Elogio del representante adulto

Elogio del representante adulto

escribe Fernando Santullo

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Nº 2150 - 25 de Noviembre al 1 de Diciembre de 2021

Uno de los comentarios o reclamos más frecuentes entre la gente con la que suelo conversar es el que se refiere a la mala calidad de muchos de nuestros representantes. O, dicho de manera más precisa, una suerte de nostalgia de una suerte de pasado ideal en el que los representantes parlamentarios parecían preocuparse de manera más evidente por aquellas cuestiones profundas que hacen al corazón de esa sociedad que anhelamos ser. Supongo que, como ocurre con muchas otras nostalgias, esa sensación seguramente se deba a que no recordamos o elegimos no recordar la foto completa del asunto. Es probable que en todas las épocas hayan existido buenos y malos representantes, inteligentes y tontos, honestos y deshonestos, leales y desleales. Y es seguro que esas distinciones, aplicables a los representantes, se puedan extender a todos los políticos en general.

Lo que sí es claro es que más allá del efecto nostalgia y quizá por la inmediatez de las redes sociales y otros recursos tecnológicos, en estos tiempos algunas cortedades y torpezas de los representantes resultan más evidentes. De hecho, desde estas columnas se han señalado algunos de esos derrapes indignos cuando han sido especialmente graves. Lo que no ha ocurrido tanto es lo opuesto: señalar aquellos proyectos que buscan ayudar a repensarnos como sociedad y se atreven con problemas que son sujeto de amplios debates y cuestionamientos. La clase de problemas que no se pueden resolver con el clásico “quítese usted que me pongo yo”, que parece regir la mayor parte de nuestros choques recientes. O al menos de aquellos choques que llaman la atención del público y lo tienen pendiente del asunto.

Es verdad, esos temas profundos presentan un problema adicional que no presentan aquellos conflictos que son planteados como el enésimo Peñarol vs. Nacional: son complejos, no están del todo resueltos en la mayor parte del mundo o, también, apenas se están discutiendo en otros países. Y, sobre todo y muy importante, no son asuntos que se puedan decidir sobre el perezoso y convencional eje derecha vs. izquierda, ese eje que tanto tiempo ahorra al ciudadano. Ese que logra que una parte nada pequeña de los ciudadanos se recline hacia atrás, estire los dedos, bosteze, se relaje pensando en cualquier otra y se ponga a buscar el botón del Sí o No con el que saldar el asunto, dependiendo de su posición previa sobre dicho eje. Se dirá: “Bueno, para que yo me desentienda del asunto es que pagamos a representantes”, y es verdad. Sin embargo, yo no dejaría de tener presente que esa correlación entre ejes partidarios e intereses ciudadanos no siempre resulta perfecta.

Me interesa centrarme en un par de propuestas/ideas que, creo yo, efectivamente se meten de manera razonada y sensible en terrenos complejos y resbaladizos. En la clase de terrenos que marcan qué tipo de sociedad somos (qué capacidad colectiva tenemos para procesar esos debates) y qué clase de sociedad deseamos ser (a dónde nos van a llevar los resultados de esas discusiones). Hablo de la propuesta de ley sobre la eutanasia presentada hace ya un tiempo por el diputado colorado Ope Pasquet y los recientes aportes realizados en la materia por la diputada frenteamplista Cristina Lustemberg. Obviamente, entre ambas propuestas hay diferencias de enfoque, de perspectiva y de alcance. Pero creo que ambas tienen una suerte de hilo conductor que las unifica y que las coloca en similar plano.

La propuesta de Pasquet es una suerte de ley de mínimos, que se concentra en sacarle responsabilidad penal al médico que “a solicitud expresa de una persona mayor de edad, psíquicamente apta, enferma de una patología terminal, irreversible e incurable o afligida por sufrimientos insoportables le da muerte o la ayuda a darse muerte”. La ley plantea la necesidad de la existencia de una segunda opinión médica, el médico cuya intervención se solicite debe confirmar con el paciente si está absolutamente seguro, etc. Una propuesta absolutamente garantista para el ciudadano y para el médico tratante. La propuesta de Lustemberg parte de la propuesta de ley de Pasquet, a la que considera valiente y respetuosa, pero da un paso más y señala que no se puede discutir la eutanasia sin contemplar la situación de niños, adolescentes y personas con problemas de salud mental. Plantea entonces una ampliación integral de la ley planteada por Pasquet, de forma que incluya de manera especial los derechos progresivos de los adolescentes.

Más allá de lo que se pueda pensar sobre las iniciativas en concreto, que serán materia de debate colectivo en los meses por venir, creo que resultan especialmente valiosas por una serie de razones que quiero enumerar:

1) Se animan a meterse en temas que saben que son polémicos y de difícil resolución. Es decir, saben que no tienen garantizada la victoria de sus propuestas y saben que incluso, aunque sus ideas sean aprobadas, siempre van a generar resistencias en una parte de la población. Hablando en plata, se meten con temas que podrían costarles el escaño y no les importa. Eso dignifica el trabajo parlamentario.

2) Saben que no trabajan sobre un eje partidario nítido. Es decir, saben que no va a ser automático el apoyo dentro de los “suyos”, especialmente Pasquet. Al mismo tiempo, con sus planteos, abren la pregunta de quienes serían esos “suyos” y eso es algo especialmente bueno en momentos de política de bloques como el que estamos viviendo.

3) Logran escapar al ruido de lo táctico y de las simplificaciones. Por ejemplo, esa que opone eutanasia y cuidados paliativos, cuando en realidad son medidas complementarias. Al mismo tiempo, son temas que reclaman un debate sereno y adulto. Eso, en tiempos de legisladores que se pasan las sesiones descalificando al rival en Twitter, tiene mérito. Capaz que por un ratito nuestros representantes logran estar por encima de sus votantes y tratan un tema con la seriedad que merece y no con exabruptos de cara a la tribuna.

4) Tratan al ciudadano como un ser pensante, con capacidad de decidir sobre su propia muerte, de participar en debates complejos y no solo como carne de urna al que se invoca cada tantos años para que coloque un sobre en una caja. Reconocen que la ciudadanía actual es (o debería ser) más sofisticada que la de antes. Y, de yapa, que nuestro actual Estado de derecho está en condiciones de profundizar en derechos que implican razonar de manera amplia sobre temas delicados. Más aún, creen que esa es la obligación del Estado de derecho y por eso se ponen a la tarea como legisladores.

¿Se convertirá Uruguay en la Bélgica del sur? Bélgica (junto con Holanda y otros países europeos) tiene una legislación sólida respecto a la eutanasia y sus ciudadanos parecen estar bastante conformes con ella. No tengo idea de qué ocurrirá en Uruguay, donde el debate recién arranca. Pero sí creo que, al revés de lo que suele suceder en muchos debates parlamentarios, de este quizá podamos concluir algo maduro sobre el futuro común que deseamos. Incluso alguna clase de enseñanza republicana en la que el Estado, además de garantizar una vida digna, sea también capaz de garantizar una muerte digna. No sería poca cosa.