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    El payaso asesino está acá

    La ópera Pagliacci reúne a 150 artistas en el Solís

    Spoiler alert: antes que nada, en ópera —y también en ballet y en piezas de teatro clásico— vale espoilear. En su mayoría son historias conocidas desde hace décadas que conforman los arquetipos culturales occidentales. De hecho, los argumentos, anécdotas e incluso las vueltas de tuerca y los desenlaces están en el programa de mano y es recomendable leerlos previamente. Está bueno llegar unos minutos antes a la butaca y aprovechar las luces encendidas para echar un vistazo a los textos y fichas técnicas.

    Hay mucho para decir de este Pagliacci estrenado ayer miércoles en el Solís en el marco de su temporada lírica (coproducida por el Solís y la Orquesta Filarmónica de Montevideo), con dirección escénica de la régisseure argentina Florencia Sanguinetti. En primer lugar, que es un excelente espectáculo. Toma un título popularísimo de la ópera verista italiana, compuesto por Ruggero Leoncavallo y estrenado hace 130 años, y lo adapta con inteligencia a la actualidad, sin traicionar su esencia ni aplicar procedimientos rebuscados ni intervenciones traídas de los pelos. Es una pieza breve (85 minutos, aproximadamente), sencilla en su planteo, dinámica en su desarrollo (es muy efectivo el dispositivo de la ficción dentro de la ficción) y plena de acción dramática.

    La historia es simple: estamos en el intestino de una compañía de actores itinerantes que recorren las ciudades y pueblos representando sus números de commedia dell’ arte, con sus personajes estereotipados: Pierrot, Colombina, Arlequino, sirvientes y coro. Entre los intérpretes se vislumbra un cuadrilátero amoroso entre Canio, el jefe de la troupe, su esposa Nedda —la primera actriz—, su amante Silvio (actor) y otro miembro del elenco, Tonio, rechazado por la actriz. Básicamente lo que sucede es que cuando Canio descubre el romance furtivo se enfurece a tal grado que termina asesinando a ambos, apuñalándolos en plena escena. Durante mucho tiempo el asunto central de la obra pasó por el desdoble entre el hombre poderoso que impone su voluntad y el payaso confinado a hacer reír a los demás pero incapaz de alcanzar la plenitud, un conflicto hondamente arraigado en la cultura occidental. El clímax de este dilema es plasmado en la escena icónica del payaso frente al espejo, consciente de “la traición”, en la soledad del camarín, cuando canta al borde del llanto, al son de una de las músicas más dramáticas jamás compuestas: Ridi, Pagliaccio / Sul tuo amore infranto! / Ridi del duol, che t’ avvelena il cor.

    Existe otro plano de sentidos en el cual esta historia se recicla y adquiere una vigencia superlativa. Seguramente durante décadas la lectura que prevaleció de esta historia fue la del varón traicionado que se venga de los traidores y salva su dignidad a punta de puñal. El famoso crimen pasional que acaparó los titulares de la crónica roja hasta entrado el siglo XXI. El concepto violencia de género, que aún no alcanza los 20 años de vigencia entre nosotros, aflora en cada escena de Pagliacci, de la mitad de la trama en adelante. Y allí radica la renovación del interés que ha cobrado esta pieza, en diálogo con el presente. De hecho, el estreno de la obra es acompañado por una campaña de concientización sobre violencia de género llevada adelante por la Intendencia de Montevideo, con charlas después de las funciones y folletería adjunta al programa.

    Pero además Pagliacci representa el regreso a Uruguay, después de cinco años, del tenor montevideano Carlo Ventre, radicado en Europa desde hace más de dos décadas. Su composición del payaso asesino, tanto en lo vocal como actoral, es sobresaliente, al igual que la de la soprano argentina María Belén Rivarola, que entrega una Nedda sólida y convincente de principio a fin. Los uruguayos Darío Solari (barítono, Tonio) y Alfonso Mujica (tenor, Silvio) revalidan sus conocidas virtudes, que los posicionan entre las mejores voces nacionales desde que se reanudó la actividad lírica en forma continua, con la reapertura del Solís, en 2004, y cinco años más tarde, con la del Auditorio Adela Reta. También está a la altura el Arlecchino que logra el tenor argentino Sergio Spina. En su primera dirección de ópera al frente de la Orquesta Filarmónica de Montevideo, Martín García se muestra seguro y solvente para lograr un ensamble convincente y eficaz.

    La puesta en escena, rebosante de energía, alimentada por un cardumen de gente que va y que viene en forma caótica y orgánica a la vez, es sorprendente: un teatro visto desde dentro, con el escenario invertido, visto desde atrás, con el proscenio al fondo. El teatro en el teatro, el escenario en el escenario. El telón detrás del telón. Hay que aplaudir el despliegue del experiente trío de diseñadores: Adán Torres en la escenografía, Martín Blanchet en la iluminación y Soledad Capurro en el vestuario. Allí están, vestidos de civil, los cantantes del Coro Nacional del Sodre, dirigido por Esteban Louise, el Coro Nacional de Niños del Sodre, dirigido por Víctor Mederos, y una quincena de actores figurantes. Es una muy valiosa coproducción entre cuatro cuerpos estables nacionales y departamentales de dimensiones multitudinarias, pues involucra a unos 150 artistas en escena.

    Quedan dos funciones más de Pagliacci, el sábado 20 y el lunes 22 a las 20 h (entradas en Tickantel de $ 500 a $ 1.850) ¿Cómo contribuir a renovar el interés en la ópera y oxigenar un género que arrastra siglos de tradición y es visto por buena parte de la población en estas latitudes como una expresión artística elitista, ajena al común de los mortales y demasiado elevada e inasible? Bueno, vayan al Solís y presenciarán la respuesta.