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    Esperando la catarsis

    Nº 2120 - 29 de Abril al 5 de Mayo de 2021

    Hastío. Agobio. Cansancio. Pero no. Hay que seguir. ¿Con qué derecho tirar la toalla? ¿Cómo anunciar públicamente el hartazgo? No perdí parientes cercanos, sigo con trabajo, cuento con herramientas para reinventarme, los hijos crecen sanos y alegres, no estoy en la primera línea en la que está el personal de la salud.... dejate de cosas... Hay que seguir. A informarse otra vez, a leer diariamente la prensa local e internacional. Discernir. ¿Dónde paro?

    ¿Cuál es el punto en el que dejo de informarme y empiezo a envenenarme? ¿Viste el video de los intensivistas que anuncian el colapso inminente? ¿Escuchaste el audio que denuncia campaña desestabilizadora? ¿Vas a seguir negando a los que niegan en vez de leer al menos un artículo? ¿Sabías del epidemiólogo Wittkowski que demuestra el mal manejo global del virus? ¿Y te enteraste de que en un vacunatorio ocurrió una tragedia? Vas a ver que no sale en los noticieros... ¿no te das cuenta que los medios operan para el gobierno y la industria? ¿No te das cuenta de que la polarización le sirve a la oposición, que sigue sin asumir la derrota electoral? ¿Seguís creyendo en la política? Entonces vuelvo al hastío.

    El debate interno entre el hartazgo por el tema Covid y el prurito moral de que uno no tiene derecho a sentirse así, empezó a resolverse cuando percibí que muchos nos sentimos en la misma situación, más o menos disimulada. Cuando comenté el tema para esta columna, periodistas de Búsqueda me confirmaron que un alto jerarca del gobierno y uno de los líderes más visibles de la oposición, en dos reuniones distintas, reconocieron el cansancio agotador que tienen. Entre ellos no se lo dicen porque lo ven como una señal de debilidad, pero en el mano a mano es lo primero que confiesan.

    Al mismo tiempo algunos colegas empezaron a decir lo mismo que estamos compartiendo aquí. El primero que leí fue Emanuel Bremermann en El Observador del pasado 23 de abril.

    Lo decía así: “No puedo evitar decir que estoy cansado. Cansado de la pandemia, del tiempo estacionado, del círculo perpetuo. De que estemos metidos siempre en la misma conversación y no podamos salir. Estoy cansado y me siento culpable por estarlo”. Luego la argentina Malena Rey, en El DiarioAR, explica la dificultad que trae aparejado el desgaste de la actualidad para relacionarlos con el humor. Se pregunta cuánto nos perjudica estar perdiendo la capacidad de reír a pesar de las noticias trágicas de todos los días.

    Bastan estos ejemplos para mostrar que la pregunta dejó de ser por qué tengo un debate interno entre el cansancio y el remordimiento, para convertirse en una interrogante distinta: ¿cuál es el factor común para que tantas personas sientan esta incomodidad? Mejor dicho: ¿hay un factor común entre lo que les sucede a los colegas periodistas, a los políticos, al personal de la salud, a las personas mayores, a los jóvenes? La respuesta es que sí, lo hay, se llama falta de catarsis. Parece un tema menor, pero es tan relevante como la política, la economía o la salud pública. Es más, forma parte de esta última.

    Al repasar el origen del término catarsis, vemos que nace en el contexto de la corea, una mezcla de danza y música, de canto y poesía que, cuando se celebraba, producía una liberación colectiva y una purgación que alivianaba los pesares. Era grupal en sentido doble, eran varios quienes representaban el baile y el canto, y eran varios quienes asistían a la ceremonia. Todas las personas allí reunidas se purificaban el alma en la celebración.

    De allí la catarsis saltó al terreno médico, y luego volvió al arte de la mano de Aristóteles, compartiendo una raíz común entre lo curativo que tiene la naturaleza, la medicina y el arte. La purificación o purgación, en cuanto operación medicinal, consiste en aligerar el cuerpo de humores pesados, de cosas indigestas, volviendo al funcionamiento natural del organismo donde nada se nota y uno se siente ligero, ágil, sano. En el terreno del arte, consiste justamente en asistir a la representación artística para liberar las pasiones y regresar a la realidad más livianos, más animados y menos enredados con la vida cotidiana.

    Pero la clave de la catarsis, más que el desahogo de la persona en particular, es la experiencia colectiva que la sostiene. Como solemos concentrarnos en el aspecto psicológico de la liberación catártica, solemos olvidar su sustrato comunitario. Y es ese sustrato el que tenemos impedido por la pandemia hace 14 meses en el mundo entero. Todos estamos cansados porque no estamos teniendo catarsis compartida.

    Hemos dicho cientos de veces lo que nos facilita la tecnología: que seguimos trabajando, que niños y jóvenes siguen estudiando, que la maravilla de Ceibal y sus plataformas, que las consultas se hacen por teléfono y Zoom, incluso conciertos por streaming, transmisiones de deportes... pero no hay catarsis, porque no estamos juntos. La lectura, el consumo de series desde el sillón, la versión de la canción que graban 17 músicos desde sus casas, serán lindas y harán bien, pero no llegan a la catarsis porque no hay experiencia colectiva. Para eso necesitamos ocupar el mismo espacio y sentirnos unos con otros sin mediaciones.

    Los futboleros lo entenderán enseguida: ¿Saben lo sanador que es gritar un gol en la tribuna y meter esos abrazos desordenados con conocidos y desconocidos? No minimicen ese hecho. Es catarsis pura, y nos hace bien como personas y como comunidad. Todo el desastre de la violencia que rodea al fútbol y todos los intereses que hay alrededor del negocio de la pelota, no cambian nada el hecho antropológico esencial: el espectáculo es catártico porque es colectivo y, para que eso suceda, tenemos que estar reunidos y no en el hogar. O al menos en un bar con mucha gente.

    El teatro, los conciertos, la danza, el tablado, el cine con público, la llave de todo esto es que hay personas reunidas y esa reunión (como era la danza de la corea griega) es la que habilita que luego se produzca en cada uno la catarsis. Incluso esa señora mayor que hacía un ruido insoportable abriendo sus caramelos en la fila de atrás, era fundamental para que el malhumor que producía habilitara luego la purificación colectiva. Hoy extrañamos eso mucho más de lo que parece. Y eso que extrañamos no es un lujo, no es algo de personas que tienen la vida resuelta. Es parte de la condición humana. Por eso toda cultura tiene ritos colectivos y catárticos, independiente de su PBI.

    A veces suelen verse las manifestaciones artísticas o los espectáculos deportivos como actividades recreativas en el sentido de accesorias a lo que realmente importa en la vida, que sería el trabajo, la salud, la familia... patrañas. Error grave. Desde los griegos sabemos que necesitamos reunirnos para celebrar y purgar, porque en esos instantes se produce la catarsis que hace más llevadera la vida. Y como hace demasiados meses que no podemos juntarnos para corear juntos una canción, gritar un gol, conmovernos ante una escena o sentir los tosidos de alguien en la sala, como no podemos hacer ninguna de esas cosas sanadoras, estamos agobiados y aturdidos. Estamos esperando la catarsis.