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    El gobierno logró una “insignificante” mejora fiscal y se está confirmando que fue optimista en sus proyecciones

    El economista Javier de Haedo elogia la “impronta” del presidente y le preocupa que los “peronistas uruguayos” de Cabildo Abierto frenen reformas

    Entre los economistas que comentan sus análisis de coyuntura en los medios, Javier de Haedo tiene un diferencial: se embarró en la política ocupando cargos —viceministro de Economía, director del Banco Central y también director en la OPP cuando un blanco estaba al frente del gobierno, Lacalle padre—, luego asesorando a dirigentes e incluso poniéndose a prueba en las urnas como candidato a intendente de Montevideo. Su última actividad en ese ámbito fue el año pasado, colaborando en la elaboración del programa del partido liderado por Edgardo Novick. Vuelto de lleno a la consultoría privada, sus opiniones, con sentido de economía política, se pueden leer en Twitter y en El País.

    En su última columna del año pasado en ese matutino evaluó que el 2021 será “decisivo” y aseguró que el “pobre” crecimiento de la actividad complicará las cosas desde el punto de vista de la política económica. Profundizando en su análisis, en una entrevista con Búsqueda De Haedo expresó “mucho optimismo” con la “impronta presidencial” pero, al mismo tiempo, temor de que sectores de la coalición gobernante —en concreto, los “peronistas uruguayos” de Cabildo Abierto— le impidan a Luis Lacalle Pou “llevar adelante muchas de sus propuestas”.

    Sobre la economía, señaló que los hechos están confirmando la presunción de que no tendrá un rebote tras la crisis por el Covid-19. En ese contexto, cuestiona la estrategia fiscal del gobierno de apostar a “reprimir”, en lugar de cortar el gasto público. “El eslogan electoral completo decía: ‘no vamos a subir los impuestos y vamos a bajar el déficit fiscal por la vía de ahorros de gasto’. En este primer año no se subieron los impuestos, pero la baja del déficit estructural fue insignificante”.

    —¿Tiene hoy algún sustento la expectativa de una recuperación en “V” de la que se hablaba hace un tiempo para la economía mundial y la uruguaya tras la crisis por el Covid?

    —Salvo China, que es el único caso donde claramente está esa “V”, el símbolo es otro. Incluso, según lo que pase con la pandemia en Europa, puede llegar a ser una “W”, como ocurrió en 2008.

    En Uruguay siempre imaginé que la actividad evolucionaría en forma de tic o como el logo de Nike. Y los indicadores se han comportado de ese modo; para mí no es una sorpresa. No fui el único que dijo que las pautas establecidas en el Presupuesto eran optimistas, por cierto, pero ahora en los hechos eso se confirma: el propio equipo económico está hablando de una caída de 5,5% en 2020, cuando originalmente trabajaba sobre la proyección de un 3,5%.

    En cuanto al nivel de empleo, el dibujo es todavía más acostado, porque viene de atrás de la actividad económica. Hay servicios muy intensivos en mano de obra —turismo, hoteles, comercios, restaurantes, esparcimiento— en los que el progreso es mucho más lento que el promedio de la economía.

    No habría que descartar también que algunas empresas hayan aprovechado la ocasión para ajustar sus costos y reducir personal. El mayor uso del teletrabajo es un cambio que iba a darse tarde o temprano; con la pandemia hubo cosas que se adelantaron, más que originado.

    —¿Llegó a verse una política económica con la impronta del nuevo gobierno o la gestión de esta crisis opacó todo?

    —Hay una impronta muy interesante desde el presidente. Al menos en el discurso se ha mantenido firme respecto de los tiempos preelectorales; también hay una impronta de vitalidad, de actuar. Fue muy bueno que siguiera para adelante con su agenda cuando desde la oposición planteaban que, ante la crisis, la LUC (Ley de Urgente Consideración) debía postergarse. ¡No, al contrario, se tenía que hacer más rápido todavía y con propuestas más intensas! Veo con mucho optimismo la impronta presidencial.

    Pero también es cierto que la coalición mostró, citando a Borges, que la unió el espanto a un adversario común y no el amor a un programa, a determinadas ideas y filosofías. Y si bien, cortando grueso, se podría decir que fue efectiva —votó la LUC, el Presupuesto, permitió la desindexación salarial en un año difícil y la situación fiscal fue mejor de la esperada por los analistas—, hilando más fino nos encontramos con que es una coalición de diferentes, no de iguales. Tiene una mitad —grosso modo— que es el Partido Nacional liberal no fanático, un cuarto de línea socialdemócrata conformado por los partidos Colorado e Independiente, y otro cuarto, Cabildo Abierto, al que he llamado peronistas uruguayos. Su líder tiene notoriamente como filósofo de cabecera al mismo que tiene el Papa Francisco, que es el uruguayo (Alberto) Methol Ferré.

    Entonces, el común denominador de esa coalición no es trivial. Ahí apareció la propuesta de avanzar en la desmonopolización de los combustibles, pero se frenó en el Parlamento; se plantearon algunas diferencias en materia de funcionarios públicos —tanto con la política salarial como las licencias médicas—; y está todo el tema de la tierra planteado por Cabildo Abierto. Son un montón de señales que tengo que ver desde la política —porque evidentemente es muy relevante para la economía— y pongo signos de interrogación. Temo que esa coalición impida al presidente llevar adelante muchas de sus propuestas. Por ejemplo: ¿qué actitud tomará Cabildo Abierto respecto a la “caja militar”, que debería estar en la bolsa de la reforma previsional? Son disquisiciones que no son juegos intelectuales.

    —¿Qué tan peligroso para el funcionamiento del gobierno pueden ser los “peronistas uruguayos”?

    —Y bueno, está la Ley Forestal…El presidente (Julio María) Sanguinetti fue muy contundente en una reciente entrevista con Búsqueda. Tenemos un gobierno y un presidente jugado a un “malla oro” y a la inversión privada —que es una política país—, y tocar el tema de la propiedad de la tierra limitando de algún modo, es una señal muy confusa. Quien no esté manejando toda la información y lo ve de afuera puede decir: “Che, ¿quieren o no inversiones?”. Son riesgos que pueden complicar las cosas en un momento en que necesitamos esas inversiones y ser amigables con ellas, para recuperar los empleos perdidos.

    Que el presidente piense vetar esa eventual ley muestra la talla del problema.

    —¿La renuncia de Talvi a la actividad política complica más los equilibrios internos en el oficialismo?

    —A todos nos sorprendió la salida de Talvi, que es una pérdida para la política. En su pasaje de la academia a la política se volvió más socialdemócrata, quizás, y le dio esa impronta a su sector, cuando el otro sector colorado grande, el del doctor Sanguinetti, también lo era. El Partido Colorado quedó muy homogéneo en ese enfoque de ideas y filosofía de gobierno.

    —En lo fiscal, en su columna señaló que el gobierno debe seguir bajando el déficit estructural —ajustado por el ciclo económico y descontando los gastos extraordinarios— para llegar “cuanto antes a la postergada meta del 2,5% del PIB”. ¿Por qué eso es imperioso?

    —Antes fue un objetivo nunca cumplido el tener un déficit de 2,5%. Si ahora vamos a ir a menos inflación, y con un Producto incluso más alto, quizás el déficit debiera ser un poco menos, cercano a 2%. Pero en el Presupuesto el 2,5% no aparece para el segundo o el tercer año de gobierno, si no, de vuelta, en el quinto; se patea para adelante el objetivo, quizás aprovechando unas condiciones globales que se presumen favorables en cuanto al acceso al financiamiento. Se muestra que no hay un apuro por lograr la meta fiscal.

    Otra consideración es que sobre los finales de períodos de gobierno no suele haber ajuste fiscal sino un desajuste fiscal. En todo caso, la meta de 2,5% para el quinto año no luce tan creíble.

    Hablo del déficit estructural y no del que vemos (en las cifras que informa el Ministerio de Economía), que va a terminar el 2020 en cerca de 6% del PIB. Eso es un punto y pico más que en 2019, lo que se debe al efecto pandemia por la pérdida de ingresos y mayores erogaciones en seguros de desempleo y políticas sociales.

    No tenemos todos los elementos para calcular el resultado estructural, pero mi estimación es que entre 2019 y 2020 bajó dos o tres décimas de punto. Es muy poco; esperaba que la meta fiscal fuera más ambiciosa y que se fuera más rápido a su cumplimiento. Yo digo que el gobierno apuesta a reprimir el gasto y no a reducirlo de manera estructural, permanente, para lo cual tiene que haber menos oficinas públicas, menos funcionarios o menos trámites. Lo otro es como apretar un resorte, que al quitar la fuerza vuelve a lo anterior. ¿Cortes de 15% en todo? ¡No, no es así que se hacen las cosas! Primero, no es justo cortarle a todos igual, porque hay algunas áreas donde tiene que haber más Estado, por ejemplo en la economía del conocimiento y no hace sentido cortar ciertos incentivos. Lo que vemos es que hay un ministerio nuevo, nuevas oficinas y no que se haya dejado de hacer algo. Vemos Ancap y el gran tema de las tarifas: estamos pagando en el surtidor las pérdidas del cemento y el costo excesivo del biodiesel. Esas son las cosas sobre las que uno está esperando que se actúe.

    El eslogan electoral completo decía: “No vamos a subir los impuestos y vamos a bajar el déficit fiscal por la vía de ahorros de gasto”. En este primer año no se subieron los impuestos, pero la baja del déficit estructural fue insignificante.

    —Entonces, ¿qué avizora en cuanto al problema fiscal?

    —Hay distintos escenarios imaginables. Una posibilidad son cinco años con la economía empezando a crecer de vuelta que permitan generar recursos y que no se gasten todos, lo que ayudaría a bajar el gasto gradualmente. Pero hay otros más probables, como ese tic con una recuperación más acostada, con lo que la recaudación iría más despacio de lo previsto y la evolución fiscal iría peor. En ese escenario habría que endeudarse todos los años un poco más; mientras las tasas sigan en cero, bueno, podremos perder el grado inversor o no. Y si lo perdemos tampoco sería muy relevante porque dada la abundancia de capitales, a lo sumo empeorará un poco la cosa en el corto plazo. Pero un buen día la inflación anual en Estados Unidos será de 3% o 4%, empezarán a subir las tasas de interés y vamos a entrar en otro proceso que nos encontrará mucho más endeudados. Ahí sí o sí habrá que enfrentar un ajuste. Por eso, con cautela, debería irse trabajando desde ya en esa dirección.

    —¿Resignar su promesa electoral y subir impuestos sería una opción razonable para el gobierno?

    —Mi diagnóstico es que no van a poder lograr la meta fiscal en el período sin subir los impuestos, claramente. Si eso yo lo sostenía hace cinco meses, cuando se presentó el Presupuesto, mucho más convencido estoy ahora, al confirmarse que los supuestos del gobierno eran optimistas y que las cosas irán mucho más despacio.

    —¿Cómo ve al Frente Amplio en su rol de oposición?

    —Hay dos coaliciones, un bipartidismo: la coalición Frente Amplio y la que le llaman “multicolor” pero que Francisco Faig, con más criterio, ha definido como coalición “republicana”. No hay una tercera vía posible y nadie tiene incentivos para abandonar ninguno de los dos bloques.

    En sus períodos con mayoría, al Frente se le rechiflaba un diputado y le complicaba las cosas. Ahora la coalición de gobierno tiene holgura que Lacalle Pou construyó muy inteligentemente en los últimos años; es cierto que hay varios diputados y senadores que si cambiaran como bloque, podrían mover la aguja. Pero si no se hacen las cosas, no será por el Frente Amplio.

    Por otro lado, el Frente Amplio, si bien está cumpliendo ese rol formal de oposición, podría ser un poquito más cuidadoso, porque la verdad es que dejó bastante mal las cosas. Es muy distinto que le exijan al gobierno aflojar la billetera para enfrentar la pandemia si hubieran dejado la casa en orden, a como la dejaron.

    —Dada la situación de competitividad de precios, ¿qué sectores de actividad serán los que empujarían la economía?

    —Cuando el presidente aludió al “malla oro” yo lo asocié con el sector agropecuario y las agroindustrias, que son los que siempre sacaron al país de las crisis. Para que traccionen como quiere el presidente necesitarían un tipo de cambio más alto, pero no creo que eso ocurra y estamos viendo algo muy parecido a lo de años anteriores. La inflación es una meta importante —para este gobierno mucho más—, pero temo que cuando las papas quemen, se priorizará el bajarla, a expensas del tipo de cambio.

    Un 9,4% de inflación anual es alto y bajó de a centésimas, aunque se caerá sola cuando salgan de la cuenta marzo y abril, que fueron meses muy altos; vamos a estar pegando en el palo del rango meta a mediados o sobre fin del año que viene. Pero todo el partido se juega con los Consejos de Salarios: si se vuelve a un modelo como en las últimas rondas del Frente, donde había indexación —aunque diferida— sería una señal muy negativa en cuanto a la inflación esperable.

    Por otro lado, si en 24 meses para adelante los empresarios siguen pensando en un 8,5% de inflación, será difícil que baje; ellos sí, cuando pronostican, saben lo que están haciendo porque son los que fijan precios.

    —¿Habrá avances concretos en la inserción comercial internacional del país?

    —Tenía enormes expectativas con Talvi como canciller; siempre imaginé a la Cancillería para un economista y más para él, por los contactos que tiene en el mundo. La pandemia no lo dejó y debió enfocarse en repatriar a los compatriotas varados afuera. El perfil del nuevo canciller es más bien el tradicional; confío en que el presidente mantenga su propósito de abrir Uruguay al mundo, por las vías que sea, y que instruya para que se trabaje en ese sentido. Este es uno de los grandes temas; hay otros que compiten con nosotros que no pagan tantos aranceles.

    • Recuadro de la entrevista

    “Estamos fritos”

    Economía
    2021-01-13T17:08:00