos y les pidió un listado con los hinchas violentos que tienen identificados.
“Nadie lo hizo. Y es mentira que no los conocen, porque les lleva cinco minutos. Peñarol y Nacional deberían entregar un listado previo al clásico, pero ninguno lo hizo. Y no lo hacen porque es más fácil echarle la culpa a la Policía”, dijo Conde. Búsqueda intentó comunicarse con los encargados de seguridad en ambos equipos. Nacional no respondió y Peñarol prefirió no hacer declaraciones.
Una vieja historia.
La preocupación por erradicar la violencia en el fútbol existe desde hace décadas y preocupó a gobiernos blancos, colorados y frenteamplistas. En junio de 1994, antes de un partido clásico, un hombre con una camiseta de Peñarol degolló al hincha de Nacional Walter Posadas, de 16 años. Fue la primera gran alerta que puso los ojos del gobierno sobre las barras bravas. El entonces ministro del Interior, Ángel María Gianola, dijo que tenía “la convicción” de que existían dirigentes que “apuestan a las barras bravas”. Lo mismo dijo quien era el vicepresidente de la AUF en ese momento, Carlos Maresca, que reconoció que en el Estadio los barras tomaban vino y Lexotán e inhalaban pegamentos.
Dos años después, en marzo de 1996, un hincha de Cerro de 15 años asesinó a balazos al parcial de Nacional Daniel Tosquellas (31 años) en las puertas del Parque Central. En aquel entonces el ministro del Interior, Didier Opertti, aseguró que si se aplicaba “un concepto rígido” en seguridad, habría “muy pocos campos de juego”, pero afirmó que el país tenía que “abordar ese tema”.
Pasaron diez años y en marzo de 2006 a la salida del Centenario el hincha de Cerro Héctor Da Cunha (35 años) fue asesinado a puñaladas por barras de Peñarol frente a su esposa y su hijo de 11 años. El homicidio se trató en el Consejo de Ministros y el gobierno acordó con la AUF cesar el reparto de entradas a hinchas, prohibir la venta de bebidas alcohólicas y la inscripción de leyendas ofensivas en las banderas. El entonces ministro de Industria y ex vicepresidente de Peñarol, Jorge Lepra, recriminó a las autoridades del fútbol porque ellos sabían quiénes eran “los 80 violentos” que había pero no solucionaban “nada”.
Ese año el gobierno invitó al experto inglés Chris Whalley, director de Seguridad en Estadios en Inglaterra, para que lo asesorara, tras su éxito al eliminar del fútbol inglés a los conocidos hooligans.
Ya en aquel momento, Whalley propuso medidas como leyes “muy estrictas” que sancionaran a los autores de hechos violentos en estadios, policías entrenados y el cambio de horarios de los partidos, que ayudaron a combatir la violencia en Inglaterra. La seguridad dentro de las canchas debe ser responsabilidad de los clubes —aconsejó Whalley— y los clubes no deben tener relación con los barras bravas.
Pero la violencia continuó. Cuatro años después, en noviembre de 2010, en un partido de la Segunda División en la cancha de Oriental de La Paz, el hincha de Villa Teresa Marcelo López (40 años) murió de dos balazos. En 2011 la Policía redirigió su estrategia y buscó cambiar el perfil del público que asiste a los estadios. Propuso aumentar el precio de las entradas, pero, según dijo quien era el jefe de Policía de Montevideo, Walder Ferreira, los clubes no colaboraron para no “ser antipáticos” con sus hinchas.
Los enfrentamientos entre las hinchadas y la Policía se repitieron una y otra vez, un joven de Peñarol fue apuñalado en el baño de la tribuna Amsterdam por un hincha de su mismo equipo, se paralizó el campeonato uruguayo en más de una oportunidad y el Ministerio del Interior consideró necesario aplicar medidas concretas. Muchas de ellas recomendadas en 2006 por el experto inglés Whalley. El titular de esa cartera, Eduardo Bonomi, ordenó investigar si existía un vínculo entre los barras y el crimen organizado, porque consideraba que detrás de esos grupos había “algo más” que hinchadas.
En marzo de 2013 el Poder Ejecutivo prohibió el ingreso al país de 66 barras de Boca Juniors que iban a asistir a un encuentro con Nacional. Un mes después, en abril, la Policía prohibió el ingreso de banderas grandes —más de dos metros de largo por uno de ancho—, aplicó el derecho de admisión, instaló cámaras de vigilancia en el Centenario y preparó un grupo especial de efectivos de la Guardia Republicana para actuar en estadios.
En 2014, a raíz de los incidentes entre Nacional y Newell’s, el presidente José Mujica determinó que la Policía no ingresara más a los estadios hasta que se aprobara el Código Disciplinario de la FIFA. La consecuencia fue que no hubo fútbol por meses hasta que se aprobó el nuevo marco sancionatorio. La Policía volvió a los estadios, pero también volvieron los incidentes.
No hay plata.
En Inglaterra los clubes tienen su propia seguridad dentro de los estadios. En el Manchester United trabajan cerca de 1.000 y en Chelsea unos 800. El fútbol uruguayo debe lograr lo mismo pero a una escala menor, según los expertos.
Nelson Telias, responsable de Seguridad en la AUF, lo ve con buenos ojos. Asegura que los clubes avanzaron y hoy todos tienen un referente en seguridad, pero, en su opinión, “funciona solo en los papeles” porque “no hay plata” para los gastos que implica preparar y mantener una seguridad propia.
“¿El Tanque Sisley, Rentistas o Racing cómo lo pagan? Juega Danubio con Peñarol y necesitás cien tipos. Es imposible y el Ministerio del Interior lo sabe”, dijo.
Conde entiende la falta de recursos, pero asegura que “cuando hay, se maneja muy mal”, porque “clubes que no pueden pagar sus deudas la gastan en hacer ocho o diez contrataciones”. “Villa Teresa contra El Tanque Sisley. ¿Cuántos precisás? ¿Dos? Rentistas contra River. ¿Cinco? No seas malo. Prioricen la seguridad y tienen la plata, pero el problema parece que siempre es de otro”, afirmó.
Balazos y cementerio.
El siguiente paso que dio Inglaterra tras expulsar a los violentos fue generar un “nuevo público”. En setiembre, el Manchester United recibió al Sunderland por la Premier League. Durante el partido, los funcionarios de seguridad del club retiraron a un joven por insultos racistas contra los jugadores visitantes. Una aficionada del propio United fue quien avisó mediante un sistema de mensajes de texto que tiene el club.
En los años 90 el 87% de los aficionados que iban al fútbol inglés eran hombres de entre 15 y 35 años. La presencia de mujeres aumentó hasta llegar hoy a 45% y ese cambio de público se dio, según los expertos, porque los clubes brindaron más confort en sus estadios. “Y esos propios fanáticos son los que no soportan un comportamiento agresivo”, explicó Galilee.
Conde reconoció que “parece una utopía” llegar a ese punto y como ejemplo menciona los cánticos de las barras.
“Es mi ilusión volver a verte y a los balazos correrte, matar a dos una vez más y prender fuego el Parque Central”, dice una de las canciones de la “Barra Amsterdam” de Peñarol. “Bo, carbonero no tenés huevo por eso Rodri está en el cementerio”, dice otra de “La Banda del Parque” de Nacional.
Por eso Girvan insiste en que el trabajo no es solo de la Policía y los clubes, sino que los propios aficionados deben ayudar repudiando estos comportamientos. Para él, todavía “hay un camino largo por recorrer”.
Información Nacional
2015-11-05T00:00:00
2015-11-05T00:00:00